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JOSE LARRALDE, EL PAYADOR PERSEGUIDO QUE ADORAN LAS HUESTES DEL HEAVY METAL
“Gritan cosas raras, como aguante José”

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na28fo01.jpg (7293 bytes)A contramano de todo, el milonguero se ha convertido en un artista clásico del espectáculo argentino, cuyo público excede los límites del folklore. En sus recitales conviven paisanos de alpargatas y rockeros con camperas de cuero, y todos lo escuchan con devoción, como a un gurú.


t.gif (67 bytes)  El obligado cambio de escenografía potenció lo que para muchos significaba una presencia ilusoria, casi una irrealidad inmersa en la vorágine despersonalizada de Buenos Aires. En el teatro Gran Rivadavia (baluarte cultural del barrio de Floresta) butacas de otros tiempos, la consola de sonido y una puesta de luces austera se desvanecían frente a la fantasía de un piso de tierra, la ronda del mate amargo y un fogón eterno, catalizador de soledades y nostalgias. El personaje que llevaba la carga de ese extraño sortilegio se llama José Larralde, y su público intuye en él dotes de gurú criollo que entabla cotidianamente luchas perdidas de antemano. En sus recitales propone un culto a la espontaneidad: hace reír, emociona, se enoja (“Si quieren a alguien que cante todo de corrido, pongan un LP y una foto atrás”) y en sus monólogos rescata personajes camperos que de tan reales parecen inventados. “Muchas de las cosas que canto ya no me suceden más, pero las he vivido. Hoy puedo darle de comer a mi familia, pero pasé hambre durante muchos años, así que bien puedo entender a un jubilado que en su vida hizo mucho más que yo y no tiene para comer”, dirá luego en entrevista con Página/12 este hombre de voz grave, nacido en el pueblo de Huanguelén y actualmente habitante del conurbano bonaerense, descendiente de vascos y árabes, ex tractorista, albañil, mecánico, canchero y soldador, desde siempre decidor de verdades. El mismo que en su momento votó a Alfonsín, y luego a Estévez Boero, que hoy despotrica contra Menem (“jamás fue peronista, vive mintiéndole a la gente, pero quiero que se quede hasta que termine su mandato”) y contra la Alianza (“me dejaron sin opciones, ya no tengo ni radicalismo ni socialismo, sino un híbrido que demuestra su tremenda debilidad al juntarse sólo para ganarle a Menem”), se niega a asumir su rol de último renegado, que lo viene persiguiendo desde los tiempos en que recorría los boliches de Mataderos y del Abasto, donde cambiaba milongas por comida.
–Hay quienes lo acusan de ser un resentido...
–El que dice que soy un resentido nunca pasó hambre. Y, además, no me conoce. Lo que menos tengo yo es resentimiento. He sufrido amarguras, muchas, pero también tengo mujer, hijos, amigos. Dios me dio mucho más de lo que merezco.
–En sus recitales se ven remeras de Hermética y camperas de cuero, algo extraño para un folklorista.
–Primero tengo que aclararle que no soy un folklorista, ni siquiera me considero un músico o un poeta, sino más bien un escribidor que se acompaña de una guitarra. Pero sí, se agregó en los últimos tiempos un público joven. Gritan cosas raras, como “aguante José”. A mí me ponen contento. Creo que tiene que ver con que Ricardo Iorio (ex Hermética, actualmente líder de Almafuerte) me hizo mucha propaganda buena y los chicos vienen a ver qué pasa con este viejo.
–¿Hay puntos de contacto entre los mensajes que tiran Iorio y usted?
–Puede ser. A los dos nos vienen a ver chicos que no tienen laburo, que la pasan realmente mal, pero no sé qué es lo que me ven. Quizás intuyan una conducta, no sé, pero yo no entiendo mucho la música de ellos. Tengo dos sobrinos que armaron una banda de rock pesado, Sauron. Les gusta mi música. Yo a lo mejor no entiendo la de ellos, pero tampoco entiendo a Edith Piaf y sin embargo la respeto. De estos grupos, como Hermética, rescato el sentimiento, y esa polenta que tienen...
–Y su público tradicional ¿cómo reacciona con los nuevos fans?
–Muy bien. Bueno, una vez unos chicos habían colgado antes de un recital uno de esos pasacalles con la imagen del Che Guevara. Y una señora mayor se puso furiosa y no quería dejar que el show comenzara hasta que sacaran ese estandarte. No sé, quizás ella no querría que a través de ese símbolo me tildaran de comunista... pero a mí no me molestaba. Me han dicho tantas cosas... Y al Che ni siquiera lo veo como comunista, sino más bien como un lírico, un libertario.
–Desde Buenos Aires también se ve con cierto prejuicio esa exaltación de nacionalismo que evidencia buena parte del folklore argentino.
–Contesto citando un ejemplo: yo podría haberme salvado del servicio militar por un problema que tenía en el pie. Pero me callé la boca e hice la colimba. Y me fui de voluntario al sur. Quizá no se entienda en Buenos Aires ese espíritu nacionalista, pero en el campo, para nosotros, llevar puesta una escarapela era un orgullo. La culpa de ese prejuicio la tuvieron en este país los militares, porque lo peor que hicieron, además del tema de los muertos y los desaparecidos, fue hacerle creer a la gente que la patria era de ellos. Se asumieron como la reserva moral de la patria, y se la apropiaron. Ellos lograron que nadie que no fuera milico pudiese después llevar una escarapela con orgullo.
–¿Y a usted particularmente cómo lo trataron los militares?
–Mal, como a tantos otros. Estuve prohibido, igual que Cafrune (quien lo descubrió, y lo llevó a Cosquín hace 31 años), la Negra Sosa y muchos artistas que no hacíamos más que cantar lo que pasaba a nuestro alrededor. Reconozco que con el tiempo lograron que me sintiera importante. Pensar que un gobierno militar que se atrevió a desafiar a la OTAN le tenía miedo a un cantor. Evidentemente, para algunos la palabra es más peligrosa que las armas. Y los militares no sabían cómo catalogarme. Para algunos era un argentino de pura cepa. Para otros un comunista, para otros, anarquista...
–¿Y usted qué era?
–Yo ni sabía lo que quería decir la palabra comunismo. A mi pueblo llegaba un solo diario, y una semana tarde. Y lo íbamos pasando de casa en casa, porque no teníamos plata para comprarlo. Me crié laburando, no tenía tiempo para enterarme de qué se trataba el comunismo. Sí me acuerdo que había un solo socialista en el pueblo, y la gente lo hacía a un lado. Y claro, era ateo el hombre... imaginate. Pero en la época de mayor efervescencia política, en los 60 y 70, la lucha ideológica estaba dada por los militares por un lado y los intelectuales que querían hacer la revolución por el otro. La gente común no entendía un pito. Nosotros leíamos el Santos Vega, a Güiraldes...
–Pero tal vez una milonga suya tenía para su gente mucho mayor contenido político y filosófico que un libro de Marx...
–De lo único que estoy seguro es de que a lo largo de toda mi vida siempre canté lo que viví. Pero nunca me puse a pensar de qué ma

 

El regreso de Charly

t.gif (67 bytes) El indestructible Charly García reanudará mañana la serie de shows de presentación de sus temas nuevos, que se interrumpió abruptamente hace tres semanas, cuando sufrió una descarga eléctrica sobre el escenario. Charly adelantaba los temas de su nuevo CD, El aguante cuando, al tocar un micrófono, recibió una descarga eléctrica que le provocó un desmayo. El artista fue atendido en la guardia de un hospital luego de ser retirado inconsciente del lugar, en Bartolomé Mitre al 1500, entre escenas de pánico Sus músicos contaron luego que no sabían qué había ocurrido exactamente, pues sólo lo vieron desplomarse y quedar exánime. Fue dado de alta a las 5. Luego se trasladó a su casa, reposó , y se repuso.

 

Un final muy poco poético

El poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, catalogado por los críticos como el sucesor de Rubén Darío, falleció a los 75 años, en un hospital de Managua tras una prolongada enfermedad. Al lamentar la muerte del poeta, el presidente Arnoldo Alemán anunció que el gobierno decretará tres días de duelo nacional para honrar su memoria. Sin embargo, Martínez Rivas dejó más de 2000 poemas inéditos que no vieron la luz debido a la falta de apoyo oficial a su obra y a la soledad y el aislamiento en que subsistía, en una deteriorada vivienda de Managua y acompañado solamente por dos gatos. Martínez Rivas había sido internado de emergencia en el hospital Bautista de esta capital hace más de un mes, a causa de problemas hepáticos que se complicaron a raíz de una desnutrición crónica. Viajero empedernido en su juventud, admirador de Rimbaud y Baudelaire, Martínez Rivas destelló con su primer poema, “El paraíso recobrado”, a los 18 años. En 1953 publicó La insurrección solitaria, considerada su obra maestra. La reedición de esa obra en México se enriqueció con Varia, un conjunto de 26 poemas escritos entre 1953 y 1993 y publicados en revistas y periódicos. El poeta, que era la mayor gloria literaria viviente de Nicaragua, sufrió una severa crisis en 1996, cuando fue operado de cálculos renales y prostatitis crónica. Semanas después recayó debido a su adicción al alcohol. La crisis se repitió el año pasado, agravada por una desnutrición aguda que lo dejó postrado en silla de ruedas. Sus amigos contaban ayer que subsistía con una pensión mensual de 100 dólares.


Las culpas del rock

–¿Usted comparte la opinión de muchos folkloristas que defenestran al rock por “extranjerizante”?
–Mirá, si por el rock Argentina se extranjeriza, entonces las cosas andan muy mal. Significaría que este país no tiene ningún tipo de raíces culturales. Con ese criterio, me hubiese perdido a Bach, a Joan Baez. Me hubiese negado a que me inyecten penicilina porque la inventó un inglés. Es ridículo. Hay una tendencia extranjerizante en el país, pero por cuestiones mucho más graves que la “infiltración” del rock. Además, me gustan algunas cosas del rock. Elvis Presley, por ejemplo, que es el Gardel del rock.
–Nombró a Gardel. ¿Tantos años en Buenos Aires le hicieron valorar el tango?
–Es una de mis músicas preferidas. El hombre es un tango caminando. No te puede pasar nada en la vida que no esté escrito en un tango.

 

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