En 1984, el antropólogo norteamericano Clyde Snow vino a Buenos Aires para asesorar a la Conadep en la búsqueda de los cuerpos de los desaparecidos. El mismo contó su experiencia en una entrevista con PáginaI12, en 2004: “Intentamos contactar gente de las universidades para buscar antropólogos y arqueólogos y no tuvimos éxito. Mucha gente tenía miedo de que los militares volvieran, otros ya tenían carreras.Yo no hablaba español y un estudiante de medicina era mi traductor. Tres o cuatro noches antes de que volviera a Oklahoma con una misión que no había tenido éxito, volví al hotel y en el lobby había un grupo de estudiantes de Antropología y Medicina. A través de mi traductor se había corrido la bolilla de que este viejo gringo necesitaba un poco de ayuda. Me sentí conmovido, pero no tenían experiencia. Era tarde, estaba hambriento. Pensé que iba a tratar de desilusionarlos cuidadosamente y los invité a comer. Les dije que el trabajo iba a ser sucio, deprimente y peligroso. Y que además no había plata. Me dijeron que lo iban a discutir y que al día siguiente me iban a dar una respuesta. Pensé que era una manera amable de decirme ‘chau, gringo’. Pero al día siguiente estaban ahí. Ese momento marca la fundación del Equipo. Antes de que yo volviera a Oklahoma hicimos una exhumación”.

Esta semana se cumplen 35 años del encuentro entre aquel pionero de las ciencias forenses que falleció en 2014 y el grupo de jóvenes que fundó el Equipo Argentino de Antropologia Forense (EAAF). El organismo lleva identificados 780 desaparecidos pero además se convirtió en una referencia mundial: trabaja en Latinoamérica, Africa, Asia y Europa. Intervino, entre muchos otros, en el caso del Che Guevara, los 43 de Ayotzinapa y de los soldados de Malvinas. Y se ocupa, cada vez más, de casos del presente, como búsqueda de personas o trata. Luis Fondebrider, su presidente, repasa aquí sus logros, pendientes y nuevos desafíos. Y también recuerda sus inicios. 

“Veníamos de una realidad universitaria, movilizados sí, pero encontrarnos con policías, jueces, familiares, un cementerio, era algo muy nuevo y diferente. Era un país que surgía después de años de silencio. Ver una tumba con una persona que tenía una ropa que podías tener vos impresionaba mucho. Snow nos tranquilizo, nos protegió y nos fue guiando en ese proceso. Fue darnos cuenta también de que los familiares confiaban en nosotros. Eso fue fundamental. Los familiares, las Abuelas, decían que éramos como sus hijos porque teníamos la edad de sus hijos cuando desaparecieron, eso era muy fuerte”, recuerda Fondebrideren la sede del Equipo, que funciona ahora en la ex ESMA. 

–¿Con el tiempo se acostumbraron al impacto de ver los cuerpos?  

–Es mucho mas difícil el trabajo con los familiares que con los cuerpos. Escuchar las historias de búsquedas de las madres, los padres. En muchos lugares hemos escuchado a personas con ocho o diez desaparecidos en la familia y como,al mismo tiempo que sigue su búsqueda dejan sus cosas intactas. Eso es más fuerte que excavar una fosa con cuerpos. Escuchar a los familiares es lo más fuerte, pero a la vez lo que le da sentido al trabajo. 

–¿Encontrar los cuerpos es lo que permite a los familiares cerrar el duelo, la historia?

–No creo que la gente haga un cierre, pero si mitiga un poco el dolor y la angustia. El hecho que su familiar sea encontrado, puesto en una sepultura, tenga una flor, una placa, indudablementees un cambio. Pero el familiar ya no está. Los familiares dicen que les hace bien y esa es la mayorsatisfacción para nosotros.      

–¿Hace 35 cuando los convocó Clyde Snow imaginaban en qué se iba a convertir el Equipo? Hoy, además del trabajo que hicieron identificando desaparecidos en Argentina, es una referencia mundial. 

–No nos imaginábamos esto cuando empezamos. Poco a poco, nos fuimos dando cuenta que lo que hacíamos podía hacer una diferencia con los familiares. Siempre teniendo muy claro que somos una parte de algo mucho más amplio en esos cuatro conceptos que son memoria, verdad, justicia y reparación. Desarrollamos una forma de hacer ciencia con la gente, con los familiares. Cuando se hace una identificación nosotros informamos. Explicamos a los familiares por qué lo identificamos, cómo lo identificamos, atendemos sus dudas. Creo que logramos reflejar la idea de que lo científico y lo humano puede ir junto. 

–En marzo lanzaron una campaña para que familiares de desa-parecidos se acerquen al Equipo a dejar una muestra de sangre porque hay 600 cuerpos que pudieron recuperar pero no identificar, ¿cómo fue la respuesta? 

–Fue la continuidad de la campaña que empezamos en 2007, cuando conseguimos el apoyo para hacer masiva la búsqueda de muestras. Hubo muchos llamados. Ya no son los padres, es la generación siguiente. Hay familiares que no se acercaron antes porque no querían, porque no sabían. Las muestras se incorporan al laboratorio que tenemos en Córdoba y se cruzan con los restos. 

–¿Cuánto demora un proceso de identificación en general?

–Depende de varias cosas, por ejemplo, si el cadáver está completo o no, si es un esqueleto. Si es un caso abierto o cerrado. Un caso cerrado es un avión que se cae y hay una lista de pasajeros y x cantidad de restos para comparar. Lo que nosotros tenemos en general son casos abiertos, no tan abiertos como para comparar todos con todos, podemos ir cerrando por zonas o épocas, pero tenemos muchos huecos, gente que no sabemos dónde estuvo, por dónde pasó, cuánto tiempo estuvo secuestrada. Eso hace que la investigación sea como armar un rompecabezas, no con piezas grandes sino con piezas chiquitas. Cuando se anuncia una identificación hay muchas cosas detrás que llevaron mucho tiempo. La investigación previa es mucho trabajo. La genética también tiene sus cosas. 

–Hay una reconstrucción histórica antes de la genética. La militancia, el secuestro.

–Si bien la identificación la dan las pruebas con el esqueleto, hay una reconstrucción de quién era la persona, cómo murió, desapareció. En Argentina, todas las personas desaparecidas están relacionadas con alguien, no se llevaron a una persona que no tenía relación con gente. Esa reconstrucción de cómo estaba estructurado el grupo, quién lo llevó, a dónde lo llevaron es lo que implica un trabajo preliminar, hay que ver archivos, testimonios de gente que estuvo secuestrada, de gente que lo pudo haber visto, de represores, aunque acá esto último casi nunca se pudo hacer. 

–A fines del año pasado tuvieron que reclamar porque el Gobierno no les depositaba la plata que les correspondía. ¿Está regularizada la situación del presupuesto?

–Después que hicimos la conferencia de prensa tuvimos una respuesta rápida. Estamos mucho mejor, estamos gestionando los fondos para este año. 

–¿Cómo se ha financiado el Equipo a lo largo de estos 35 años? 

–El Equipo se financio siempre con organismos privados de Estados Unidos y Europa, algunos gobiernos europeos y desde 2005 el estado argentino. A eso se incluye trabajos que hacemos para Naciones Unidas o la Cruz Roja. Eso nos permite no cobrarles a los familiares. 

–¿Cuáles son los principales proyectos del Equipo actualmente?

–Hace trece o catorce años comenzamos a trabajar en otro tipo de casos, en México con femicidios y migrantes. Y en Argentina con casos de desapariciones en democracia, gente que desaparece porque se va de la casa, por violencia institucional, trata de personas. Tenemos que interactuar en una dinámica nueva, para volcar la experiencia acumulada en casos del presente. Hoy, si una persona desaparece en Chubut y aparece un cadáver en Salta, no hay forma de relacionarlos, no hay una base de datos unificada en el país. Las provincias no están conectadas, la policía funciona por su lado, el ministerio Público por otro. Estamos tratando de que se puedan sentar todos en una mesa para conversar y tener líneas comunes de trabajo y metodología. El proyecto más grande que tiene el Equipo fuera de la Argentina es en México, es el proyecto frontera. Al igual que acá, si desaparece una persona y aparece un cadáver en Arizona o Texas no hay forma de relacionarlos, entonces hemos creado un mecanismo multinacional que apunta a la creación de bancos forenses donde se cruza información constantemente. 

–¿Y cómo fue el proceso de involucrase en casos del presente?

–En Argentina empezaron a llamar fiscales que no estaban conformes con los resultados que tenían, ya sea para determinar la causa de la muerte de una persona o la búsqueda de una persona. El caso de Luciano Arruga (el adolescente que desapareció en 2009 –antes había sido detenido y torturado por la policía– y fue hallado en 2014 como NN en Chacarita) fue emblemático porque visualizó una realidad que había sobre los problemas para identificar una persona que desaparece, pero ha habido otros, como Margarita Verón. El símil que se puede hacer con los desaparecidos de los 70 es que la gente tuvo que salir a la calle. Eso tiene que ver con lo positivo de la Argentina, la capacidad de movilización y lucha de la sociedad, de algunos sectores al menos, no lo vemos en ninguna parte del mundo. Lo que se logró acá casi en ningún lugar se ha logrado. Una sociedad civil movilizada exige al estado ponerse a trabajar. 

–¿Intervienen sistemáticamente o a pedido? 

–No hemos llegado al nivel de los desaparecidos, donde hacemos investigaciones sin que venga un familiar. Una diferencia grande con los casos históricos es que acá no hay un sistema para desparecer gente. Acá hay burocracia, mecanismos que se cortan, deficiencias, líneas que no se siguen. 

–Sobre los casos del terrorismo de Estado en que están trabajando, ¿cuáles son los más nuevos?

–Lo más novedoso es un área de nuevas tecnologías, donde utilizamos aplicaciones y metodologías de disciplinas científicas que no son tradicionales en el ámbito forense, como la física y la matemática. Hacemos análisis más sofisticado que implica, por ejemplo, teoría de conjuntos, utilizar prioridades: cómo una persona desaparece en un lugar y relacionarlo con diferentes desaparecidos. Nos aventuramos en un mundo nuevo que no tiene que ver con buscar a una persona en una lista y en un lugar sino hacer un análisis un poco más abstracto. Estamos trabajando en eso con la masacre de Fátima, algunos casos de la zona sur de Cementerios, tenemos espacios geográficos, fechas y gente sin filiación política, gente con filiación política. Lo que estamos haciendo con ayuda de una física es relacionar esas personas a través de parámetros que son numéricos, que tiene que ver con dar prioridades y valores a lo que representa cada persona en esa red de relaciones. Es un trabajo nuevo y esperemos que de sus frutos. Tiene que ver con expandir toda la potencialidad de la ciencia. En Argentina hay mucha capacidad científica y hay gente que puede pensar el problema desde otro lado. Los casos que nos tocan son complejos, son masivos, se ocultan los cadáveres, no se da información. Por eso necesitamos herramientas diferentes a las tradicionales para avanzar. 

–¿Qué es lo primero que les dicen a la gente que viene a formarse?

–Tenemos una escuela latinoamericana que se hace una vez por año, y un curso de femicidio con gente de Argentina y el exterior. Hicimos un curso para periodistas, en el que me sorprendió en algunos casos el buen nivel de preguntas de los periodistas y en otros casos me llamó la atención cómo se sorprendían con algunas cosas que suponían y no son así, por ejemplo, la infalibilidad de las huellas dactilares o manchas de sangre o el reconocimiento de gente por imágenes. Hace quince años hay una crisis muy grande en el mundo en ciencias forenses, se están cuestionando cosas que se daban por establecidas, sobre todo en Estados Unidos. Y existe el proyecto Inocente, que a través de la genética demostró que gente que estaba presa porque le dijeron que el cabello correspondía... estaba mal hecho, error humano, error de la técnica. Hay un gran cuestionamiento de la prueba científica en el ámbito forense en el mundo. Acá estamos años luz de eso, e incluso estamos muy lejos de algunos países de América Latina. 

–¿Pero qué le dirían a un grupo de personas que quieren replicar la experiencia del Equipo en su país, en un país en el que se atravesó algún hecho traumático? 

–Que el trabajo científico no está aislado de todo lo demás. El trabajo tiene que hacerse con los familiares, no se pude hacer como se hace tradicionalmente, aislado. El familiar, su comunidad tiene que ser el centro y no un convidado de piedra que escucha resultados o da muestras. El segundo componente es la multidisciplinariedad. No hace ciencia forense solo un medico, un antropólogo, son muchas disciplinas. Independencia, autonomía es fundamental. Y es un trabajo que toma años, toma generaciones y necesita una visión a largo plazo. Finalmente, que se necesita investigación y educación continua. 

–¿Cuál fue el caso más difícil en que le tocó intervenir? 

–Siempre menciono un caso que hicimos en El Salvador en 1992: la Masacre de Mozote, que es la masacre más grande que hubo en América Latina, en la que el Ejército salvadoreño mató a mil personas, la mayoría mujeres, chicos y gente mayor en seis días. Fue muy impresionante porque era una fosa con 150 chicos ejecutados. Fue un caso muy fuerte. Y fue una pelea con el estado salvadoreño para avanzar en la investigación. Pero lo que distingue al Equipo es que cada caso, sea anónimo o famosos, no hacemos diferencia. 

–¿Alguna cuenta pendiente? ¿Qué falta?

–Necesitamos más gente, algo más de fondos. En estos 35 años hemos ido subiendo despacito, creciendo de a poco. Nos da satisfacción poder dar respuestas a la gente. Nos gustaría poder hacer más cosas, contribuir a que la Argentina tenga un sistema mas solido de búsqueda de personas desaparecidas, de procesamiento de los cuerpos. Y también nos entusiasma la cooperación sur-sur que es el intercambio igualitario con otros países que necesitan ayuda. Estamos trabajando en doce o trece países, como Vietnam, Colombia. Con respecto al Terrorismo de Estado el trabajo está consolidado, pero se pueden identificar más cuerpos. Nosotros nos hemos hecho cargo de la búsqueda de los cuerpos, algo que hubiese tenido que hacer el Estado. Los números son bajos. En 35 años el Equipo ha recuperado unos 1500 cuerpos y se identificaron 780 personas. Es una fuente de frustración no haber podido identificar a más, por eso queremos identificar estos 600 que tenemos. Buscar va a ser muy difícil. Lo importante del trabajo de Argentina es que más allá del gobierno de turno el tema ya esta instalado en la sociedad, es motivo de reflexión todos los días y creo que el Equipo contribuyó un poco con eso. El tema de la justicia también es importante, la justicia actuó y sigue actuando. Tenemos que seguir y tenemos que seguir dando respuestas. 

–El porcentaje de identificación de los desaparecidos argentinos es bajo porque existieron los vuelos de la muerte. ¿Son irrecuperables la mayoría de los cuerpos?

–Lo que sabemos es que de los cuerpos arrojados en helicópteros o aviones al mar argentino o al Río de la Plata han aparecido entre 60 y 70, de los cuales la mitad hemos identificado. Los otros no sabemos. No sabemos si pueden estar en algún lado. Pero no hay que olvidarse que en 1984 se exhumaron muchos cuerpos, en lo que fue el show del horror, con palas mecánicas, que se mezclaron. Eso no quiere decir que vamos a dejar de buscarlos, pero los principales lugares en Argentina donde trabajamos son los cementerios y los cementerios están agotados. No tenemos más cementerios que relevar. 

–¿En ESMA y Campo de Mayo, los principales centros clandestinos de la Capital, nunca se encontraron cuerpos ni hay hipótesis de fosas? 

–En la ESMA hemos buscado en el campo de deportes y en otros lugares y no encontramos nada. No quiere decir que no haya. La información no era exacta, como en otros lugares. En Campo de Mayo lo mismo, es un lugar muy grande. Y son dos lugares que han tenido mucha actividad. No los abandonamos pero no tenemos exactamente dÓnde buscar. 

–Entonces, no le ve futuro a los intentos negacionistas.

–Nosotros trabajamos en muchos lugares y siempre hay grupos negando u oponiéndose, pero en el caso de Argentina, que haya ex centros clandestinos de detención como lugares de reflexión, de memoria, con jóvenes trabajando, es casi único en el mundo. Y eso no es algo que se hizo por decreto, es algo que se fue instalando, más allá del cambio generacional que hubo. Es algo que te hace pensar en el pasado, el presente y el futuro. Y esa es la herencia más importante que pude dejar Argentina para el mundo, su política de derechos humanos.