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LA INTERNACIONAL SOCIALISTA, EN PELIGRO POR TONY & BILL

EL EJE SAJÓN DERECHIZA A LA IZQUIERDA

Bill Clinton y Tony Blair tienen mucho en común. Mucho más que Blair y el socialista Lionel Jospin, pero más o menos lo mismo que el británico y el emergente socialdemócrata probusiness Gerhard Schroeder. Esto es: Clinton, Blair y Schroeder se parecen bastante a una versión maquillada del neoliberalismo. Y amenazan la existencia misma de la II Internacional.

Bill Clinton y Tony Blair, enamorados de sí mismos.

Cada vez que se ven, se encuentran más parecidos.

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Por Alfredo Grieco y Bavio

t.gif (67 bytes) Si el socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder gana las elecciones en septiembre, se unirá a las filas del socialista francés Lionel Jospin y del laborista británico Tony Blair en la cruzada de la Justicia Social Responsable, del Nuevo Pragmatismo con Compasión por los Pobres, de las bodas del Trabajo con la Empresa para hacer mejores negocios. Alemania, Gran Bretaña y Francia estarían gobernadas simultáneamente por la Nueva Izquierda pragmática. Al frente de cada país habría una personalidad enérgica y razonable, ambiciosa pero mesurada, protestante en su background y antidoctrinaria en espíritu. Pero más allá de la comunión de los santos, de la impregnación recíproca con la mejor conciencia que se consigue en la Europa de los noventa, despuntan las diferencias no demasiado fácilmente conciliables.

Para desgracia de la internacional bienpensante y de la izquierda académica, las afinidades pueden ser sólo aparentes, y la proclamada confluencia sólo la reunión de tres soledades. A pesar de las buenas intenciones declaradas, los tres líderes no son el preanuncio de la modernidad obtenida de una vez para siempre y en tiempo real, sino que anticipan una repetición cotidiana de las fricciones habituales de las décadas pasadas. La cultura política de los votantes, las posiciones sobre el rol del Estado, y las inflexiones del nacionalismo son enormemente diferentes en cada uno de los tres países.

En el nivel más básico, Francia dijo que rechazaba ("con hostilidad", en la expresión de un Jospin por lo común más humano) el plan delineado por Sir Leon Brittan, y aprobado por la Comisión Europea, para comenzar las negociaciones con Estados Unidos acerca de la creación de una zona de comercio transatlántica. Cuando los norteamericanos quieren hacer sentir su presencia, envían un portaaviones; los europeos prefieren ofrecer un tratado comercial ventajoso. Pero los franceses ya dejaron en claro que vetarían la iniciativa británica si llega más lejos de ser una iniciativa, y rechazaron su inclusión en la agenda de la reunión cumbre entre Estados Unidos y la Unión Europea que tendrá lugar en Londres en el mes de mayo.

A pesar de toda la modernidad que los asesores de Blair gustan de ver en el actual gobierno socialista de Francia, éste reaccionó con un proteccionismo y una desconfianza contra los norteamericanos que son viejos conocidos de décadas. Tradicionalmente, los franceses han visto a Gran Bretaña más cerca de Estados Unidos que de una Unión Europea a la que Londres no tiene más remedio que pertenecer. A través de Pierre Moscovici, el ministro para asuntos europeos, le señalaron a Blair su incomodidad con la idea de la creación de un movimiento mundial de centroizquierda que incluyera al Partido Demócrata de Estados Unidos. La idea de Blair es la de poder así "controlar el cambio social en la economía global" --una idea que, tuvo que admitir, la vieja izquierda resistió siempre--.

A Blair se le nublaban los ojos con la emoción al lograr un seminario en mayo que dictarían en Londres él mismo y el presidente norteamericano Bill Clinton para el Nuevo Laborismo y el Partido Demócrata. A este seminario para iniciados sigue una reunión a la que invitaría a los partidos de centroizquierda de Europa que quisieran venir a tomar ejemplo, y enterarse de las conclusiones del seminario. Jospin anunció, con el mayor deseo de ser bien entendido del otro lado de la Mancha, que en mayo asistirá en Oslo a la muy vieja reunión de la muy vieja izquierda, la Internacional Socialista.

El alemán Schroeder aún no ha tomado posición en la pugna franco-británica. Es su especialidad, hasta el virtuosismo, permanecer neutral sobre temas centrales o apoyar simultáneamente opiniones contradictorias. La credibilidad alemana, como lo demuestra la historia del siglo XX, a veces no conoce límites demasiado rígidos. Schroeder ha hecho de la flexibilidad del mercado de trabajo uno de los lemas de su campaña, pero aún no ha dado ninguna definición más o menos precisa de qué entiende por eso. Tampoco ha confrontado las contradicciones del Partido Socialdemócrata sobre el modo en que quiere que Alemania alcance una modernidad que los ha dejado cruelmente atrás. Si a Estados Unidos se lo asocia con Windows 95 y al Japón con los electrónicos de la tecnología de los 70, a Alemania se la une en cambio con el Mercedes Benz (y la tecnología básica es de los 30, una década en la que en verdad los alemanes se proyectaron al mundo). O con el Volkswagen, que basa su publicidad en su obstinación a permanecer igual mientras el mundo cambia.

El jefe del Partido Socialdemócrata alemán, Oskar Lafontaine, autor con su esposa de un libro de autoayuda sobre la globalización económica (casi digno de los best-sellers norteamericanos que el candidato a primer ministro ruso Serguei Kiriyenko estudió en su Nijni Novgorod natal), ha conseguido el apoyo del secretario general del Partido Socialista francés, François Hollande, para las elecciones alemanas de setiembre. Esto significa una ruptura histórica en los buenos modales franco-alemanes instaurados en 1950 con el Pacto del Carbón y del Acero (una victoria democristiana de la época). La alianza pro Maastricht y en favor de la carrera de la moneda única para Europa había hecho del socialista François Mitterrand y del demócrata cristiano Helmut Kohl los mejores amigos, y el francés se había abstenido puntillosamente de intervenir contra los triunfos del cristianismo del otro lado del Rhin.

La distancia entre las ideologías de los tres líderes es así finalmente muy clara, muy poco desatendible. Para los neolaboristas británicos, "socialismo" no es una palabra favorita; más bien, es una mala palabra. Y la flexibilidad del mercado significa para Blair un mínimo de intervención estatal en la economía y una modulación, pero esencialmente una continuación, del programa de desmantelamiento del Estado de Bienestar. Blair viene a ser una continuación aggiornada del vigor de Margaret Thatcher después del intermedio más somnoliento, más quintaesencialmente conservador de John Major. Dennis McShane, un diputado laborista de la comisión de política internacional, seguramente no hablaba por todos sus colegas europeos de la izquierda cuando afirmaba con énfasis: "Es vital que se quiebren las sospechas seculares entre los demócratas de Estados Unidos y los partidos socialistas de Europa".

La división ideológica, que llega al corazón del futuro de Europa, fue señalada por Louis Schweitzer, presidente de Renault. En la era Mitterrand, Schweitzer abandonó la empresa nacionalizada para ser ministro del socialista Laurent Fabius. Hoy es un enemigo de la semana de 35 horas que el gobierno francés ha convertido en el símbolo del activismo estatal que recomienda a Europa. "No creo que le agregue ninguna ventaja a la competitividad de la industria francesa", dijo. Algunos de los socialistas en el gobierno de Jospin ven la semana de 35 horas como la panacea para las restricciones en el acceso al mercado de trabajo. Pero el vocero de la Asociación de los Empleadores franceses, consultado hace una semana, dijo que no veía que nada parecido asomara por el horizonte.

Por más que Schroeder diga sentir un gran parentesco con Tony Blair (hasta ahora no dijo nada demasiado consistente, ni siquiera enfático sobre Jospin), los detalles acerca de lo que piensa hacer si llega al gobierno son más bien escasos, y difíciles de descubrir detrás de una retórica a la vez juvenilista y tecnocrática. A diferencia del de Jospin, un gobierno dirigido por Schroeder no dependería de los comunistas como aliados en la coalición, sino de los verdes. Pero las declaraciones del congreso del Partido Verde (con propuestas maximalistas como la disolución de la OTAN o el aumento de los impuestos al combustible) parecen alienarlo como un aliado viable para seducir a votantes sólidamente centristas a los que tiene que convencer de que no voten por el viejo Kohl.

Sin ninguna experiencia propia en política internacional, Schroeder ha mostrado más precisiones acerca de quién podría ser su ministro de Relaciones Exteriores que acerca de cuáles serían sus políticas económicas en el caso de gobernar al frente de una coalición. Sigue diciendo que el verde moderado Joschka Fischer podría ser un buen jefe de la diplomacia, siempre y cuando conserve la moderación.

A pesar de la avidez de muchos de sus amigos por verlos marchar juntos, con los brazos unidos, hacia el fin del milenio, las muy distintas inclinaciones y circunstancias de Jospin, Blair y Schroeder provocaron este chiste (alemán) en uno de los más respetados diarios alemanes, el Frankfurter Allgemeine: "¿Quién se parece más a Tony Blair entre los que aspiran a emularlo? Respuesta: William Hague, el líder del Partido Conservador británico". En todo caso, cuando Blair habló en la Asamblea Nacional francesa, fue aplaudido a repetición. Por la derecha.

 

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