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INGMAR BERGMAN EN EL FESTIVAL DE CANNES

EL REGRESO DEL GRAN MAESTRO

El sueco presentó "En presencia de un clown", un recuento de viejas obsesiones -protagonizado por otro personaje recurrente, el Tío Carl-, pero sin tono oscuramente dramático de otros tiempos. Lo que resulta difícil de entender es cómo se encuentra fuera de la competencia oficial.

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La jornada de ayer en el Festival se vio opacada por una lluvia que no cedió en todo el día.

Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes

t.gif (67 bytes)  Cuando en 1983 Ingmar Bermgan dio a conocer ese monumento llamado Fanny y Alexander, él mismo, antes de que se hablara de su testamento cinematográfico, se anticipó a anunciar que se trataba de su último film, de su adiós definitivo. No fue tan así. Apenas un año más tarde, el maestro sueco realizó Después del ensayo, argumentando que se trataba de un pequeño film para la televisión. Desde entonces, Bergman ha estado muy activo haciendo teatro y escribiendo guiones (que han filmado con suerte diversa Bille August, Liv Ullmann y su hijo Daniel), pero ahora ha enviado aquí al Festival de Cannes una hermosa sorpresa, que él mismo parece haberse regalado para su cumpleaños, cuando el próximo 14 de julio celebre sus jóvenes 80 años. Se trata de En presencia de un clown, supuestamente otro pequeño film, pero que no es otra cosa que la suma de su pensamiento artístico, una emotiva reflexión sobre sus dos eternas pasiones, el teatro y el cine.

Realizado en video en un estudio de TV y con su vieja familia de actores y actrices de siempre, encabezados por los veteranos Erland Josephson y Anita Björk, En presencia... no sólo se convirtió en una sensación en Cannes (donde participa, por supuesto, fuera de concurso) sino también en un acontecimiento cultural de resonancia en toda Europa, a partir de su inminente difusión por la cadena francoalemana Arte, que le dedicará a Bergman una programación monográfica. El maestro, como siempre, sigue recluido en su fortaleza, en la isla de Faro, que no abandonó ni siquiera el año pasado, cuando aquí en Cannes, en ocasión del cincuentenario le fue entregada in absentia la Palma de las Palmas de Oro, pero envió en su lugar a su viejo amigo Josephson, que en más de una ocasión ha funcionado sobre la pantalla como el doble de Bergman.

Esa tenue frontera entre ficción y realidad, entre el sueño y la vigilia que siempre ha dominado la obra de Bergman vuelve a materializarse una vez más en En presencia de un clown, una pieza de cámara en la que el autor sueco vuelve a hablar de sí mismo y de sus fantasmas. Y lo hace a través de la historia de su tío Carl, un personaje que ya había aparecido antes en Fanny y Alexander, Con las mejores intenciones y Los niños del domingo, siempre interpretado, como aquí, por el prodigioso Börje Ahisted. Aunque la historia transcurre hacia 1925, es imposible no asociar al tío Carl con el propio Bergman. El primer movimiento del film --que tiene una estructura casi musical-- encuentra a Carl en un hospital psiquiátrico de Upsala, intentando recuperarse de su hipocondría, sus manías y sus depresiones, que son las mismas que siempre han torturado a Bergman (que a su vez se asoma en una escena como un paciente). El tono de En presencia... , sin embargo, no es particularmente dramático, como en sus films de los años '50 y '60, sino más bien celebratorio, un poco a la manera con que Fanny y Alexander daba cuenta sabiamente de la riqueza de contrastes que encierra la vida.

Como en aquel film, hay también en esta nueva película de Bergman momentos oscuros, misteriosos: son aquellos en los que el tío Carl enfrenta la famosa "hora del lobo", cuando a la madrugada se le aparece el espectro de la Muerte, esta vez disfrazada de clown, con una máscara que remite inevitablemente a la que cargaba aquel otro payaso doliente que supo interpretar el legendario Anders Ek en Noche de circo y El rito prohibido. Pero con la ayuda de su amante, que es pianista (como Kabi Laretei, una de las ex mujeres de Bergman, aquí a cargo de las piezas musicales), el tío Carl se siente fuerte como para dejar atrás la clínica y emprender una nueva aventura, inventar el cine parlante, que en su ingenuidad no es otra cosa que el mismo cine mudo de entonces, pero con los actores hablando por micrófonos detrás de la sábana raída que en una pequeña parroquia de provincia hace las veces de pantalla.

"El arte no sabe de leyes, es siempre peligroso", proclama pomposamente el tío Carl antes de iniciar la función y casi no acaba de decirlo cuando saltan los tapones del salón, se apaga el haz parpadeante de la linterna mágica y se produce un incendio, sin consecuencias. Una vez conjurados los demonios de la electricidad, la función, claro, debe continuar. Carl y sus actores le proponen entonces a su reducido público una suerte de comunión: continuar el film pero ahora sobre las tablas, a la luz de las velas, haciendo uso de la imaginación. Que la historia que cuentan esos ilusionistas trashumantes sea la de los amores y padecimientos de Franz Schubert, no hace sino instalar en el film un múltiple juego de espejos, en el cual Bergman se ve reflejado en el tío Carl, que a su vez se identifica con las humillaciones que sufrió en su época el compositor.

Todo esto, que puede parecer excesivamente grave y complejo, se hace en manos de Bergman de una gracia, una sencillez y una transparencia excepcionales. "¿La obra ha terminado?", pregunta una espectadora azorada. "La película, querrá decir", la corrige el tío Carl, que nunca deja de presentir detrás de los cortinados la presencia obstinada de ese clown que se empeña en llevarlo del otro lado del escenario, a ese país --como decía Shakespeare, a quien Bergman cita al comienzo del film-- del que nunca nadie ha regresado.

 

Trama: El argumento puede parecer excesivamente grave y complejo, pero en Bergman toma una gracia, una sencillez y una tranparencia excepcionales.


Bergman ni se asomó por Cannes


El director cumple 80 al 14 de julio

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