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CONTACTO
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 T.gif (67 bytes) Algo está pasando en el edificio. El problema es en la parte de adelante. Yo vivo en el contrafrente y no estoy enterado de nada. Intento averiguar algo hablando con una vecina, una anciana que es sorda como una tapia y me habla apoyándose una corneta acústica en la oreja. Así es como me entero de las últimas novedades. Resulta que hace un tiempito en el sexto se instaló un inquilino nuevo, trompetista. Tocaba de día, tocaba de noche, nunca paraba de tocar. Los demás inquilinos se alarmaron, se indignaron y después pasaron al ataque. Primero mandaron al portero y el portero rodó por la escalera. El trompetista es un tipo que siempre anda en musculosa, luce bigote manubrio, se rapa el cráneo y su tórax --tal vez de tanto soplar en la trompeta-- es como una caja de camión. Después del fracaso del portero el trompetista recibió la visita de una delegación y todos rodaron por la escalera. Ante esas demostraciones ya nadie quiso ir a reclamar y los vecinos se reunieron durante varios atardeceres para confabular. Entonces alguien se acordó de la mujer del quinto, una cantante de óperas, con la cual había tenido un problema parecido un año atrás, cuando también ella era nueva en el edificio. Cantaba óperas día y noche y no había forma de hacerla callar. La pelea había sido dura y no porque la mujer fuera forzuda como el trompetista y se la pasara tirando gente por la escalera, sino porque era empecinada y se encerraba y mientras los vecinos desesperados se amontonaban en el pasillo y tocaban timbre y pateaban la puerta, ella seguía cantando y cantando. La mujer había capitulado después de un largo asedio durante el cual le habían cortado la luz, el gas, el agua y el teléfono. Bien, alguien se acordó de ella y dijo: "Estamos todos de acuerdo en que con el trompetista no valen las medidas de fuerza, pero existe un camino para derrotarlo, en algún momento también él tiene que dormir, paguémosle con su propia moneda y así entenderá. Lo que yo digo es: vía libre a la cantante de óperas, todo el poder a la cantante de óperas, que le reviente bien los tímpanos al forzudo". Como detalle importante señaló que las ventanas de la cantante están justo debajo de las ventanas del trompetista. Hubo algunas resistencias porque más de cuatro todavía conservaban frescos en sus oídos los temibles alaridos de la mujer. El estratega los tranquilizó argumentando que pactarían y el poder a la cantante sería sólo temporario. Una vez neutralizado el trompetista, si ella no respetaba lo convenido e insistía en seguir cantando les sería fácil silenciarla como ya lo habían hecho una vez. Hubo acuerdo y partieron en tropel hacia el quinto. La cantante los escuchó con atención, los miró uno a uno con sus ojos lánguidos y sorprendidos, dijo que sí todo el tiempo, sí, sí, sí, aunque nadie hubiese podido asegurar que estaba entendiendo realmente lo que le proponían. Cuando terminaron las explicaciones su único comentario fue: "¿Entonces puedo cantar?". Acá hubo varios que de nuevo sintieron correrles un escalofrío por la espalda e intentaron dar marcha atrás y la negociación estuvo a punto de fracasar. No bien la delegación se retiró la cantante de óperas abrió las ventanas de par en par. Ese día, esa noche y durante el día siguiente la mujer cantó y cantó y se recompensó de tantos meses de silencio y en las farmacias de los alrededores se agotaron los tapones para oídos. En el sexto piso, en el departamento del trompetista, hubo una pausa y todos permanecieron alerta y comenzaron a creer que habían alcanzado rápidamente la victoria. Algunos sugirieron que no valía la pena seguir esperando, ya podían ir a golpear la puerta del quinto y explicarle a la cantante que era suficiente, basta de canto y muchas gracias por su colaboración. Pero de pronto la trompeta atacó de nuevo. En la última hora de la tarde la trompeta le contestó a la voz. Trompeta y voz se tantearon, se olfatearon, dialogaron, partieron, dieron una vuelta por el cielo, regresaron y ya no se separaron más. Ahora hace un par de semanas que andan juntas, se llaman a cualquier hora, agudo va y agudo viene, con un entusiasmo imparable, y el edificio entero está consternado. "A mí no me molestan --dice mi vecina de la corneta--. Y le digo más, me enternecen esos dos, solos contra todos."

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