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PANORAMA ECONÓMICO

ADÓNDE VA EL PATRICIOS

Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes) Como toda crisis, la caída del Patricios plantea preguntas, proporcionadas a los 200 millones que pueden llegar a perder sus depositantes. Y cuando se les buscan respuestas, éstas no llegan o no sirven. Por ejemplo: si el descenso del banco a los infiernos se inició con el retiro de 50 millones de dólares por parte del fondo hispanosuizo Socimer, el interrogante es si hay o no límites establecidos para la concentración de los pasivos, como los hay para los activos. La contestación es que no, que debería haber un tope, que durante el Tequila se pensó en establecerlo, pero que se dejó el asunto para mejor ocasión y nunca se hizo. El depósito de Socimer equivalía al 15 por ciento de toda la cartera, y casi quintuplicaba las disponibilidades del banco, con lo que los demás depositantes quedaban expuestos al antojo de ese fondo. ¿El BCRA y la Superintendencia de Entidades Financieras no vieron esta vulnerabilidad? Pero éste no es el único reproche que se le puede dirigir al actual directorio del Central.

Al conocerse la denuncia penal del organismo contra los dueños del Patricios, no hubo más remedio que reaccionar con doble asombro. En primer lugar, porque la acción judicial fue iniciada dos semanas antes de disponerse la suspensión del banco. Podía presumirse que la novedad se filtraría hasta algunos depositantes fuertes, permitiéndoles a algunos de ellos ponerse a salvo, mientras la masa de pequeños ahorristas seguiría en la ignorancia hasta que fuera demasiado tarde. En segundo término, si Alberto Spolski y los otros responsables del banco son acusados de fraude por el Central, éste debería removerlos simultáneamente de la conducción y colocar otro comando. No sólo no lo ha hecho, sino que acaba de encargarles a los directivos denunciados penalmente licitar el banco, en lugar de hacerlo por cuenta y orden de los socios.

En casos como éste, cuando cientos de depositantes corren el riesgo de perder una parte sustancial de sus ahorros, importa saber en qué medida responderán con su patrimonio los dueños del banco. La respuesta es simple y cruda: sólo con la porción del patrimonio que hayan colocado en la entidad. O ni siquiera, porque la posibilidad de realizar un activo integrante del capital para poder hacer frente así a los pasivos depende de que esté bien instrumentado. La experiencia de otros naufragios enseña que al ir a realizar un inmueble los liquidadores pueden hallarse con que está edificado sobre una parcela ajena, lo que lo vuelve invendible, o existe una previa opción de compra, no vencida, en favor de un tercero, o alguna otra inhibición.

Si ya había incertidumbre sobre la calidad de los activos y del capital del banco, la denuncia de autopréstamos y otras maniobras la aumenta. Muy difícil, si no totalmente descartable, es que el banco pueda venderse en bloque. Por un añadido legal, desde 1995 es posible ofertar sólo por algunos activos y pasivos, con lo que quedaría un Patricios residual, para liquidar lo que no se venda. Es impensable que alguien esté dispuesto a asumir más pasivos que los atendibles con los activos que le transfieran, y ello luego de hacer su propia tasación de esos bienes, que seguramente será muy inferior a la que figura en el balance del banco.

En este proceso, los depositantes ni siquiera estarán en primera fila para recuperar su plata. Por delante de ellos están los trabajadores del banco, los pasivos privilegiados (deudas hipotecarias o prendarias de la entidad) y las acreencias que el BCRA pueda aducir. Recién después llega el turno de los depositantes, y ello hasta el límite garantizado de 10 o 20 mil pesos. Otros socios indeseables pero ineludibles a la hora de repartirse las astillas serán los abogados (dicen que ninguno va al cielo), en el caso de que se llegue a la liquidación judicial.

Entre lo aparente, lo real y lo demostrable de estos negocios puede haber distancias infranqueables. Para el BCRA, hay 40 millones de pesos en créditos a empresas vinculadas, lo que casi triplicaría el tope admitido por las normas, que es del 25 por ciento de la responsabilidad patrimonial computable. Pero para ello es preciso demostrar la vinculación. Por ejemplo: que uno de los dueños de Nuevos Clubes Argentinos, firma que habría obtenido 12 millones, sea Ernesto Spolski, hijo del presidente del banco, no significa legalmente demasiado. El parentesco no implica vinculación, salvo que entre el banco y NCA haya accionistas o directivos comunes. Para el sentido común, el autopréstamo es obvio. Para la ley no.

Quién gane esta pulseada judicial puede resultarles indiferente a los depositantes entrampados, que a esta altura deben de estar preguntándose para qué sirven el BCRA y la Superintendencia. Ante la conducta fraudulenta de un banquero, reaccionan cuando el daño ya fue hecho, y sólo porque ese banco cayó en iliquidez e insolvencia. Pero aun en ausencia de fraude, no es mucho lo que inspectores y veedores pueden hacer si la política oficial para el sistema bancario es que queden pocos bancos, y salvo alguna excepción extranjeros, porque se cree que es lo único compatible con la convertibilidad.

Atrapados entre crecientes exigencias de capital establecidas por el Central, los coeficientes con que es reducida la valuación de los activos (en la Argentina se exige una relación capital/activos cincuenta por ciento mayor que en Europa) y el ingreso de más y más gigantes internacionales, bancos como el Patricios pierden toda viabilidad, salvo que encuentren a tiempo a quién venderse. Si sus dueños no pueden o no quieren volcarles todo el capital adicional necesario, antes de tirar la toalla pueden optar por el maquillaje (simular capitalizaciones y sobrevaluar activos), los negocios salvadores --que quizá no resulten tales--, o hasta el fraude y el vaciamiento (autopréstamos irrecuperables, honorarios tropicales, etcétera).

A pesar de todo, cualquiera puede imaginar todavía un final feliz, con daño limitado para los ahorristas y renovación de confianza por parte de los depositantes, siempre y cuando el Patricios sea anexado por algún banco extranjero. A nadie podrá negársele el derecho de encender cuatro velas para rogar por ese desenlace claudicante.

 

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