“¿Epiménides de Creta mintió o dijo la verdad al sentenciar que todos los cretenses son mentirosos? Yo prefiero creer que los filósofos juegan a la perplejidad con este sofisma, de la misma manera en la que los griegos quisieron juzgar por ciertas las invenciones de Homero. Por eso se me ocurre pensar que la Odisea no es otra cosa que una exagerada aplicación de la paradoja de Epiménides, es más, se puede concluir –sin postrarnos ante la provocación– que toda la Literatura no es otra cosa que una mentira que dice la verdad”, Jorge Luis Borges: Prólogo a la Odisea de Homero. Esta larga cita oficia de acápite a Anatomía de la melancolía. La formidable novela de Carlos Aletto parte de un hecho real, las amarguras que en el 1500 sufriera el médico belga Andrés Vesalio, pero se abre con un acápite falso: Borges, tan apegado a los prólogos (firmó más de cuarenta) jamás prologó edición alguna de la Odisea de Homero, vale decir, nunca escribió las palabras que Aletto le atribuye. Ricardo Piglia fue más lejos: en su notable cuento Homenaje a Roberto Arlt, incorporó Luba, un texto que Piglia atribuía a Arlt, aunque se trataba de un fragmento de Las Tinieblas, el célebre relato de Leónidas Andreiev. 

Estas travesuras literarias hasta hace poco pertenecían al exclusivo espacio de la ficción, el actual gobierno las ha trasladado al riguroso campo de la política. Con la alegría que los caracteriza, inventaron la política-ficción: en un año han transitado por todos los géneros de la literatura, desde la fábula hasta la comedia de enredos, sin olvidar la ciencia ficción, el policial negro y la novela de espionaje. Su capacidad creativa no cesa: un día nos enteramos que la pobreza cero no se eliminará de hoy para mañana sino dentro de veinte años, siempre y cuando sigamos al pie de la letra los sanos y prácticos consejos que el ministro de industria tuvo la gentileza de brindarnos. Frente a la terrible moraleja de esa fábula, surge magnánimo el jefe de los espías, trae consigo una comedia surrealista donde los bienes inmuebles del primer acto se transforman en bienes muebles en el segundo, para volver a ser inmuebles en el tercero, esto levanta el ánimo más decaído. No es la única historia con espías, al mejor estilo John le Carré, el presidente, sin perder su blanca sonrisa, propone a un topo en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Para los que deseen el policial, desde el gobierno, con la desinteresada ayuda del periodismo independiente, insisten con el suicidio de un fiscal que, dicen, fue asesinado por unos criminales que ni siquiera Agatha Christie podría hacer verosímiles. Para los adictos a la ciencia ficción basta con escuchar al propio jefe de estado asegurando que crece el empleo y baja la inflación o al ministro de trabajo dudando de que haya despidos o al jefe de gabinete prometiendo, con una buena dosis de suspenso, inversiones que llegarán cuando usted menos lo espera. 

Mentira es uno de los sinónimos de ficción, ciertamente el actual gobierno es pura ficción. Sin embargo, aún persiste un porcentaje de fieles que aceptan a la mentira como verdad. Algo parecido sucede con los chicos desde los dos hasta los cinco años de edad: durante ese período creen en los Reyes Magos, hasta que un día fatalmente se enteran que son los padres. Frente a esta certeza, los principales cerebros Pro están buscando el modo de cauterizar esa inevitable herida. Agotado el latiguillo de “la pesada herencia”, el timbreo casa por casa y la dudosa credibilidad de las palabras del Cacho y de la Rosa, habrá que cambiar, no por nada se llaman “Cambiemos”: la solución podría estar en la inteligencia artificial. 

“La Parida” se apoda una página web que desde Barcelona el agudo narrador Andreu Martín nos regala día a día. En la última, hay un interesante aporte de Ernesto Mallo, el creador del tozudo ex comisario Lascano. Se trata del fragmento de una entrevista a Martin Hilbert, un experto en Inteligencia Artificial. Hilbert menciona los estudios realizados por Michal Kosinski, doctor en Psicología de la Universidad de Cambridge, quien sostiene que mediante likes de Facebook es posible tener un perfil completísimo de cada usuario, su orientación sexual, su origen étnico, sus opiniones religiosas y políticas, su nivel de inteligencia y de felicidad, si usan drogas, si sus padres son separados o no. “Con 150 likes –asegura Hilbert–, los algoritmos pueden predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250 likes, mejor que tú mismo”. Un empresario inglés en base a los trabajos de Kosinski fundó la “Cambridge Analytica”. Trump contrató a Cambridge Analytica para su última campaña electoral. ¿Por qué razón? Así lo explica Hilbert: “Usaron esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada ciudadano que puede votar. Casi 250 millones de perfiles. Obama, que también manipuló mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones de perfiles, pero con Trump estaban todos. En promedio, tienen unos 5000 puntos de datos de cada estadounidense. Una vez que clasificaron a cada individuo según esos datos, los empezaron a atacar. Por ejemplo, en el tercer debate con Clinton, Trump planteó un argumento, ya no recuerdo sobre qué asunto. La cosa es que los algoritmos crearon 175 mil versiones de este mensaje –con variaciones en el color, en la imagen, en el subtítulo, en la explicación, etc.– y lo mandaron de manera personalizada. Por ejemplo, si Trump dice “estoy por el derecho a tener armas”, la gente más miedosa recibe esa frase con la imagen de un criminal que entra a una casa. Otros, que son más patriotas, la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la misma frase de Trump en dos versiones distintas. Pero ellos crearon 175 mil versiones. Es una operación de lavado de cerebro. No tiene nada que ver con democracia.” 

Frente a las elecciones de octubre, el gobierno ve frustradas las posibilidades del voto electrónico, en tanto que su ficción política se debilita sin remedio. El actual presidente de los Estados Unidos de América y nuestro actual presidente son como dos gotas de agua, una gota grande y otra chica, pero gotas al fin. Por eso, el mejor equipo de los últimos cincuenta años podría estar contactándose con “Cambridge Analytica”, si la inteligencia natural no da para más, es preciso recurrir a la artificial. “Sí, se puede”, repiten entusiastas mientras inflan nuevos globos de colores.