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POLEAS
Por Antonio Dal Masetto

T.gif (67 bytes) En el Museo de Bellas Artes me encontré con varios grabados de Piranesi de la serie Carceri y el clima de encierro y ahogo me recordó un cuaderno cuyas páginas yo había llenado con dibujos de tarimas suspendidas, cadenas, sogas, ganchos, manivelas, palancas y poleas.

Hace años, un grupo de alumnos de secundaria me pidieron colaboración para una obra de teatro que habían escrito y pensaban representar en el colegio. No necesitaban ayuda para el texto, eso lo tenían resuelto, sino para ciertos detalles técnicos en el montaje de la pieza. La obra se llamaba Nuestra casa. En el escenario debía aparecer una suerte de cubo marcado por cuatro parantes que representaban las esquinas de una habitación. El piso estaba cubierto por una alfombra. Toda la obra se desarrollaba dentro de esa habitación. Ya no puedo precisar los detalles, pero sé que los numerosos personajes que pasaban por ahí eran maestros en bajezas, mentiras y traiciones. Tanto despliegue de inmoralidades iba dejando residuos sobre el piso y siempre, después de cada situación, había alguien que barría la basura debajo de la alfombra. Lo que pasaba en ese escenario era realmente de lo peor y resultaba evidente que los jóvenes autores habían mirado con atención a su alrededor y no tenían una gran opinión de sus contemporáneos. La cuestión es que, escena tras escena, con la basura acumulándose, la alfombra iba subiendo de nivel y los actores estaban cada vez más altos. Mientras tanto, en el espacio oscuro que se iba agrandando debajo de la alfombra, comenzaban a moverse, como en un acuario, figuras fantasmales y monstruosas. Durante toda la obra la alfombra seguía subiendo, los actores subían con la alfombra, las cabezas chocaban contra el cielorraso y se veían obligados a actuar agachados, después arrodillados, finalmente acostados y acababan prensados contra el techo. Uno de ellos, en un último esfuerzo, con el último aliento, tomaba una mota de polvo y estirando el brazo alcanzaba a colocarla debajo de la alfombra. A esta altura todo el espacio que antes había sido la habitación estaba ocupado por las imágenes que se deslizaban en la oscuridad inferior. Así terminaba la obra.

El problema que los muchachos no lograban resolver --y para eso requerían mi intervención-- era cómo elevar el piso hasta el cielorraso. La cosa no era fácil y entonces fue cuando me puse a dibujar en mi cuaderno. Primero había que pensar en una tarima bien sólida porque ahí arriba iba a moverse mucha gente. Segundo, que estuviera firmemente sostenida para evitar el peligro de que se viniera en banda y aplastara a los actores que en la parte inferior hacían de monstruos. Al principio pensé en una serie de crics, accionados por alumnos ocultos detrás de grandes macetas con sus correspondientes frondosas plantas. Pero no había cric que alcanzara la altura necesaria y la idea fue descartada. Pensé en roldanas, con sogas y cadenas tiradas a mano o por varios motorcitos. Los motores tenían el inconveniente del ruido. En cuanto a las roldanas, además de la coordinación necesaria para que todo el mundo tirara parejo y la tarima se mantuviera siempre horizontal, se me planteaba la cuestión de dónde engancharlas y qué soporte podría aguantar semejante peso.

Resumiendo, no les encontré la vuelta a las dificultades técnicas y, por esa razón y quizá también por alguna otra, el proyecto de la obra abortó. Todavía siento culpa. Y la otra tarde, tantos años después, motivado por los grabados de Piranesi, volví a repensar todo el asunto. Salí del museo, me senté en el banco de una plaza y me puse a dibujar. Dibujé toda la tarde. Ahora aquellos muchachos son hombres grandes y es probable que ni siquiera se acuerden ni les interese oír hablar de su obra frustrada. De todos modos, si me los encontrara me gustaría comentarles que a mi entender la idea de la alfombra resistió perfectamente el paso del tiempo y esa historia sigue tan vigente como cuando ellos la pensaron. Y fundamentalmente me causaría mucho placer comunicarles que por fin encontré una buena solución para subir la tarima hasta el cielorraso, suavemente, sin sacudones, sin ruidos molestos y sin que nadie corra peligro de perecer aplastado.

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