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ENTRE LOS VAGABUNDOS DE BUENOS AIRES

HAY DESDE PSICOLOGOS HASTA SOCIOLOGOS Y GEOGRAFOS

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Los linyeras que viven en el Instituto Félix Lora: allí suelen pasar un promedio de cuatro meses.

El 98 por ciento de los sin techo tiene algún tipo de escolarización; el 60 por ciento pasa más de un año en la calle.

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Marcelo creció en Barrio Norte, se recibió de agrónomo en Tandil y después fue creativo publicitario.

Llegó a la calle después de perder un hijo, separarse y quedar sin trabajo.


t.gif (67 bytes)  Marcelo carga un tajo en la frente como un estigma. Tiene 47 años. Vivió en Barrio Norte. Fue pupilo en un colegio privado. Se recibió de agrónomo en Tandil. Años después, en Buenos Aires, fue creativo publicitario. Perdió un hijo en un accidente, quedó sin trabajo y sin pareja. Pagó un hotel hasta que no tuvo fondos. Terminó durmiendo en Lezama y Constitución. Barbudo y pelilargo, se convirtió en el clásico linyera. Hoy vive en el Instituto Félix Lora del Programa de los Sin Techo. Marcelo es parte del 6% de los vagabundos porteños con estudios universitarios y terciarios. Entre ellos hay sociólogos, técnicos, psicólogos y el año pasado ingresó un geógrafo. Al margen de los profesionales, otros cifras son elocuentes: el 43% de gente que vive en la calle terminó la escuela primaria; un 14% finalizó el secundario y otro 10% ingresó sin completarlo. Los datos fueron relevados durante el primer año de vida del Programa, por el que pasaron 822 vagabundos. El desempleo fue definido por el gobierno porteño como factor desencadenante de quienes viven en la calle. Todas las semanas sale una combi para ofrecer a los Sin Techo dormitorio, ducha y comida. Página/12 se subió al ómnibus, conoció a los hombres y encontró un nuevo tipo de linyera.

"Quedé destruido tras la primera salida", el chofer de la combi rezonga antes de la partida. Patricia Malanca ocupa el primer asiento como psicóloga de abordo. El micro parte habitualmente desde el Instituto Félix Lora, uno de los albergues del Programa, y el regreso depende del listado de posibles pasajeros. Las paradas se hacen sobre denuncias de ONG y de vecinos. Larrea y Beruti es el primer destino del micro.

En otro recorrido, la combi un día sorprendió a Rodolfo. El hombre tenía miedo. No quiso que sus hijos supieran que estuvo en la calle. Es psicólogo social y tiene 47 años. Estuvo 120 días en Plaza Houssay. Estaba barbudo y maltrecho. Al margen de algunas pasantías, nunca ejerció su profesión. Mientras pudo, manejó taxis y hurgó formas de rebusque como el timbreo para la venta de libros. Dijo haber estudiado psicología por curiosidad. "Padecía una depresión endógena", diagnosticó tiempo después su terapeuta. Un día quedó sin empleo y la situación se transformó en el pasaporte sin retorno hacia la calle. La falta de fondos provocó una crisis familiar y la ruptura con su pareja. Continuó viviendo en Barracas hasta que, sin dinero, se refugió en la plaza. Un vecino llamó para denunciar su situación y Rodolfo fue levantado por la combi.

La noche pesa sobre Buenos Aires. En la combi se evalúan los datos. Cristina Alvarez, asistente social en el equipo de búsqueda, anticipa que el hallazgo certero será el Spinetto. La combi deja Barrio Norte y toma esa dirección.

 

 

Los circuitos crónicos SUBT

El Spinetto es uno de los clásicos entre los Sin Techo. En la capital existen circuitos que se denominan crónicos. Todos están cerca de parroquias y hogares donde los errantes buscan alimentos o baños públicos. Además del Spinetto, otros lugares son Corrientes, desde la 9 de Julio hasta Callao; Callao, desde Corrientes a Córdoba, Plaza Lavalle, Güemes, Houssay y Lezama, el último domicilio de Marcelo.

"Me di cuenta de lo mal que estaba cuando una señora pasó delante, me vio tirado, frenó y me dio diez pesos." Hacía meses que herrumbraba. Durante la infancia vivió en Alvear y Riobamba, hizo el primario de pupilo en el colegio Euskal Echea de Temperley y a los trece su madre lo envió a Olavarría, donde obtuvo su primer título en Agronomía, después revalidado en Tandil. "Mi madre... está bien como está; es una señora de Barrio Norte con todo el confort de mujer bien." La definición insinúa una disculpa. Marcelino, su padre, fue funcionario de la Junta Nacional de Granos, pero murió cuando Marcelo era adolescente.

Volvió del interior sin trabajo y con "un título que en la Capital no servía". Trabajó siete años de administrativo en Loma Negra, "pero el encierro no era para mí", dice. Se conectó con agencias publicitarias. "Te acordás la publicidad de 'Noblex... o nada que ver'? Salió cincuenta centavos; la hice yo", dice además que su cabeza ideó al diablito de Orbis y algunos cortos publicitarios de Grafa. "Hoy se contratan todas las publicidades en el exterior, fundieron las nacionales, fundió Noblex" y se fundió él. Vivió con dos mujeres. Del primer matrimonio tuvo dos hijos. María Florencia tiene 20 años y Enrique falleció en un accidente. La noticia lo derrumbó. "Me quedé sin trabajo y me fui a vivir a un hotel hasta que un día el gallego me dijo: 'Mirá Marcelo, no puedo bancarte más'". Después de meses de vagabundeo perdió la noción del tiempo. Entre los adoquines conoció el oficio del que pide limosna y también el del alcohólico. "Lo más duro era el frío. Entraba a un bar, pedía un sandwich y por ahí una copita de vino, después... el sueño." Con el vino soportó el frío y por el exceso terminó con una úlcera en el Argerich. Allí le sugirieron el ingreso al Programa y aceptó. Dentro del Hogar, Marcelo no se pregunta ya por su historia, intenta espantarla para salir adelante. Su cama es la número 58.

El ómnibus estaciona en el Spinetto. La calle está oscura. Tres camiones de transportes muerden la vereda. Detrás, se esconden cinco linyeras. Nadie hace preguntas. "A usted yo lo conozco", avanza Cristina. El hombre sigue hundido entre el hedor y mantas viejas, el cartón vencido apenas alcanza a dibujarle el cuerpo. Cristina se arrima todavía más y le ofrece en voz baja "comida, techo y una ducha caliente".

 

 

Ultima parada SUBT

La próxima estación de la combi es Constitución. La plaza asegura pasajeros. Eliseo quebró hace dos meses. "Soy técnico electricista y se me fundió el negocio. Vendí todo, pagué las deudas y me quedé sin nada." Hace dos noches duerme en Constitución. El cantero de un árbol le dio cobijo. Juntó unos cartones y se instaló. "Hacía un rato me había quedado dormido y la chica me llamó para decirme si quería ir al hogar." Todavía dentro de la plaza, a varios metros de la avenida, Cristina repetía la invitación a otros tres vagabundos.

El último pasajero fue José. Estuvo un mes en la calle. Tiene 34 años y trabajaba hasta ese momento como conserje en un hotel. "Me despidieron y no sabía a dónde ir a parar." Con pocos fondos aguantó algunos días en un hotel y, cuando se terminaron, José se trasladó a un rincón de Plaza España. "En estas condiciones es imposible salir a buscar trabajo, todo desprolijo me rebotaban de todos lados." El hombre se paró ante el micro. Subieron él y un bolsito negro. Con los vagabundos ahora bajo techo, el colectivo emprendió el retorno. El chofer murmuraba. "Este tipo tiene mi misma edad. ¿Quién me asegura que mañana yo no me quiebre y termine como él?"

 

Producción: Alejandra Dandan


RADIOGRAFÍA DE LA CALLE

* En 1997, fueron 1085 los vagabundos relevados en la Capital Federal.

* El 75% son hombres.

* Más del 60% tienen entre 30 y 59 años.

* El 91% son argentinos: 47% tuvo su último domicilio en la Capital Federal, 11% en la provincia de Buenos Aires y 33% son del interior.

* El 60% está más de un año en la calle.

* Cerca del 98% cuenta con algún tipo de escolarización: 43% tiene primario completo y 25% sin terminar; 14% concluyó el secundario, 10% lo tiene incompleto y el 6% cuenta con estudios universitarios o terciarios concluidos o no.

* Un 35% de los vagabundos tienen enfermedades de gravedad diversa.

* 822 linyeras ingresaron al Programa de los Sin Techo, durante el primer año de actividad, y el 60% logró alguna forma de reinserción.


UN LUGAR PARA DORMIR

t.gif (67 bytes) "No saben lo importante que es para nosotros. Mire: hoy salí con la cara cuidada como un normal y ya tengo para elegir tres o cuatro changas." La anécdota es una de las tantas citadas por los coordinadores del Programa de los Sin Techo. Tres suelen ser las formas en que los vagabundos ingresan a la red de asistencia: denuncias de vecinos a través de llamados, solicitudes de ONG y presentación espontánea. Salvo estos últimos, el resto es recogido por la combi en sus lugares habituales de permanencia y se los destina enseguida al viejo Hospital Rawson, ahora reciclado como albergue. "El lugar tiene capacidad para 80 personas y allí los sin techo cumplen la primera etapa; reciben atención primaria y comienzan a incorporar normas mínimas de horarios", explicó el coordinador Alejandro del Corno. La permanencia puede prolongarse hasta tres meses y los vagabundos sólo pueden utilizar el hogar para dormir, ducharse, desayunar y cenar. El resto del día, fuera.

Durante la estadía, elaboran junto a un grupo de especialistas la socialización y el paso a un segundo momento en los institutos Félix Lora, para hombres y 26 de Julio, para mujeres solas o con sus hijos. "Se les hace un seguimiento, elaborando toda la cuestión social y su propia historia de vida." Si bien la permanencia ronda los cuatro meses, el tiempo fluctúa de acuerdo a la estabilidad laboral o, en ciertos casos, psíquica. Los que obtienen trabajo pueden quedar bajo el Programa --en hoteles o institutos-- los primeros dos meses de modo de ahorrar algunos pesos para un alquiler. Pero están quienes no soportan el techo de los Sin Techo y apenas logran unas changas se mudan, otros vuelven con sus familias o se nuclean entre varios para vivir juntos.


POR QUE UNA PERSONA PUEDE TERMINAR EN LA CALLE

EL DESEMPLEO, DESENCADENANTE

t.gif (67 bytes) "Me quedé sin trabajo y por la vergüenza no volví a ver a mis hijos", cuenta Pedro. El desempleo fue definido por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires como factor desencadenante de quienes viven en la calle. Pedro, separado de su mujer, vivió de la construcción durante algunos años. Mientras duró la buena época durmió en las obras y destinó el sueldo a sostener la carrera de abogada de su hija. Hace dos años quedó sin contrato y se transformó en un homeless.

"Nuestra tesis era correcta: el desempleo es el primer factor desencadenante", afirmó a este diario el secretario de Acción Social del Gobierno porteño, Rafael Kohanoff. El primer año de trabajo permitió determinar además que, habitualmente, existe un componente familiar que potencia la situación de desempleo, y que, en la mayoría de los casos, los Sin Techo son rescatables. Para María Orsenigo, directora del Proyecto, a la crisis provocada por el desempleo se suman psicologías "con capacidad de quiebre importante". Tras la pérdida de trabajo normalmente comienza un conflicto familiar difícil de campear. "Por la humillación que significa para el hombre no aportar económicamente en su casa, suelen mudarse a un hotel. Los pocos pesos se esfuman a los días y, sin trabajo, ni familia se desestructuran." El paso inminente es la alcoholización y con ella comienza un círculo vicioso que aleja la reincorporación voluntaria.

De acuerdo a los datos relevados, el 60% de los vagabundos después del Programa consiguió alguna forma de reinserción. Uno de los factores clave para la vuelta al sistema es el nivel de "cronicidad" que las personas adquieren en la calle. Esto es, el grado de incidencia psíquica provocada por la vida sin techo. "Cuanto menos tiempo de vagabundeo, más probable es el reenganche con el sistema", explica una especialista. En la calle los homeless suelen perder categorías de tiempo y espacio, ejes donde centrarán esfuerzos las terapias posteriores.

Para el autosustento y como acción terapéutica se incorporó el Plan Trabajar. Los escasos 200 pesos mensuales se completan con capacitación y disciplina que intenta una socialización y "el paso de la cultura del pedir a la de trabajar", apunta Kohanoff. Pero los ex vagabundos aportan sus propios datos. "Sólo tenemos cuatro alternativas: changadores, limpieza, vigilancia y Plan Trabajar", según Eduardo, antiguo habitante de la calle, éstas son las únicas propuestas que les da la "suciedad o sociedad, impidiéndonos de hecho salir adelante". El hombre pasó los cuarenta años. Fue suboficial del Ejército hasta el `80 y funcionario de la administración pública hasta que el año pasado quedó cesante. "Con salarios de 200 o 300 pesos --critica-- no es posible más que conseguir una pieza compartida donde no podés dejar tus pertenencias sin temor."


ENRIQUE, SOCIOLOGO, LINYERA Y DOCENTE

LOS QUE LOGRARON VOLVER ATRÁS

t.gif (67 bytes) Enrique tiene 55 años. Se recibió de sociólogo en la Universidad del Salvador. Durante la dictadura se exilió en México. Cuando regresó, su puesto de gerente en YPF estaba ocupado. Quedó cesante y la indemnización le alcanzó para tirar algunos meses en hoteles. Terminó durmiendo en la zona de Retiro: se convirtió en linyera. Tuvo fuerzas para buscar la forma de reinsertarse al sistema. Estuvo ocho meses en el Programa de los Sin Techo. Dejó la calle y ahora trabaja en el pueblo de Lavalle. Es maestro de escuela. Como él, unos trescientos homeless lograron reestablecerse. Un tercio de ellos logró volver a conectarse con sus familias, en algunos casos con la posibilidad de compartir el techo.

Buenos Aires acogió a Enrique en su época de estudiante. Después, su profesión lo comprometió en el campo político durante los años duros. Náufrago de una tradicional familia radical, Enrique rehúye dar explicaciones sobre su origen. Fue gremialista en YPF donde alcanzó un puesto ejecutivo. Expulsado por la dictadura, buscó asilo en México donde vivió hasta el retorno a Salta, su ciudad natal. Viudo y con tres hijos, se refugió en casa de su madre. Intentó reingresar a la empresa pero estaba cesante. Obtuvo una indemnización. Prestó plata, hizo algún negocio y se fundió. Un hijo murió, dos hijos partieron a Estados Unidos y el más chico quedó a cargo de la abuela mientras él intentaba alguna buena en la Capital. "El resto es lo de la mayoría", anticipa una de las profesionales que lo atendería más tarde. El dinero duró algún tiempo. Vivió en hoteles, después alguna pensión hasta que comenzó a rondar la zona de Retiro.

En ese momento se bautizó como "Pedro de la calle". Escogió el seudónimo en Retiro, entre los linyeras. Su equipaje eran los recuerdos, entre ellos algunos trabajos sobre Ernesto Guevara. En su tránsito de vagabundo supo conseguir de vez en cuando cama y comida. Al tanto del Programa, se presentó en junio del año pasado. El primer egreso lo obtuvo en diciembre con trabajo de sereno de un garaje. Pero "la actividad abrió su franja narcisista y la dejó", comentaría meses más tarde su terapeuta. Enterados de su caso, una escuela de Lavalle, en el Gran Buenos Aires, lo contrató hace unos dos meses como docente.


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