La señora Elisa Carrió, rotunda ganadora hace apenas ocho meses de las elecciones legislativas porteñas, parece que se va quedando sin ideas. En otras épocas supo proponer reformas sociales profundas ante las crisis de acaparamiento de riquezas en pocas manos como la que estamos viviendo. Esta vez sorprendió, si eso aún es posible, pidiendo desde los estudios de TN, donde juega de local: “La primera recomendación que le hago a la clase media y media alta es: dé propinas”. 

Aunque parezca mentira el tema de las propinas tiene su historia. Etimológicamente del latín “propinare”, significa “dar de beber”. Una antigua costumbre con la que se recompensaban diferentes servicios y favores. Son varios los rubros laborales en los que existe la costumbre no escrita de dar propinas. Así lo testimonia la letra y el título que Francisco Lomuto le puso a un tango de Antonio Botta en 1934. Algunos de esos versos decían “Propina te sacan si un auto tomás/ y al tipo que lustra, propina le das/ Propina pa’l mozo que sirve el café,/ y al que te afeita, propina también./ Por peinarte a la gomina ¡propina!/ Al que en el cine te ilumina ¡propina!/ Si comés en la cantina, ¡propina!/ Si tenés auto, la cosa es peor,/ con esa hipoteca que es el cuidador”, y remataba: “Si vas a una casa donde hay un ascensor,/ por diez de propina te llaman Doctor”. Muy arraigada entre nosotros, dio también para el humor; Florencio Escardó (1904-1992), reconocido médico pediatra y escritor, que firmaba sus humoradas con el seudónimo de Piolín de Macramé, aportó lo suyo con esta rotunda definición: “La propina es un seguro profiláctico contra el insulto”.

El tema es que algunos patrones avivados tendieron a pagar bajos salarios a sabiendas de que sus trabajadores percibían propinas. Esto dio lugar a un conflicto, sobre todo con el gremio gastronómico, respecto a si las propinas eran o no consideras como retribuciones salariales. Es evidente que en los trabajos en los que la propina implica una parte considerable de la retribución salarial los abusos están a la orden del día. No son tenidos en cuenta en el aguinaldo, no se pagan con las vacaciones, no se cobran en casos de licencia médica, etc. 

Fue en medio de este debate que el gobierno peronista, en 1946, decretó la ley 4148 de la República Argentina, ratificado por la ley 12.921 en el Congreso Nacional que prohibió la percepción de propinas por parte del personal gastronómico. En su lugar surgió otra figura, denominada “laudo gastronómico”, donde se estableció la formación de un fondo común, obtenido de un porcentaje, que cada empresa preestablecía, que se agregaba a la consumición del cliente, y que luego se distribuía entre el personal de acuerdo a puntos que eran asignados a cada categoría. El porcentaje fue desde un 10 por ciento a un 18 por ciento y lo recibieron todos los empleados, no solo los mozos. Implicó un aumento salarial y la intervención de los delegados gremiales en la información contable de los restaurantes.   

Quienes se opusieron dijeron que eso desmotivó a los mozos a ofrecer una buena atención, sin duda valoraban una vieja versión del emprendedorismo que considera que no hay como un trabajador mal pagado luchando por una propina para tener a la clientela contenta. La ley 22.310, en 1980, durante la dictadura militar, derogó este decreto. Por lo tanto, otra vez la propina volvió a ser voluntaria en Argentina.

En septiembre de 2009, los senadores puntanos Adolfo Rodríguez Saá y Liliana Negre de Alonso propusieron una ley para que la propina del 10 por ciento de la consumición sea obligatoria. Claro que no faltaron las voces que pusieron el grito en el cielo, “la propina es libre”. El prudente silencio de Luis Barrionuevo, secretario general de los gastronómicos, tal vez se debió a que también es un importante propietario de restaurantes y se siente tironeado por dos lealtades, un mal muy de esta época.

Las estadísticas están diciendo que los argentinos han dejado de ir a comer afuera en un porcentaje cercano al 30 por ciento. Por lo que el llamado a dejar propinas tiene como destinatario a un público cada vez más restringido.

* Historiador.