Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


POR QUÉ SE HUNDE LA ARGENTINA

Por Mempo Giardinelli

t.gif (67 bytes) A la memoria del Buby Leonelli, que hace veinte años exponía estas ideas.

Todo el país se horroriza por las inundaciones en el Litoral y lentamente los porteños se dan cuenta de lo que se les viene encima. Familiares y amigos buscan la forma de salvar sus bienes, mientras un político chaqueño es descubierto acumulando víveres para favorecer a sus votantes. En la tele se barajan hipótesis y teorías sobre la conducta de las aguas, muchos políticos se acusan mutuamente y al boleo, y la secretaria de Medio Ambiente María Julia Alsogaray una vez más no sabe de qué se trata pero no renuncia porque es la más inexplicable protegida del Presidente.

El conjunto, sin embargo, no explica por qué está pasando lo que pasa.

Muchos argentinos se preguntan, azorados, por qué se llegó a esta situación.

Y resulta llamativo que casi no se habla de las causas profundas de estas inundaciones. Que las hay, y son políticas, y tienen que ver con nuestra historia reciente. Porque esto no se produce solamente porque la Naturaleza es mala, ni por la capa de ozono y el efecto invernadero, etc., etc. Ni siquiera es culpa exclusiva de la imprevisión de los políticos, demasiado afanados --es un decir-- por el reeleccionismo y otras ambiciones. Las verdaderas causas profundas de esta catástrofe son dos: 1) la ineptitud de la diplomacia militar en tiempos del videlato, y 2) la voracidad de empresarios y empresas que saben "aceitar" los engranajes del poder, o sea, la corrupción.

Me explico: a comienzos de los '70 la dictadura militar brasileña se aplicó a desarrollar la economía con la férrea decisión de convertir al Brasil en lo que hoy es: una potencia mundial. Para ello, era fundamental tener energía eléctrica: mucha y barata. Y la tenían a la mano en ese río enorme, generoso, ubicado cerca de los grandes centros industriales y de las principales ciudades, y que además desagotaba fuera del Brasil: el Paraná. El Amazonas, que es el otro gran río, es casi todo brasileño pero estaba demasiado lejos y su explotación resultaba carísima.

El Derecho Internacional Público manda que todo aprovechamiento de un río compartido debe ser acordado por las naciones ribereñas. Aquella decisión de los militares brasileños debía armonizarse, pues, con los otros dos países "propietarios" del Paraná: el Paraguay y la Argentina. Con los primeros la cosa fue muy fácil: el entonces dictador Stroessner se benefició de muchas maneras.

Y con la Argentina... también fue muy fácil: los dictadores estaban demasiado ocupados en perseguir "subversivos", hacer negocios, ir a misa y abrir cuentas en Suiza. La diplomacia militar argentina no les puso ningún freno a sus colegas brasileños, y no sólo permitió que construyeran Itaipú del absurdo tamaño que quisieron y hoy tiene, sino que además fueron pésimos "guardianes de la Patria", pues negociaron todo mal y descuidaron los verdaderos intereses nacionales argentinos: hoy existen más de 20 enormes represas hidroeléctricas brasileñas que han roto todos los cánones históricos del río Paraná y una sola, única, represa argentina. Peor aún: ninguna de aquellas represas produce inundaciones desmesuradas en territorio del Brasil porque están encadenadas y funcionan como perfectos escalones del río. En cambio, la única represa argentina --Yacyretá--, por ser la última y de llanura, es sólo una represa de paso y no tiene capacidad de retención: si retiene inunda aguas arriba y si abre compuertas, como lo está haciendo ahora, inunda aguas abajo.

La primera terrible causa es, por lo tanto, otro crimen que hay que cargarles a los dictadores que alegremente indultó Menem.

La otra causa tiene un nombre propio: deforestación. Pero no se trata simplemente de pronunciar el vocablo, sino de recordar que muchos habitantes del nordeste argentino venimos denunciando desde hace años la conducta suicida de los industriales madereros y de los funcionarios coludidos con ellos. Hoy mismo, en el mismo momento en que se escribe esta nota y en pleno desastre, en el oeste del Chaco y en Formosa, en Santiago del Estero y en Misiones, y en lo que queda de la cuña boscosa santafesina, se están cortando árboles hora a hora. La sabana boscosa del otrora Gran Chaco Gualamba ha sido devastada porque no se cumplen las leyes (que en algunas provincias existen) de protección y freno a la tala salvaje de árboles jóvenes. Hoy mismo hay gobiernos provinciales que se oponen --absurdamente-- a que el quebracho colorado sea declarado especie en extinción por las Naciones Unidas. Hoy mismo hay empresarios y funcionarios que son socios en la explotación intensiva e irracional de maderas ricas como el algarrobo, el quebracho colorado y el blanco, el urunday o el lapacho.

Ahí está, como ejemplo, el desastre que han hecho en Misiones.

Hay una sencilla ley física que la mayoría de los argentinos está aprendiendo ahora con dolor: donde hay bosque la tierra absorbe cualquier agua. Donde no hay bosque el agua corre y lava, y al lavar empobrece la tierra e inunda lo que está más abajo. Los porteños, y los provincianos aporteñados que últimamente ocupan el poder, harían bien en darse cuenta de que son ellos mismos, y sus hijos, los que están más abajo. A este paso ni el Tigre ni San Isidro, ni Puerto Madero ni Punta del Este les van a quedar en pie.

Pero el cuadro, con ser espantoso, no es incorregible. La solución es

posible y debería pasar por: 1) Que el gobierno argentino exija al socio

principal del Mercosur un replanteo del sistema de drenaje de la veintena de represas brasileñas, para que en el futuro las consecuencias del exceso de aguas sean compartidas y no siga siendo el Río de la Plata el único pico del embudo. 2) Que se coordine una urgente y rigurosísima legislación, nacional y en cada una de las provincias afectadas, que definitivamente ponga coto a la tala irracional de bosques; impida la explotación industrial salvaje; preserve lo que queda; reforeste con especies autóctonas y destine al cuidado de fauna y flora presupuestos que sean acordes con la naturaleza de nuestro territorio. 3) Que los gobiernos provinciales se constituyan en verdaderos guardianes capaces de frenar abusos y depredación.

Si esto se hace, las inundaciones serán cada vez menos dañinas, menos

frecuentes, menos prolongadas. Ya es hora de que los responsables dejen de hacerse los distraídos acusando a la Naturaleza o a los dioses.


PRINCIPAL