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FAMAS
Por Juan Gelman

T.gif (67 bytes) La celebridad de Safo ha atravesado los 26 siglos transcurridos desde su nacimiento en la isla de Lesbos, alrededor del año 610 antes de nuestra era. No indemne. Sus contemporáneos la llamaron "décima musa", "poeta con voz de miel", pero el correr del tiempo la fue convirtiendo en personaje: su extraordinaria poesía erótica habla del amor de una mujer por otras mujeres y resultó fácil la leyenda de su suicidio a los 30 de edad, por la muerte de la amada Feón, también suicida, y la de su protagonismo en escándalos sexuales con hombres y mujeres. La excelencia de su obra --republicada en diez volúmenes por eruditos de Alejandría durante los siglos III y II a J.C.-- y su transgresión en lo sexual provocó, curiosamente, enigmas más insoportables para la posteridad que para la época. En el siglo III de nuestra era Safo fue cortada en dos por la espada de la moralina: una era la poeta famosa, la otra una prostituta del mismo nombre. El rechazo a su inclinación amorosa, inaceptable para visiones masculinas, la convirtió en el siglo XIX en una dulce profesora de pensionado de señoritas a las que enseñaba calmosamente las artes del canto, la música, la danza, la poesía y el bordado.

"... muéstrate, Gongula, te llamo,/ven con tu vestido color de leche,/¡cómo vuela el deseo ahora alrededor de tu belleza!", dice Safo en uno de los 200 fragmentos de su obra --sólo un poema se conserva íntegro-- recuperados de citas de antiguos gramáticos, inscripciones o viejos papiros. Aun fragmentarios, en esos versos brillan los resplandores del amor. Safo se despide de una muchacha que parte y la recuerda así: "recostada en el blando lecho,/delicada.../al deseo ya dejabas salir". "... yo te buscaba y llegaste/y has refrescado mi alma que ardía de ausencia", confía a otra en un par de versos recobrados. Esta voz poética directa y rica de imaginación sensible, la única del deseo femenino de la antigüedad clásica que mantiene su potencia, desafía --para Page duBois-- la opinión de Foucault que vio a la cultura clásica griega como "un simposio austero, filosófico, platónico, pederasta".

En el Renacimiento muchos trataron de "salvar" a la mujer Safo exponiéndola como una triste figura femenina vanamente empeñada en la búsqueda del varón faltante. John Donne, el gran poeta metafísico que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII, fue uno de los primeros en descartar la tentación de heterosexualizar a Safo para tranquilidad de los varones cultos. En un poema notable, "Safo a Filenia", el inglés se refiere al amor entre personas del mismo sexo en términos que anticipan posiciones de un sector del feminismo actual: "Tu cuerpo es un paraíso natural/y en su ser, no abonado, todo placer yace,/no necesita más perfección,/¿por qué, entonces, deberías/admitir que un hombre tosco y brutal lo roture?".

En este siglo que fenece más cabida tiene el erotismo de Safo, totalmente a contramano de la literatura de su tiempo, que siempre presenta a la mujer como objeto pasivo del deseo. Safo la muestra como sujeto activo y así trastorna los conceptos culturales de sexualidad y género que la tradición arrastra hasta nuestros días. Su obra no está movida por la voluntad de erigir un espejo femenino frente a las prácticas homosexuales masculinas de la época, más bien producto de un ejercicio del poder que también se observa hoy en ciertos círculos dominantes. La voz de Safo se instala fuera del mundo jerárquico impuesto por los hombres y no navega por el resentimiento, sino por la pasión.

Safo pertenecía a la aristocracia de Lesbos, casó con Cércilas, un opulento ciudadano de Andros ("hombre" en griego), vivió en la abundancia, excepto durante su probado destierro en Siracusa. Allí debe haber escrito el enternecedor poema --del que se conservan dos fragmentos-- en que explica a su hija que no puede comprarle la diadema lidia que ella le pide: "Yo no tengo, mi Cleia, de dónde/(sacar) ahora para conseguirte/la diadema de mil colores". Poco y nada más se sabe de su vida, lo que ha permitido inventársela varias veces y de distintas maneras. El personaje Safo ha distorsionado durante siglos la lectura de su poesía y cabe preguntarse por qué se personajea al artista en vez de encontrarlo en su obra. Esa construcción ajena de y a la singularidad de una vida humana ¿nace de la comodidad, el aburrimiento, la grisura, y/o la proyección de los inventores de personajes? En todo caso, se trata de otra marca antigua de esta modernidad.

En la basílica subterránea de Roma próxima a la Porta Maggiore resiste el paso de los siglos un estupendo estuco en relieve cuya escena central muestra a Safo saltando hacia Apolo, el dios solar. Pareciera el símbolo de la búsqueda de trascendencia a una vida más luminosa. Como los versos de Safo. Entre paréntesis: a quienes denigran por el tema a la poesía social, política, "comprometida", o como quiera llamársela, tal vez convenga recordarles que después de Safo se han escrito millones de versos con el tema del amor que ni rozan la suela de las sandalias de la poeta de Lesbos.

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