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LA CONFIANZA

 

Por J.M. Pasquini Durán

t.gif (67 bytes) Italia será uno de los once países que, desde el 1º de enero de 1999, usará "euro", la moneda única de la Comunidad Europea, porque cumplió las normas del Tratado de Maastricht. Al celebrar el anuncio, conocido hace quince días, el presidente Romano Prodi, que acaba de pasar dos días en Buenos Aires, agradeció a los italianos por el esfuerzo cumplido, "incluso protestando", porque aguantaron severas restricciones financieras y el pago de la eurotasa, comparada con "un sobreimpuesto de guerra". Los comentaristas europeos, que no apostaban un céntimo hace dos años por la capacidad italiana para cumplir los requisitos indispensables, reconocen ahora que la base del éxito fue la confianza interna y externa en la propuesta oficial. Esta propuesta incluyó dos medidas básicas: control del gasto público sin recesión y estímulo del crecimiento mediante una rápida rebaja del costo del dinero, o sea, créditos más baratos.

Para la Argentina, en cambio, los expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI) recomiendan recesión y menos crecimiento mediante la drástica restricción del gasto público y créditos más caros. El jueves, en La Nación, el financista Roberto T. Alemann, hombre de confianza de la Casa Rosada, salió a respaldar esos consejos: "A veces, crecer menos es mejor", opinó. Ahí no más apuntó: "En Italia, los ahorristas locales financian toda la necesidad pública de financiamiento, que es singularmente más elevada que la Argentina", pero aquí, reprochó, "los ahorristas argentinos se resisten a financiar el déficit y las amortizaciones de deudas públicas". Aunque es crucial para entender la diferencia, se le quedó en el tintero la explicación de por qué allá sí y aquí no. Sucede que en Italia hay confianza en el gobierno y, sobre todo, en el futuro, después del proceso de "manos limpias", mientras que la Argentina está atravesada por incertidumbres y desconfianzas, la mayoría justificadas por una enciclopedia de razones, donde la inequidad y la corrupción ocupan varios tomos. Por si esto fuera poco, la creencia pública en la palabra oficial ha sido devaluada por obra y gracia del mismo gobierno.

Es tanta la pérdida de credibilidad que ni siquiera remonta cuando el mensaje del Gobierno parece coincidir con la opinión popular, como ahora que el presidente Menem y sus habituales altoparlantes hacen como si fueran a desatender al FMI. Nadie puede creer en la seriedad de esa rebeldía oral, porque el Gobierno hipotecó su voluntad desde el día en que decidió encerrarse en la casa dogmática del conservadurismo económico. El famoso "modelo" oficial sucumbiría si dejara de endeudarse a razón (promedio) de 10.000 millones de dólares por año, justamente porque la razonable desconfianza pública impide que se apoye en el ahorro nacional.

Es tan obvia la motivación electoralista de todos las gesticulaciones oficiales, que esos rezongos contra el nuevo ajuste que auspicia el FMI serían hilarantes, como una buena broma de inocentes, si no fuera porque los costos de los reajustes terminan pagándolos millones de personas con más estrecheces y sacrificios. Otra diferencia con Italia: aquí la población, con excepción de los grupos que representa Alemann, siente que los esfuerzos son inútiles. Después de un duro aprendizaje de siete años de convertibilidad, ya muchos saben que la productividad en alza, la llegada de capitales externos, el ritmo de crecimiento económico, las privatizaciones, la adoración del mercado y las demás variables econométricas que entusiasman a unos pocos, sin una equitativa distribución del bienestar, jamás llegarán al bolsillo de la mayoría que trabaja o busca empleo. Esta es la base real, más que las inhibiciones legales, para que la candidatura de Carlos Menem tenga menos chance que una ruptura con el FMI.

Desde las elecciones del 26 de octubre está quebrado el pacto menemista que unía la economía conservadora con el voto popular y nada indica que pueda repararse de aquí a octubre de 1999, cuando las urnas se abran para elegir un nuevo presidente. Sólo un exagerado temor por el futuro inmediato podría alterar esa tendencia, a partir por ejemplo de la aplicación del terrorismo de mercado. Menem confía en provocar esas condiciones con apoyo del establishment, interesado a su vez en neutralizar las presiones populares de reparación, en contra del "modelo", a que se verá sometido el futuro gobierno. Los "golpes de mercado" en 1989 y el "voto-cuota" de 1995 son los antecedentes que alientan el optimismo oficialista. Por eso, la difusión intimidatoria del informe del FMI y de opiniones como la de Alemann, las reuniones con empresarios para advertirles que Menem es el único que puede garantizar la continuidad del programa económico, el envío de Julio César Aráoz a la OEA como propagandista internacional del tercer mandato son otras tantas movidas de un plan más vasto destinado a retener el apoyo conservador y convencer a todos de la razonabilidad del continuismo.

Para recuperar la expectativa popular, el otro polo del pacto electoral de 1989 y 1995, Menem sacó del freezer a los sindicalistas-empresarios de la CGT mientras agita una reforma laboral que en realidad no le servirá a nadie pero que en apariencia molesta a los empresarios como si fuera a favor de los trabajadores. Inauguró una relación directa con las municipalidades, para ver si tiene más influencia con los intendentes que "Chiche" con las manzaneras. Es una iniciativa a tono con la época. Un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) cita a The Wall Street Journal para decir: "Los alcaldes han pasado a ser impulsores de América latina". Y cuenta, como ejemplo para afrontar la pobreza en los municipios, que en Ahmedabad (India) "se pidió a los pobres urbanos que pagaran el 33 por ciento del costo total de los servicios básicos, en tanto que el sector privado y el gobierno pagaban 33 por ciento cada uno. Los pobres urbanos cumplieron con frecuencia pagando por anticipado". En la actualidad, el PNUD destina el 39 por ciento de su presupuesto para "gobernabilidad", 31 por ciento para erradicación de la pobreza y 24 por ciento para medio ambiente y recursos naturales, aunque como bien lo dice en su informe la "gobernabilidad" es una expresión frustrante por "vaga y escurridiza".

En su propio estilo de gobernabilidad, Menem también hizo algunos relevos menores en el gabinete, como para reagrupar tendencias internas del partido de gobierno y dar la sensación pública de que temas como la seguridad y el narcotráfico son prioritarios. Para dejar bien establecido que Ramón Ortega no tiene destino propio, lo alentó como candidato y a la vez lo subordinará en un cargo para el desgaste, porque le dará menos de la mitad de la plata que dispone Duhalde para asistencialismo pero lo hará responsable de la popularidad del gobierno. De ahora en más, Palito será el cura sanador de la iglesia menemista, consagrado a encender fervores populares con la guitarra en una mano y un puñado de billetes en la otra. Ortega, un buen empresario de sí mismo, está encantado de que lo pongan donde hay recursos, una de sus palabras favoritas.

En este juego de doble seducción, para ricos y para pobres, asoma más de una contradicción y, por momentos, hasta da la imagen de que no sabe adónde va. El Gobierno juega a varias puntas, algunas de ellas mucho más peligrosas a medida que las posibilidades electorales se hacen más difíciles. La prensa con opinión propia se le ha hecho insoportable y trata de taparle la boca con expedientes judiciales en una lista de damnificados que se agranda cada día. Claro que a la vista de lo que está sucediendo en el Perú, donde Fujimori también quiere otro mandato más, a esta etapa de presiones le puede suceder otra de acción directa, donde las penalidades no son económicas sino de sangre. En esto, como en el asunto municipal, hay una tendencia internacional, tanto es así que primero la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) y luego la asamblea de estados miembros de la Unesco, por unanimidad, se pronunciaron contra los crímenes sin castigo contra periodistas. La resolución 120 de la Unesco contra la impunidad reivindica el principio "de que no prescriben los crímenes contra las personas cuando son perpetrados para impedir el ejercicio de la libertad de información y de expresión o cuando tuvieron como objeto la obstrucción de la justicia".

Si el Gobierno no la tiene fácil, tampoco a la oposición le va bien con las intuiciones. La campaña contra el tercer mandato, que lanzó la Alianza el 1º de abril, fue interrumpida por la mitad debido al escaso rating. No es que la mayoría de los ciudadanos esté dispuesta a prolongar el reinado menemista, sino que más bien le preocupan otros problemas, distintos a los que entretienen al oficialismo y la oposición, concentrados en performances electorales. Tampoco está claro para los votantes el escenario electoral, tan cercano para los políticos que se pelean como si fuera mañana aunque falta más de un año y medio. Lo menos que se puede decir es que el paisaje es excéntrico.

En principio, los tres candidatos más fuertes (Duhalde, Fernández Meijide y De la Rúa) no son cabezas de partido, las que están ocupadas por Menem, Alvarez y Alfonsín, lo cual ya es un dato poco convencional. Podrían citarse los casos de Illia-Balbín en 1963 o de Cámpora-Perón en 1973, pero ambas circunstancias eran bastante diferentes a la actual. Luego, en el interior de cada partido hay más preguntas que respuestas. En el peronismo, si Menem no es candidato prefiere la derrota, para ser jefe de la oposición, y en esos planes el gobernador de Buenos Aires no tiene cabida. Duhalde, a su vez, amenaza con irse de la casa menemista pero no termina nunca de hacer las valijas y mucho menos sabe cuál podría ser su futuro domicilio si es que pierde la candidatura o la elección. Por su parte, los radicales no se hacen a la idea de perder la interna de la Alianza, no se ven participando de la campaña por Fernández Meijide, ni mucho menos que De la Rúa quede en el lugar de Ruckauf. En el Frepaso, los cuadros medios y básicos no logran compaginar las ventajas en las encuestas de la SuperGra con las alusiones constantes a su posible candidatura para la sucesión de Duhalde en La Plata, ni tampoco conocen la futura residencia de su carismático líder. Por ahora, hacen actos de fe, mientras distribuyen camisetas con la leyenda: "Chacho, estoy con vos".

De cómo harán para atender las urgencias populares, poco se sabe. En las carpas duhaldistas se alientan unos a otros, a la espera del discurso del 1º de mayo, donde el gobernador -–dicen-— pondrá la piedra inaugural de su propio camino hacia 1999. En cuanto a la Alianza, según Alfonsín, que es ahora su principal vocero, para fines de mayo iniciará una ronda de consultas con un boceto de plataforma en la mano. Sería reconfortante pensar que los esfuerzos que hoy se ven aislados forman parte de una estrategia global y consentida. Que, por ejemplo, las acciones de la diputada Alicia Castro contra el negocio de los aeropuertos, o el de Adriana Puiggrós y Mary Sánchez por la educación, tendrán el respaldo indispensable de sus partidos, ahora y después si son gobierno.

En una reunión internacional de alcaldes convocada por el PNUD, para tratar de interpretar el significado de la gobernabilidad, llegaron a una conclusión que vale la pena destacar en estas circunstancias: "La globalización y el adelanto de la tecnología han hecho que muchas de las fuerzas más poderosas que afectan nuestras vidas parezcan escapar a nuestro control. Cualquier cosa que pueda dar a la gente cierto sentido de control de su propio destino es más importante que nunca".

 

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