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MOISÉS IKONICOFF, DEL GOBIERNO AL VARIETÉ

"MEJOR TRABAJAR PARA LA CORONA QUE ROBAR PARA LA CORONA"

Fue profesor de la Sorbonne, compañero de Cohn Bendit y funcionario del gobierno de Menem. Dice que traspasó la barrera del ridículo y que también carece de ego. Ahora hace monólogos políticos en el Astros.

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En mayo del '68 fue compañero, en París, de Daniel Cohn Bendit, "Dani el rojo", líder del levantamiento que sacudió a De Gaulle.
"Me gusta el afecto de la gente. La gente, no los dirigentes. Debe ser lo que me quedó de mi época de bolche."

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Moisés Ikonicoff dejó las ciencias sociales y la función pública por el teatro de revistas.
"Pasé la barrera de lo respetable. Soy un tipo no respetable", dice quien fuera profesor de la Sorbonne.


Por Susana Viau

t.gif (67 bytes) En el spot de televisión aparece en slip, pero se pone visiblemente incómodo cuando posa para la cámara fotográfica; estuvo en la Secretaría de Planificación y en la ANSSAL y ahora se sube a compartir escenario del teatro Astros con Silvia Süller; fue profesor en la Sorbonne y cuelga las palmas académicas en el baño; lee a Jacques Derrida pero tiene un oso rosa en un rincón del living; fue compañero de Samir Amin, de Daniel Cohn-Bendit, asesoró a Houari Boumedienne y hoy admira a Carlos Menem; le apasiona esa expresión de ignorancia que atribuye a la toma de decisiones y, al mismo tiempo, sólo cree en las ciencias duras. Dice que traspasó la barrera del ridículo pintándose como los Kiss pero que sólo se escandalizan los otros porque, lo que es él, carece de ego. Quizá Moisés Ikonicoff sea la broma más pesada que le hayan hecho a la política argentina en los últimos tiempos, la revancha de la utopía perdida de los '60 sobre el pragmatismo de los '90.

--¿Cómo fue a parar a Francia?

--Yo había sido presidente del Centro de Estudiantes de Derecho, miembro de la junta representativa de FUA con Estévez Boero, secretario de la Juventud Universitaria Socialista, tenía mucha militancia y caí muchas veces preso. Al final, cuando presidía el Cabildo de la Democracia, desde el que defendíamos a los presos del Plan Conintes, el comisario Trimarchi, de DIPA (Dirección de Investigaciones Políticas Antidemocráticas), me tenía loco. En épocas de Frondizi uno entraba y salía y no pasaban grandes cosas, pero en marzo de '62 Trimarchi me dijo: "El día que las cosas cambien, pibe, no vas a salir". El día que cae Frondizi, a la noche, me rajo de mi casa y a las 48 horas me van a a buscar. Yo me fui, logré ganar una beca en Francia y me quedé hasta el '66. Entré en el Instituto de Ciencias Económicas Aplicadas donde estaba François Perroux y a los dos años entré como docente del Instituto de Economía del Desarrollo de la Universidad de París. Yo seguía pensando en volver y esa oportunidad se presentó cuando el reformismo ganó la Universidad del Litoral. Me escribieron para decirme que me iban a designar director del Instituto de Planificación Regional y Urbana, que era muy famoso. Estaba por tomar el avión cuando se produjo el golpe de Onganía. Vino la Noche de los Bastones Largos. Me quedé en Francia hasta el '73. En ese período empecé a cambiar hacia el peronismo, escribía bastante en Le Monde, Le Nouvel Observateur, en los Cuadernos del Tercer Mundo. Gracias a eso tuve un intercambio de cartas con Perón, una serie de charlas. En el '73, cuando regresó a Argentina me llamó y volví para fundar el INAP --Instituto Nacional de Administración Pública--. A los 8 meses murió Perón y me echaron. Después tuve la clásica llamada de la Triple A: "Sos boleta". Y me volví a ir. Con la caída de López Rega regresé a recoger a mis hijos y se produce el golpe del '76. Salí para Brasil. Mi mujer ya no me acompañó, se quedó con mis hijos. No podía con tantos infortunios. Me casé otra vez en el '80, con una egipcia de origen francés. Ella estaba haciendo una tesis sobre el Pacto Andino. Me consultó y me pidió que la ayudara, en fin...

--...una típica historia de alumnas. ¿Sus padres?

--Mis bisabuelos son los del primer barco, los de las inmigraciones del barón Hirsch, a la zona de Entre Ríos. Mi madre fue la primera médica que hubo en Córdoba. Ella hizo libre el Montserrat y los primeros tramos de Medicina porque no podían entrar mujeres ni a ese colegio ni a la facultad. Luego fue dirigente de la Reforma Universitaria. Mi padre era contador y murió cuando yo tenía cuatro años.

--O sea que la gran figura de su vida es su madre.

--Absolutamente. Además ella era una feminista, sufragista fanática, incluso practicó abortos, porque defendía el derecho de la mujer a decidir sobre su procreación.

--Con una familia judía, de gente esclarecida, madre sufragista, partidaria de la libertad de las mujeres y seguramente agnóstica...

- -...atea, todos ateos, muy ateos. Yo también.

--Con todo eso, ¿cómo termina en el menemismo?

--Sorprendente, ¿no? Tanto como que habiendo participado en el Mayo Francés me hiciera peronista. Había visitado los territorios portugueses, y con Celso Furtado y Fernando Henrique Cardoso planteamos la teoría de la dependencia. Eso sí, nunca estuve de acuerdo con el foco ni con la lucha armada. Yo creía que ésa no era la vía en Argentina. No éramos el caso de Africa, no éramos un país colonizado y teníamos una larga tradición política. Yo había estado en Argelia. A los que se fueron los llamaban los pieds noirs y a los que llegaron, pieds rouges. Yo fui siete años asesor de Houari Boumedienne y con Niemeyer comenzamos un proyecto pedagógico, arquitectural, que fue la Universidad de Constantine.

--Esa revolución se perdió...

--Se perdió como se pierden todas las revoluciones. Como dice Arthur Koestler, "los revolucionarios se convierten burócratas de la utopía". Todas las revoluciones son así. Yo luego abjuré de mi "dependentismo". Escribí sobre todo eso. Traté de hacerlo sencillamente pero me es imposible. Oralmente ando bien, pero cuando escribo se me vienen encima 28 años de cultura académica francesa. Ahí planteaba que la alternativa no era ya "liberación o dependencia" sino "inclusión o exclusión". Mi pensamiento fue cambiando.

 

--Usted no termina de explicarme por qué se hace menemista.

--Bueno, yo quedé ligado al peronismo, con los radicales no andaba bien, Pese a que Elva y Jorge Roulet fueron muy queridos alumnos míos en el INAP. Pero Caputo estaba contra mí. No sé la razón porque la verdad es que yo no me acuerdo de él en Francia. La cuestión es que un corresponsal me llamó y me dijo que había pasado Menem por París y me quería ver porque había leído un artículo mío sobre la deuda. Nos encontramos y me dijo "venite a Argentina". Y yo me vine. Hice el diagnóstico que fue el contenido de la Revolución Productiva, que nadie leyó, por cierto.

 

--¿Y el Presidente?

--Tampoco, claro. ¡Qué sé yo quién lee ahí! Yo no me imaginaba que Menem iba a ganar y menos me imaginaba que si ganaba, con la runfla que tenía al costado, me iba a nombrar a mí. La cuestión es que ganó y me propuso entrar al Gobierno. No compadreo, me preguntó qué puesto quería ocupar. El, al principio, quería que jugara el rol de Di Tella o como segundo de Roig. Me negué y pedí Planificación, que era una tarea donde no había guita.

 

--¿Y en qué quedaron sus ideas sobre la exclusión?

--Yo creía que había que terminar con el Estado proteccionista, con el keynesianismo. Creo en la economía de mercado y cuando estuve en el Gobierno acordé con las privatizaciones. Cuando me fui retomé mis cátedras en París. Pero ya no tenía fe en las ciencias sociales. Creo que tiene razón Alain Sokal: "Son todos unos impostores". Baudrillard, Julia Kristeva, Lacan. ¡Los absurdos de Lacan! ¡Decir que el inconsciente es igual a X elevado a la -1! O aplicar la teoría de catástrofe, que es una teoría matemática, a las ciencias sociales; o ahora, la teoría del caos, que es una teoría meteorológica. Son boludeces totales. Ya no creo más en eso. Hay ciencias: son las ciencias duras.

--No cree en Touraine, no cree en Kristeva, no cree en Attali, no cree en Lacan. Cree en Menem.

--No, no. Participé y estuve de acuerdo con la primera parte. Había que disociar política y economía. Eso fue lo que él hizo. Ya en 1995 había que empezar a reconstruir la sociedad, el pacto de solidaridad social, que estaba roto. Desde las ciencias sociales, los intelectuales no tienen idea de lo que es el poder, la toma de decisiones sin ninguna capacidad de análisis previo. Eso es otra cosa, un juego mágico, en el que toda la formación que uno tiene no sirve para nada. Menem, en lo esencial, entre el '89 y el '95 hizo las cosas bien y por eso lo acompañé.

--¿Es menemista, entonces?

--Menemista, no. Soy un admirador de Menem, pero políticamente no soy menemista.

--¿Y qué le admira?

--La enorme transformación que ha producido a partir de su voluntad, con un Estado que no existía, con colaboradores que no reunían condiciones técnicas, ni morales, ni nada. Yo estoy sorprendido.

--¿Qué lo hizo subir a escena?

--Lo primero es que me hinché de las ciencias sociales. Y segundo, la política, como yo la concebía, jugar con utopías movilizadoras, con proyectos colectivos, no existe más. En la política sólo hay proyectos personales. Lo de Augusto Roa Bastos, Yo el supremo. Y lo que me pasa a mí es que no tengo la sensualidad del poder. Lo descubrí cuando me fui del Gobierno, descubrí que había recuperado mi libertad de palabra y que la había subestimado cuando la tenía. La política, en tanto que competencia de proyectos individuales, en tanto que intrigas palaciegas, clientelismo, no me interesa. Me pasa lo mismo que a la sociedad. Después me interesé por el tema de juventud. Los políticos quieren que los jóvenes se adapten a su lenguaje y a su sistema de representación y eso no puede ser. Aunque parezca absurdo, me pasé durante cinco años, dos horas por día, viendo videoclips; MTV, Much Music. No es, como dicen, "la derrota del pensamiento", es otro lenguaje. Nosotros hacemos análisis , que es disponibilidad ilimitada de tiempo, o de páginas. En un clip hay que meter imagen, mensaje en muy poco tiempo. Obliga a una operación mental contraria: la síntesis. Además, tengo dos actitudes: soy observador pero también soy protagonista. La praxis. Y aunque lo diga Baudrillard está bien: estamos en la sociedad del espectáculo. La política está mediatizada por el espectáculo y la relación con los jóvenes también.

--Pero los jóvenes no van al teatro.

--Yo no tenía espacio propio para experimentar. En el teatro logré tener los 20 minutos de espacio propio y, además, con esto de los reportajes y esas cosas me da la posibilidad de estar en la lógica mediática y transmitir mensaje. Creo que hay tres maneras de transmitir mensajes: con humor, con música o con poesía, no con discursos. Yo no soy un poeta, de música no sé nada, desde el humor me propongo un proyecto. Nunca elegí. Es lo que me dieron. En el teatro tengo, digamos, un "espacio liberado". Los días de semana son 500 personas; los fines de semana, dos mil, dos mil quinientas. ¿Usted cree que en muchos actos políticos habría 2500 personas, pagando entrada y sin clientelismo? Al mismo tiempo, no me engaño. Sé que tampoco es el lugar ideal.

--Mire, la verdad es que no me aclaro. Habla de mensajes, quiere experimentar...

--Es muy pertinente lo que dice, pero si usted quiere ser presidente de Alemania lo primero que tiene hacer es aprender a hablar alemán. Ahora ya pasó la etapa de la disociación entre economía y sociedad. Estamos en la de la reconstitución de la sociedad y hay que imaginar medidas, mecanismos para luchar contra la exclusión, contra la desocupación. Esa lucha no tendrá soluciones desde el poder político sino a partir de la sociedad civil. Hice la experiencia con las mesas de concertación.

--¿Le parece que una mesa de concertación es una oferta entusiasmante para un joven?

--No, pero no tenemos grandes mensajes. Yo tendría tendencia a decir "hagamos una utopía movilizadora", pero ya no hay. No la puedo inventar, yo sólo puedo inventar utopías viejas. Con el menemismo me sentí guerrero. Estábamos en una sociedad en vías de disolución y yo sentí que podía aportar, cuando dejó de ser un combate riesgoso me empezó a aburrir.

--Por eso se subió al escenario.

--La imaginación al poder. Son cosas que no hace nadie. A mí no me haga ir a una reunión política o a divagar sobre la desestructuración de Derrrida. Yo lo leo, no es que no los leo, me torturo, me flagelo leyendo esas boludeces. Las leo porque siento una especie de imperativo categórico. En el teatro, la alegría, el humor me salvan. No tengo sentido trágico de la vida. Yo hablo de la corrupción y le doy un sentido humorístico. Yo digo allí que estoy en el teatro porque, finalmente, es mejor trabajar con Jorge Corona que robar para la corona. Y es así como yo lo tomo. Así me protejo.

 

--Se fue del Gobierno para no robar para la corona.

--Yo nunca robé. Después de Planificación me pasaron a la ANSSAL. ¿Sabe cuánto duré? 18 días. Durante esos 18 días no hubo guita para las obras sociales, no hubo salud tampoco. Metieron en una mafia italiana, porque son todos italianos, Pedraza, Ubaldini, una mafia de italianos distribucionistas, a un judío problematizado con el dinero y además avaro

--Le debe gustar Woody Allen.

--Me encanta. Yo soy Woody Allen. Yo he encontrado en él cosas iguales. Por ejemplo me molestan los ruidos cuando duermo ¿Y se acuerda de Manhattan? Soy hipocondríaco y ahí está Hanna y sus hermanas. Camino por la cornisa. Ahora lo que dicen de mí es terrible: que estoy loco, que soy un payaso. Me importa muy poco. Yo no me tomo en serio a mí mismo. Nada me puede ofender. Carezco de ego.

--¿Sus ex copmpañeros del Gobierno se escandalizan?

--Un poco. Pero vea: yo pasé la última frontera hace tiempo, aunque la gente no se dio cuenta. Fue cuando imité a los Kiss y me disfracé, con guitarra electrónica y cantando "Lunita tucumana". Ahí pasé la última barrera. La barrera de lo respetable. Soy un tipo no respetable.

--No puedo preguntarlo de otro modo: ¿usted se caga en todo?

--No me cago en todo. Soy respetuoso de la gente. Me cago en todo lo que es formalidad, en lo que es convencionalismo, me cago en el destino que presuntamente yo tendría que tener, en las obligaciones que me genera la situación de funcionario, de intelectual. Yo quiero construir mi propio destino y detrás está ese inmenso sueño de un mundo fraternal que me quedó. ¿Sabe cómo me siento retribuido? Cuando me reconocen los tipos de Manliba: "¡Eh! Ikonicoff! ¿Cómo va?". Me gusta el afecto de la gente. La gente, no los dirigentes. Debe ser de mi época bolche.


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