Lionel Messi ratificó, por si alguien tenía alguna duda, que está dispuesto a volcar toda la inmensidad de su genio para ganar la cuarta Champions League de su extraordinaria carrera. El supercrack rosarino hizo de dos de los tres goles con los que el Barcelona derrotó por 3 a 0 al Liverpool y dejó a su equipo en una posición inmejorable para pasar a la gran final del 1° de junio en Madrid. En la revancha del próximo martes en Inglaterra, los catalanes deberían perder por cuatro tantos de diferencia para quedarse afuera del partido decisivo. Y aunque el propio Messi reconoció que “nada está definido porque vamos a una cancha muy difícil, con mucha historia y que aprieta mucho”, algo parecido a una hecatombe futbolística debería suceder en Anfield Road para que esta historia reconozca un final diferente.

Quienes juzgan el fútbol sólo a partir del prisma estrecho de los resultados se llamarían a engaños si evaluaran lo sucedido ayer en el Camp Nou sólo a partir del 3-0. Los números fríos indican una superioridad abrumadora del equipo de Ernesto Valverde sobre el de Jurgen Klopp. Y nada más lejos que eso fue lo que sucedió en la cancha. Hubo largos ratos en los que Liverpool complicó a Barcelona y lo dominó. Con gran determinación y agresividad para ocupar el campo rival y atacar la pelota, cortó todas las comunicaciones entre las distintas líneas catalanas, los obligó a Messi y a Luis Suárez a recibir de espaldas y tiró su gran peso colectivo sobre el arco del alemán Ter Stegen.

Pero le faltó lo que al Barcelona se le cae de las manos: poder de definición. Y riqueza individual. En el primer tiempo, cuando ya era evidente la incomodidad de los locales y el estadio repleto padecía en silencio, Jordi Alba cruzó un pase al área del Liverpool y Suárez, metiéndose entre Matip y Van Dijk, los dos marcadores centrales de los ingleses, anotó el 1-0. En la segunda parte, tras una media hora de superioridad insistente del Liverpool y tres pelotas claras de gol salvadas por Ter Stegen, Messi se hizo cargo y terminó con todas las discusiones.

A los 29 minutos, recogió un rebote en el travesaño tras un remate de Suárez y con el arco libre, puso el 2-0. Y a los 38, tras una falta que Fabinho le cometió a 30 metros del área, ejecutó un tiro libre sublime y colgó la pelota de zurda en el ángulo superior derecho del arco del brasileño Alisson. Fue su 600° gol con la camiseta del Barcelona. Otro hito para la historia.

Tras el 3-0, Liverpool tuvo dos oportunidades en la misma jugada para anotar el gol de visitante que le hubiera mejorado las chances para el desquite de local. Pero a Milner le sacaron el remate sobre la línea y el egipcio Salah estrelló su remate en un palo. En el tiempo agregado, Osumane Dembele dispuso de dos oportunidades para hacer el cuarto gol. Pero las desaprovechó y le entregó al Liverpool acaso un último hilo de esperanza para intentar el milagro y la hazaña de pasar a la final.

La jerarquía y la enorme riqueza conceptual del Liverpool realzan y potencian la grandeza del triunfo del Barcelona. Tuvo que dar todo desde lo futbolístico y desde la actitud para sacar un adelante un trámite mucho más complejo de lo que indica el resultado. Pero Messi estuvo encendido otra vez, una vez más. Y cuando eso sucede, las barreras de lo imposible desaparecen y todos los sueños, como el de ganar la cuarta Champions, pueden hacerse realidad.