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CONLON NANACARROW, UN ERMITAÑO QUE REVOLUCIONÓ LA MÚSICA DEL XX

Nació en Estados Unidos. Vivió, retirado, en México. Sus composiciones, para pianola, no pueden ser tocadas por personas. Casi un desconocido fuera de los ámbitos de especialistas, Nancarrow creó uno de los cuerpos estéticos originales y atípicos de todo el siglo XX.

Su música, admirada entre otros por Ligeti, suena como la de africanos alucinados.

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Nanacarrow llevó la complejidad rítmica y dinámica hasta el límite de lo imaginable.

POR DIEGO FISCHERMAN

t.gif (67 bytes)  Su muerte, el año pasado, pasó casi desapercibida. Su vida, salvo para unos pocos, también. Conlon Nancarrow, un estadounidense ermitaño y genial que vivió en México desde 1940 y compuso especialmente para piano mecánico, es uno de los autores más importantes del siglo. Su obra, agrupada en cinco CDs (dos cajas dobles y un disco separado) por el sello alemán Wergo, llega a niveles de complejidad rítmica increíble, como si se tratara de la música de un pueblo africano enloquecido y particularmente creativo tocando al mismo tiempo, en lugar de tambores, teclas de distintos pianos. Admirado por el notable compositor húngaro György Ligeti --que dice haberse inspirado tanto por los escritos de Jorge Luis Borges y por las pinturas de Mauritz Escher como por sus alucinados Estudios para piano mecánico--, este músico que estuvo en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española y que se fue de Estados Unidos para escapar de la fiebre anticomunista de sus compatriotas, encontró una respuesta totalmente diferente ante las mismas preguntas que llevaron a la música electrónica y por computadoras.

La cuestión puesta en escena por la música de Nancarrow es la de la imposibilidad práctica --por lo menos para intérpretes humanos-- de cosas perfectamente pensables y, lo que es más importante, escuchables. Las superposiciones de subdivisiones rítmicas con patrones diferentes entre sí y la alternancia de dinámicas sumamente contrastadas son, llegado un cierto punto, más una posibilidad teórica que cierta. Gran parte de lo que los compositores enrolados en el serialismo integral de los años '50 imaginaron en sus partituras rara vez tiene un correlato exacto en lo que suena. Uno de los orígenes de la música electroacústica ciertamente tuvo que ver con la necesidad de lograr que ciertas duraciones de sonidos fueran absolutamente precisas. Precisas de una manera que un ser humano no podría lograr jamás. Nancarrow, con una vieja pianola Ampico de 1927, reformada por él mismo, dedicó su vida a crear un mundo sonoro con mucho de caleidoscópico y tan alejado de los ismos de este siglo como de cualquier nostalgia por el pasado.

En sus composiciones, muchas de ellas brevísimas --aunque para crear una pieza de apenas cinco minutos debiera trabajar más de un año-- hay una concentración de la información increíble. Y además, obviamente, nada de lo importante circula por los viejos carriles de la armonía o los desarrollos temáticos. Todo es ritmo hasta el punto de que los otros parámetros suenan como variables del propio ritmo. Y, a diferencia de otras músicas ultrarracionales y complejas (la de Nancarrow también lo es), ésta incluye una cuota de seducción altamente infrecuente.

Casado y divorciado de la pintora Annette Stephens, amiga y asistente del muralista Diego Rivera, amigo él mismo de George Oppen --que pintó el famoso calendario azteca de la Biblioteca de la Universidad de México-- y ciudadano mexicano hasta su muerte, sus Estudios para piano mecánico nuclean los elementos fundamentales de su estética y, para esta edición magnífica, que se consigue en disquerías especializadas de Buenos Aires, fueron grabados en su propio estudio, adonde el sello discográfico debió trasladar sus equipos digitales. "Su música es el descubrimiento más grande desde Ives y Webern; es perfecta y al mismo tiempo emocional", escribió Ligeti, cuando descubrió las grabaciones de algunas de sus composiciones en una discoteca de París. Hoy es un descubrimiento posible para cualquiera que tenga la curiosidad suficiente.

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