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EL PUNTERO ALCANZO UN TRIUNFO AMPLIO Y QUEDO SOLO ARRIBA

VÉLEZ IMPUSO LA LEY EN EL OESTE

Aunque resolvió sobre el final, Vélez fue siempre mucho más que Ferro. Abrió el marcador Cordone, pero con goles de Camps, Cordone y dos de Posse resolvió un partido complicado. Darío Husaín y el arquero Ariel Rocha, figuras.

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Cordone y Posse festejan el segundo gol. Llegaba el respiro.

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Martín Posse tuvo media docena de llegadas: embocó dos. Gran trabajo.


Por Juan Sasturain

t.gif (67 bytes) Con todo el clima, con el aire electrizado desde antes de empezar. En épocas o circunstancias de clásicos devaluados --ni Independiente ni River juntaron la mitad del fervor que se amontonó en Liniers-- el enfrentamiento barrial del Oeste se convirtió en trascendente. Sin necesidad de llenar la cancha, con una convocatoria fuerte pero sin esa cosa explosiva y consecuente que tiene en la zona el invicto San Cayetano, patrono y patrón del barrio, Vélez y Ferro hicieron un lindo partido, fuerte, de tensión sostenida por lo menos hasta diez minutos del final. Recién en ese momento --segundo gol de Vélez y devastación definitiva de los verdes-- tras una hora y cuarto de poner y poner, se aflojaron. Adentro, del lado de Ferro, una vez que zafó el tapón del embudo que sostenía hasta con los dientes el fabuloso Rocha, todo acabó; afuera, los suspiros que se escaparon de las bocas no precisamente de fresa de la hinchada del puntero despejaron las últimas nubes que se cernían sobre el Amalfitani. Ahí terminó todo. Los dos goles finales fueron una yapa que Vélez merecía por lo que buscó, que Ferro no merecía por lo que aguantó. Sin paradojas.

El duelo se puede contar como el choque de dos órdenes, de dos pretensiones: la primitiva Ley del Oeste contra la modernidad del Código de Vélez Sarsfield. Ferro llegó con argumentos primitivos pero elocuentes, románticamente ganadores--véanse películas emblemáticas como "A la hora señalada"-- en que el o los buenos salen a la calle polvorienta a dar pelea desde la inferioridad de medios, pero a matar (empatar, acaso) o morir. Es la Ley del Oeste, empírica, previa a toda formalización. Para colmo, para hacerlo más alevoso, Ferro salió del saloon al sol con una sola bala en el revólver. Y gatilló bien: la puso. Pero no fue el tiro del final sino el del principio. La Justicia llegó después, con el Código de Vélez Sarsfield en la mano. Y lo castigó sin piedad.

Vélez llegó con los argumentos sólidos del que tiene un saber y un poder asentados. Tiene fundamentos: cada movimiento colectivo remite a un artículo del código, cada salida o mandada personal está sujeta a derechos y obligaciones debidamente aceptados por la comunidad. No te mata ni te saquea: te persigue y te manda en cana. Por eso, cuando triunfa, se hace Justicia. No gana en las novelas ni en el cine ni en los sueños. Gana en la realidad.

Porque ayer el equipo de Bielsa, sin que todas sus líneas hayan funcionado a pleno, jugó un gran partido. Con una decisión y una seguridad poco frecuentes. Y si la diferencia fue de tres goles estuvo bien, aunque haya llegado tarde. Creó más de quince oportunidades genuinas de gol y soportó tres, y aisladas. Corrió y puso siempre, intentó por todos los caminos sin resignarse. Aunque Bassedas y Camps llegaron poco --el notable remate del gol fue casi la única aparición ofensiva del Beto-- se movieron sin claudicar y superaron siempre a los sobrecargados volantes de Ferro. Y arriba tuvo variantes: incluso cuando no concretó, erró goles de diferente tipo... Así, de salida, le tendió a Ferro la cama turca por derecha: imposible descansar en esa zona de la cancha. Y Ferro padeció a la dupla superpuesta de los Husaín en el zarandeo que soportaron Sosa y Florentini. Darío fue la figura del primer tiempo, pasando siempre hasta por donde no se podía, arrancando pastitos en cada pique. Se comió tres goles. En el segundo, con la entrada de Cordone, Vélez volcó más el ataque por izquierda y le llegó menos juego; sin embargo, tanto él como Posse (el Cholo sutil) estuvieron enchufadísimos todo el partido. Hubo que aguantarlos.

Eso: el saludable y codificado aguante de Vélez es su verdad. Ferro se sostuvo con muy poquitas cosas: la tarde increíble de Rocha, que no se equivocó jamás; la prolijidad de Sartori por su sector, el ir y venir incansable de Martens, el empeño del resto. Pero nada más (ni menos): Víctor López y Bustos no se conectaron jamás, Yaqué se lesionó pronto y las expulsiones le quitaron incluso el sueño de atacar.

Los sueños ayer estuvieron repartidos en tres canchas. Los sordos ruidos que llegaban de la Boca y de La Plata rebotaron contra la olla del Amalfitani pero no alcanzaron para despertar a los empedernidos velezanos. Siguen soñando, la cabeza firmemente apoyada en el código de Dalmacio.

 

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