El Akira de Katsuhiro Otomo es uno de los mangas más influyentes en Occidente. En la Argentina sólo se conseguía en ediciones importadas, hasta que el sello OvniPress (el mismo con las licencias de Marvel, Hellboy y Star Wars) anunció su publicación. El primer tomo salió el mes pasado y desde la editorial comentaron a PáginaI12 que habrá un volumen nuevo cada tres o cuatro meses, siempre que los japoneses que velan por la obra aprueben el trabajo. La edición, en ese sentido, cumple. Es un tomo grande, pero bien encuadernado y no se extraña la tapa dura.

La magia, por otro lado, está adentro y prescinde de formalismos editoriales. Akira es una aplanadora. Es historieta en estado puro. ¿Cómo hay que narrar con secuencias de imágenes? ¿Cómo dibujar escenas de acción que transmitan vértigo y a la vez se entiendan? ¿Cómo construir un universo cohesivo? ¿Cómo...? En Akira está todo. No sorprende que sea una obra de referencia ineludible para miles de autores en todo el mundo. Si su adaptación cinematográfica (¡de 1988!), versión abreviada de la obra de Otomo, abrió las puertas al animé de autor en Occidente y voló las cabezas de miles de jóvenes en todos lados, es comprensible que la obra original, tan repleta de sutilezas, detalles y pequeñas historias paralelas en el papel, sea un cosmos fértil para la imaginación de otros dibujantes.

Akira cuenta un futuro distópico en la ciudad de Neo Tokyo (hay una cierta ironía en que el libro lo soñara en 2019). Un futuro en el que una guerra mundial arrasó con muchas de las grandes urbes del mundo. Y un escenario en que, por cruces del destino, unos pandilleros/ motoqueros adolescentes se descubren envueltos en una trama de conspiraciones gubernamentales (experimentos genéticos y poderes psíquicos incluidos), un grupo de resistencia política y la profecía de la llegada de un tal “Akira”, que bien puede ser el fin del mundo o un nuevo mesías. Una ciudad opresiva, con violencia endémica, sectas místicas y todos los problemas derivados del capitalismo más rapaz.

El primer tomo no avanza demasiado con la historia, apenas plantea sus elementos centrales y muestra cuán en serio están dispuestos a jugar los distintos actores que participan. Son, al cabo, “apenas” 362 páginas, sobre las más de 2000 originales. Un número que en el manga no es decir mucho. Y para los desprevenidos, vale avisar que, además, su lectura fluye rapidísimo. Otomo explica todo sobre la marcha pero sin confundir, va desbrozando la madeja de lealtades e intereses cruzados, y en el medio no deja de entretener, de tirar secuencias de acción adrenalínicas, haciendo gala de un virtuosismo gráfico excepcional que va desde el manejo de la figura humana hasta los fondos pasando por toda clase de vehículos (helicópteros y motocicletas en primer lugar). En este sentido, vale destacar el ajustadísimo criterio de Otomo: sí, su dibujo es impresionante, pero cuando hace falta, el hombre baja su portento para no obstaculizar el relato.

Si bien cada tomo de la edición local sale sus buenos pesos (este primero cuesta $690), la periodicidad es amable al bolsillo. Eso sí, exigirá al lector cierta constancia por unos tres años, que es el tiempo que demandará su publicación completa. En épocas de sobreabundancia de coleccionables de todo tipo en los kioscos, la propuesta no resulta tan inaccesible. Sobre todo si se trata de una de las obras centrales del noveno arte.