Poner el cuerpo significa que sólo se puede pensar actuando y que sólo se puede actuar pensando. Marina Garcés cuenta que nació dos veces en Barcelona: la primera fue en 1973; la segunda, el 28 de octubre de 1996, cuando la policía desalojó el Cine Princesa, después de siete meses de okupación. “Esa tarde estuve allí. Estuvimos allí. Un nosotros sin nombre se sintió y se hizo sentir. No sabíamos quiénes éramos y aún no lo sabemos del todo. Éramos la ciudad que no cabía en el escaparate. La ciudad que no se había terminado de creer el éxito olímpico”, advierte la filósofa catalana en uno de los ensayos–crónicas de Ciudad Princesa (Galaxia Gutenberg), que participará este domingo a las 19.30 en la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos, en el stand de Barcelona, la ciudad invitada, junto a la cineasta Ingrid Guardiola y el sociólogo Eduardo Grüner, en una charla titulada “La imagen, campo de batalla”.

La autora de Un mundo común (2012), Fuera de clase (2016) y Nueva ilustración radical (Anagrama, 2017, Premio Ciutat de Barcelona de Ensayo 2017), docente en la Universidad de Zaragoza, participó activamente de los movimientos sociales que gestaron el “15M” en España y desde 2002 impulsa el proyecto de pensamiento colectivo Espai en Blanc. “Poner el cuerpo y tomar la palabra son dos caras inseparables de una misma transformación que implica salir del lugar separado del analista en versión académica, para pasar a comprometerse desde los vínculos que transforman nuestros mundos. Hay una relación indisociable entre el pensar y el hacer, entre el decir y el actuar; es una filosofía experimental que se compromete transformando la propia vida también”, plantea Garcés en la entrevista con PáginaI12.

–¿Por qué los movimientos okupas se dieron con mayor intensidad a mediados y fines de los años 90 en Barcelona?

–Fue un ciclo de luchas y de procesos de politización, que es muy interesante porque tiene factores locales y globales que se entrelazan. En el 94 surge el zapatismo, en el 96 es el desalojo del cine Princesa, que inicia un nuevo ciclo de politizaciones; en el 99 Seattle y la antiglobalización. A partir de ahí hay una sucesión de acontecimientos que van hasta el “15M”, en el que vuelve a pasar lo mismo: situaciones muy locales, políticas, económicas, que se acoplan a la vez con prácticas y lenguajes que se comparten a niveles más globales. El movimiento de okupación en Barcelona está vinculado a un fenómeno muy propio que es la okupación para la apertura sobre todo de centros sociales, no sólo para uso habitacional, y eso lo que hace es interactuar de forma abierta con el proceso de privatización del espacio público en un momento en que las ciudades posindustriales estaban viviendo una reconversión económica hacia una economía de servicios, de turismo, de especulación inmobiliaria, que alteró completamente la vida de los barrios. La okupación es como un gran laboratorio vivo de muchas prácticas que permiten conectar mundos y a la vez intervenir muy localmente en los barrios.

–El movimiento okupa se sentía inspirado por el anarquismo, también estaba próximo al zapatismo, aunque lo más característico era el rechazo a toda identidad. ¿Qué vínculos había entre la okupación y el independentismo catalán?

–La okupación como práctica no solo funcionaba como una escuela política, sino como una encrucijada de mundos. Hay y sigue habiendo lo que se llaman los casals, que son casas okupadas por formaciones juveniles independentistas. Lo más definitorio de estos mundos es una afinidad antiautoritaria que comparte el independentismo de base y estos mundos más libertarios. Y que ha hecho que el 1° de octubre de 2017 hayan sido perfectamente solidarios y recíprocos a la hora de asumir la defensa del referéndum.

–¿Por qué planteás que el movimiento okupa es más de autodeterminación que de desobediencia? ¿El independentismo catalán también es así?

–Llega un momento que lo que eran prácticas de desobediencia civil, con el imaginario que ha impulsado el 1° de octubre de 2017 en Cataluña, se desborda y ya no es tanto “desobedecemos una ley para transformarla”, que es la idea clásica de desobediencia civil, sino que la reivindicación prohibida de un referéndum se convierte en sí misma en un acto de autodeterminación. Que se celebre el referéndum, a pesar de estar prohibido y no solo que se celebre, sino que genere un marco de implicación tan amplio por parte de sectores muy diversos de la sociedad, es una autodeterminación en sí misma porque no solo transgrede la ley, sino que invalida la autoridad que está detrás de esa ley; deja de reconocerla y la deslegitima en su propia soberanía. 

–Ahora parece como si hubiera una “falsa calma”. ¿Cómo se resuelve la situación en Cataluña?

–Lo que ha habido es un golpe represivo muy fuerte; la falsa calma es el efecto de la represión. Pero después también hay una larga actuación, aún en curso, del aparato judicial. Lo que se ha hecho, como en tantos otros contextos, es judicializar la política y crear una especie de laberinto legislativo-jurídico–penal infinito de una complejidad desgastante, que va erosionando la expectativa colectiva. El hecho que ha paralizado todo es que hay presos políticos sin sentencia. Y hay otros que están afuera del país. Esto crea un estado de excepción permanente sin acción, una cosa muy paradójica. La excepcionalidad es cotidiana.

–¿El resultado electoral de las elecciones de hoy puede incidir?

–Sí, estas elecciones son muy tensas porque si ganara el sector de los tres partidos de derechas (PP, Vox y Ciudadano) una de las cuestiones que lleva el partido Popular en el programa es la declaración de un 155 permanente. El 155 es el artículo de la Constitución Española con que se intervino la autonomía de Cataluña; es la suspensión de un gobierno autónomo y aún hay una parte de la economía que está intervenida. Hay cierto miedo, muy fundado, de que si gana la derecha vamos a estar en una situación muy complicada.