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"EL FARO", UNA PELÍCULA PARA LAS ALMAS SENSIBLES

Casi en clave de melodrama del siglo pasado, el ambicioso film de Eduardo Mignogna cuenta una larguísima historia, plena de infortunios.

La española Ingrid Rubio es la joven a la que le pasa de todo.

La historia de las hermanas huérfanas busca la compasión del público.

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EL FARO 5 puntos

Argentina, 1997.

Dirección: Eduardo Mignogna.

Guión: Eduardo Mignogna con la colaboración de Santiago Carlos Oves, José Antonio Felez y Graciela Aguirre.

Fotografía: Marcelo Camorino.

Dirección artística: Abel Facello.

Intérpretes: Ingrid Rubio, Norma Aleandro, Ricardo Darín, Norberto Díaz, Boy Olmi, Jorge Marrale, Jimena Barón y Florencia Bertotti.

Estreno de ayer en los cines Monumental, Belgrano, Cinemark 8, Coliseo, Gaumont, Grand Splendid, Patio Bullrich, Paseo Alcorta y otros.

 

Por Luciano Monteagudo

t.gif (67 bytes) Un ruido sordo, seco, trágico abre la serie de infortunios que pautan el desarrollo de El faro, la nueva película de Eduardo Mignogna. Una ruta, un coche, un accidente: toda una familia queda, en un instante, reducida a añicos. Del padre, de la madre, de un hijo pequeño, sólo quedará su recuerdo en un álbum de fotos. Ese álbum que cargan consigo --como la memoria-- Carmela y Aneta, las dos hermanas que sobrevivieron al choque y a quienes el film seguirá en su devenir durante diez años, en un camino difícil, sinuoso, que es casi el mismo para ambas, inseparables como son, marcadas por la orfandad y un destino adverso.

A diferencia de Sol de otoño, el film anterior de Mignogna, que estaba planteado a la manera de un pequeño film de cámara, con apenas dos personajes centrales y un conflicto muy definido, El faro se presenta como una película más compleja y ambiciosa, no solamente desde un punto de vista de producción sino también narrativo. Es casi una saga la que se propone contar aquí Mignogna, la de esas dos hermanas que --como en un melodrama del siglo XIX-- no tienen nada en la vida salvo ellas mismas y su amor recíproco. Un amor que no siempre será suficiente, sobre todo para Carmela (interpretada por la actriz española Ingrid Rubio), en cuyas desgracias se deposita casi todo el impulso dramático del film. A diferencia de Aneta, que era una niña y salió prácticamente ilesa, el accidente sorprendió a Carmela a los 17 años y la dejó signada por una evidente renquera y una brutal cicatriz en la pierna derecha, que explican su desconfianza y resentimiento ante los hombres. La pérdida de un pulmón y la imposibilidad de tener hijos se confabulan también para hacer de Carmela un personaje atravesado por la desdicha, que aspira abiertamente a la compasión del espectador.

Esta búsqueda deliberada, insistente de las emociones más elementales, esta voluntad de sensibilizar al público con los infinitos padecimientos de Carmela es quizá lo más cuestionable de El faro. No se trata de que el guión recurra a los golpes bajos --que no lo hace-- sino más bien que opera por acumulación, sumando desgracias y desencantos, unos tras otros, aun hasta en aquellos momentos de felicidad, como cuando Carmela, en el día de su cumpleaños, recibe la noticia del fallecimiento de la mujer en quien ella había encontrado una suerte de segunda madre. Hay algo forzado, trabajoso en la forma en que la película se ocupa de enfatizar el destino aciago de Carmela, como si nunca fuera suficiente todo lo que le sucede para darle entidad al personaje.

Los mejores momentos de El faro, los más espontáneos y verdaderos, son aquellos que encuentran a Carmela y a Aneta (sobre todo de niña, interpretada por Jimena Barón) en la intimidad, compartiendo secretos y discutiendo por las eternas, atávicas rivalidades entre hermanas. Allí la película adquiere una levedad y una dinámica muy particulares, que no tienen otros momentos de El faro, más solemnes o impostados, como aquellos donde aparece el personaje que compone Ricardo Darín, el único hombre en quien confía Carmela y que, a su manera, también la defraudará.

Darín, Norma Aleandro, Norberto Díaz, Jorge Marrale integran un elenco compacto y homogéneo, pero casi todo el peso de la película recae en Ingrid Rubio, que a las muchas dificultades de su Carmela debe agregar aún otra más: el hecho de ser española, hija de padres argentinos en el exilio, un recurso cuya justificación no parece tanto de carácter dramático sino más bien de orden práctico, como una manera de asociar a productores españoles en el proyecto.

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