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PANORAMA POLITICO

TODO NOS CAE DEL CIELO

Por Mario Wainfeld


t.gif (67 bytes)  "Una bomba atómica", dice Ramón Ortega. "Un terremoto", propone Carlos Corach. En boca de los funcionarios, la tragedia que agobia a miles de argentinos se vincula a lo imprevisible e inevitable y es ajena a sus acciones u omisiones.

Muchas culturas explicaban las catástrofes naturales como sanciones de los dioses a los pecados o desobediencias de los mortales. Ese discurrir, que Occidente abandonó después del Renacimiento, tenía al menos dos virtudes: contenía un esquema moral y era coherente. No puede decirse lo mismo del discurso --incoherente y laxo desde el punto de vista ético-- de nuestros gobernantes y los técnicos que los rodean. Los logros son evaluados como consecuencia de la sabiduría o la muñeca, los problemas acontecen por mala suerte o algo así. Si hay moneda estable es porque se eligió el rumbo correcto. El efecto tequila, por el contrario, nada tiene que ver con esas decisiones estratégicas, nos viene --geográfica y casualmente-- de arriba, nos "llueve". Si Brasil se expande de golpe y nos compra mucho más de lo que esperábamos somos unos genios en macroeconomía y Menem el padre del modelo. La crisis de los mercados asiáticos, en cambio, no tiene padre, es una desgracia. La lluvia y sus secuelas, claro, también nos llovieron.

La incoherencia argumental es patente, su laxitud moral radica en eludir las responsabilidades derivadas de las decisiones y los modos de ejecución elegidos. Un ejemplo: ayer a la mañana, en su cotidiana conferencia de prensa de parado para movileros --un fenómeno comunicacional que debería estudiar Umberto Eco-- el ministro del Interior explicó que la "guerra del agua" entre chaqueños y santafesinos concierne a las provincias. "Este es un país federal", enseña Corach, que fue profesor de Derecho Constitucional. El ministro soslaya que el federalismo no es un fenómeno meteorológico sino una construcción histórica y política, que su partido y él mismo contribuyen a formatear.

El federalismo argentino fue drásticamente redefinido a partir del año 1991. Para sacar carné de socia de la aldea global la Argentina cambió la estructura del estado de bienestar por otra más a la moda. Uno de sus pilares fue transferir una serie de funciones, entre ellas la asistencia social y la educación, a las provincias y a los municipios, sin derivarles plenamente los recursos para atenderlos. Se dijo entonces y se dice ahora que eso es más democrático y más federal. El sociólogo brasileño Carlos Mattos lo describió de modo distinto: "Puede ser funcional a los procesos de reestructuración mundial del capitalismo, pero es desfavorable para una eficaz gestión pública nacional".

Los entes supranacionales dividen los poderes locales para dominar mejor, los gobiernos nacionales imitan su conducta. Mientras los poderes económicos se concentran y trasnacionalizan, buena parte de los poderes sociales y políticos se dividen y confinan en lo local.

La fragmentación social y política no es obra del azar. La "guerra del agua" es una de las muchas guerras cotidianas de pobres contra pobres, que no acontecen por designio divino sino como consecuencia de un orden determinado.

Tampoco son los dioses quienes obligan al intendente de Goya, para ocuparse de su ciudad inundada, a tirar de la dura manga del constitucionalista Corach entre cuyas prioridades la re-ree está muy por encima de la costanera de Goya.

Para colmo de fatalidades, en estos días Página/12 ha denunciado y probado que el Ministerio del Interior manejó a su manera los Anticipos del Tesoro Nacional. Fue un claro ejemplo de compañerismo: casi todo pasó a manos de intendentes peronistas. Corach quedó esta vez en descubierto pero, como han demostrado numerosas denuncias y estudios --en especial los comandados por el sociólogo Artemio López--, el Ministerio de Trabajo hace lo mismo con los subsidios del programa Trabajar. En realidad, todos los fondos coparticipables se manejan con lo que --con inadvertido desprecio por la política-- se bautiza "criterio político", es decir partidista, clientelista y a menudo "por izquierda".

La falta de transparencia debe ser perseguida y corregida pero no es el único flanco criticable del federalismo postconvertibilidad, muy arbitrario y concentrado en el poder central. Es cuestionable que Corach maneje mal fondos destinados a asistencia social para las provincias, pero es absurdo que sea el Ministerio del Interior el que controle esos fondos. El follaje de las irregularidades obtura discusiones más gruesas, por caso si el manejo discrecional del poder y aun la corrupción son accidentes, chaparrones aislados del sistema económico-político o constituyen parte esencial del mismo.

Marcha Blanca y Carpa ídem

La decisión de transferir servicios a las provincias cuyas consecuencias se viven ahora se hizo con varios objetivos. El fundamental no era mejorar las prestaciones, sino hacer que cerraran los números del presupuesto nacional. Otro, era limitar la posibilidad de reacciones sociales o gremiales. El sistema educativo, por ejemplo, se desarticuló en 24 sistemas locales, entre otros designios para evitar que se reiterase la formidable movilización nacional docente del '88, la Marcha Blanca que jaqueó al presidente Raúl Alfonsín. En lo sucesivo, las reivindicaciones docentes deberían fragmentarse en 24 escenarios. Una de los logros de la Carpa Blanca docente fue mantener en escena una protesta nacional, por un problema nacional, la educación.

Forzada por la movilización docente, la ministra Susana Decibe cambió de rumbo. Por largo rato, enseñó que el salario docente era un "issue" estrictamente provincial pero luego promovió un impuesto nacional para generar un fondo especial para docentes. Esta semana, el ministro de Economía, Roque Fernández, cuya pasión por la educación pública es proverbial, le dio luz verde y es bastante posible que la ley respectiva sea aprobada. Pero el gobierno no quiere que esa mínima golondrina haga verano. Educación, por boca de su viceministro Manuel García Solá, explica que el fondo es "un esfuerzo adicional" del gobierno nacional, que el módico aumento que pueden llegar a cobrar los maestros es una suerte de propina o yapa a la que la Nación no está obligada. Esa tarea, añade didáctico, incumbe a las provincias. Las hermanas pobres, como se ve, deben hacerse cargo de todo.

Una bella y remota novela de Albert Camus, La peste, narraba todo lo que ocurría en una ciudad, Orán, azotada por una plaga. La situación límite ponía al descubierto las miserias y grandezas de mujeres y hombres. Al final el protagonista concluía que la peste, ya vencida, ocurría "para desgracia y enseñanza de los hombres" y que "hay en ellos más cosas dignas de admiración que de desprecio". Es verdad, en las situaciones límite como la peste y las inundaciones aflora lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Muchos gestos dignos, más interesantes que las chicanas de los políticos, hubo en estos días terribles, el más notable fue la tan pasional como inarticulada solidaridad que ejercitó la sociedad argentina.

El agua y, sobre todo, la conducta de las personas frente al agua monopolizaron con todo derecho la escena de esta semana en la que hubo, con todo, otro hecho esencial. La Cámara Federal de La Plata ordenó reabrir miles de causas que investigan el terrorismo de Estado, para proveer a la búsqueda de la verdad, derecho ineludible de las víctimas y del colectivo social. Se volverán a analizar las tropelías que cometieron las hordas de Ramón Camps y Guillermo Suárez Mason, al servicio de un gobierno militar que cesó y de un plan económico que en sus líneas maestras sigue vigente. Los jueces que dictaron esa resolución dicen que no habrá condenas, pero están generando un fenómeno que no dominan del todo, cuyas consecuencias finales es prematuro predecir. Como poco, los crímenes serán investigados, los asesinos señalados como tales y la sociedad toda podrá "escracharlos" cotidianamente como hacen ahora HIJOS y otros organismos de derechos humanos. Es un avance, producto de la decantación de la memoria colectiva, de batallas en los tribunales, en los medios, en la calle. Es una bendición, tal vez potente como un terremoto o una bomba atómica, pero no derivada del azar o de la providencia sino del tenaz ejercicio de la voluntad y la libertad.

 

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