Si se cumplieran las previsiones optimistas del oficialismo y de la numerosa legión de economistas macristas, las principales variables deberían empezar a arrojar variaciones positivas en la primera mitad del año. La base de comparación será un año de fuertes caídas lo que permitiría el rebote estadístico. En el mejor escenario, la suba recuperaría el retroceso de 2016, ubicando a la economía en el mismo lugar en que fue recibida por la Alianza macrismo-radicalismo. Serán dos años de gobierno sin crecimiento del Producto Interno Bruto. Un resultado que puede llevar a una interpretación equivocada acerca de que la primera mitad del mandato de Macri fueron años perdidos en términos del PIB. El balance será peor. Con una política deliberada hubo fue una brusca alteración de precios relativos provocando una impresionante transferencia de ingresos hacia sectores concentrados. La economía estará en el mismo lugar de partida pero de otra forma. La situación no sólo será peor en términos del bienestar general por ese reparto regresivo de la riqueza sino que ese rebote será insuficiente para registrar un crecimiento del Producto per cápita. El crecimiento vegetativo de la población, estimado en un 1 por ciento anual, no será cubierto por la variación del PIB. Este es el panorama más favorable. Voceros oficiosos igual ya han empezado a relativizarlo planteando un escenario económico complicado, lo que explica el intento de virar la agenda mediática del dispositivo de propaganda público-privado a cualquier otro tema que no sea el económico. No será una tarea sencilla pero lo intentan en forma abnegada cada día.

El secretario de Hacienda con cargo de ministro tiene como principal misión ser vocero económico, el nuevo presidente del Banco Nación habla como si fuera ministro de Economía, la troika de la jefatura de Gabinete (Marcos Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui) manejan la gestión económica y la prensa oficialista dice que el Presidente Mauricio Macri es el ministro de Economía. Con ese desorden de la administración de la sensible cuestión económica el gobierno pretende orientar las expectativas de la sociedad en la ruta del optimismo. Es otra misión compleja para el mejor equipo de los últimos 50 años que está transitando una crisis de gabinete, donde algunos ministros están ausentes (no sólo por las prolongadas vacaciones), otros no tienen resultados favorables que exhibir y la mayoría deambula entre la inoperancia y descoordinación en la administración. Lo único que unifica el mensaje oficial hacia los agentes económica es asustar con el regreso del “populismo” distorsionando la “herencia recibida” y falseando índices y expectativas acerca de la recuperación de la economía.

“Normalización”

En el mismo camino de su antecesor, el encargado de revisar las cuentas públicas, Nicolás Dujovne, se dedica a construir indicadores para fomentar el optimismo. Afirmó que en diciembre la economía empezó a crecer “en términos cualitativos”. Así tituló la agencia oficialista Télam el reporte de su enviada a Davos. El vocero económico incorporó de ese modo una categoría más a los desvaríos analíticos de la ortodoxia. Además indicó que de acuerdo a los “índices coincidentes” del Ministerio la economía ha dejado atrás la recesión. La consultora de Orlando Ferreres informó en cambio que el nivel general de actividad bajó 0,8 por ciento interanual en diciembre, acumulando de esa manera una caída de 2,8 por ciento en 2016. Así anotó diez meses consecutivos en recesión, superando en magnitud y en plazo la caída de 2014. O sea, la fuerte devaluación de Macri ha registrado peores resultados que el anterior ajuste cambiario, con la diferencia sustancial que en esta oportunidad no hubo una amplia red de contención social y laboral para amortiguar sus costos. La recesión es más prolongada y el retroceso en la calidad de vida de trabajadores y jubilados es pronunciado. Este es el saldo de la ortodoxia manejando la economía, que en el mundo paralelo de Dujovne se traduce en que ya “se ven los frutos de la normalización de la economía”.

La culpa del propio fracaso siempre será del otro, como están entrenados a exculparse los principales exponentes de la ortodoxia. A veces serán los políticos que no se animan a liderar un “verdadero” ajuste y, en esta oportunidad, han apelado al invento de que había una crisis “latente” no percibida por la sociedad y que el resultado negativo de los indicadores en 2016 fueron consecuencias de esa crisis asintomática. El descalabro fiscal, el festín del endeudamiento externo, el derrumbe industrial, la ola de despidos y el cierre de empresas sólo fueron secuelas de esa crisis silenciosa. No se puede negar que son creativos para confundir y eludir responsabilidades.

En línea con la intensión del oficialismo de fomentar el optimismo, el reporte de Ferreres colabora al indicar que “las variaciones mensuales registradas a los largo del último cuarto del año pasado fueron positivas, algo que no es menor de cara al futuro inmediato”. Otro vocero oficialista, Miguel Kiguel, quien en un encuentro organizado por el Banco Provincia en octubre pasado había pronosticado un crecimiento del 4 por ciento en 2017, ahora afirmó en declaraciones radiales que “no esperemos un crecimiento espectacular de la economía”. El último informe de la consultora Economía & Regiones precisó que el PIB per cápita cerró 2016 por debajo de los niveles de 2015 (-3,2 por ciento), de 2011 (-7,2) y de 2008 (-1,7). En términos más directos, señala que, estimando un crecimiento de 1,0 a 1,8 por ciento en 2017, “a la mitad de mandato del gobierno de Cambiemos, es decir dos años después de la asunción del presidente Macri, la producción de bienes y servicios por habitante sería un 2,3 por ciento inferior a la que había cuando se hizo cargo de la política económica”.

El resultado negativo en la mayoría de las variables macroeconómicas tuvo su origen en el muy mal diagnóstico realizado por el macrismo de las condiciones internas y externas. La satisfacción del establishment local y de las finanzas internacionales con la actual política económica tiene que ver con la recuperación de márgenes de ganancias y de negocios rentables.

2018

La interna que existe entre miembros de la ortodoxia por los tiempos económicos del macrismo es ilustrativa de las tensiones provocadas por la evolución negativa de la mayoría de los indicadores. La disputa entre “gradualismo” y “shock” sólo sirve para confundir acerca de los objetivos básicos de la alianza de gobierno y del poder económico que la sostiene. La diferencia es otra. Es política y no de concepción económica.

Denominar keynesianos a Alfonso Prat Gay o a Javier González Fraga es una extravagancia más de la red de difusión del macrismo. No hay discrepancias ni en la concepción económica (ortodoxa) ni en cuál es el objetivo central (definir un patrón regresivo del ingreso con neutralización de derechos sociolaborales). Los desacuerdos tienen que ver en la definición de cuál es la estrategia dentro de una política económica ortodoxa que pueda garantizar “enterrar el populismo”. Esta es la obsesión de las elites. Sus intelectuales orgánicos denominan esa misión como el necesario “cambio cultural” de una sociedad para que los sectores populares legitimen política y socialmente un gobierno conservador.

Tras esa ilusión, las elecciones de medio término de octubre próximo se han convertido en un desvelo para los ideólogos del macrismo. González Fraga fue elegido porque postula que en esta etapa los objetivos económicos ortodoxos tienen que estar subordinados a las necesidades políticas de ganar las elecciones. Carlos Melconian, el desplazado presidente del Banco Nación, como otros gurúes de la city, como Miguel Ángel Broda, o Domingo Cavallo (en los post de su blog), consideran que esa estrategia no necesariamente brindará un triunfo electoral y que seguramente profundizará los desequilibrios macroeconómicos. Macri eligió la primera opción.

Ambas posturas coinciden, sin embargo, en que el 2018 será el año del verdadero ajuste económico, con la particular interpretación de que en 2016 no lo hubo. El triunfo electoral de la Alianza macrismo-radicalismo entonces es la clave que tienen para avanzar firmemente en ese “cambio cultural” ansiado por las elites. En esa instancia, el interrogante a develar será si sectores populares terminarán de entregarse a sus verdugos.

[email protected]