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Una historia de mujeres solas y
falsos diablos

En el marco de una puesta caótica, “Taibele y su demonio” rescata el espíritu de la obra de un ganador del Nobel Isaac Bashevis Singer.

El principal enemigo de “Taibele...” es su espacio escénico.
Su mayor logro reside en la potencia del texto de Singer.

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de Isaac Bashevis Singer y Eve Friedman, en versión de Kado Kostzer
Elenco: Rubén Stella, Victoria Carreras, Oscar Ferrigno, Ana María Ambasz, Max Berliner, Sergio Ayzemberg y Pablo Finamore.
Violinistas: Darío Domínguez y José Luis Marina.
Sopranos: Marina Cederbaum y Carla Pisetta.
Musicalización: Fernando Albinarrate.
Iluminación: Horacio Bustamante.
Escenografía: Sergio García-Ramírez.
Vestuario: Mini Zuccheri.
Dirección: Kado Kostzer
Lugar: Andamio ‘90, de viernes a domingos, en horarios diversos.

Por Cecilia Hopkins

t.gif (862 bytes) En los años 30, Isaac Bashevis Singer, uno de los autores favoritos de Henry Miller, emigró de su Polonia natal para radicarse en Nueva York y seguir escribiendo, sin renunciar por ello al idish o al hebreo. En sus minuciosas descripciones, los personajes populares de las pequeñas aldeas judías de su infancia comparten su protagonismo con aparecidos y demonios en relatos fantásticos que alternan situaciones trágicas y humorísticas. En 1979, un año después de que el autor recibió el Premio Nobel de Literatura, el director argentino Kado Kostzer afirma haber comenzado a imaginar la puesta de Taibele y su demonio, la segunda obra teatral de Bashevis Singer. Ligado al Instituto Di Tella en los 60, el director se estableció luego en Europa donde se inició en la escritura teatral: una de sus piezas más exitosas fue Familia de artistas, presentada en París y luego en Buenos Aires, con la misma dirección de Alfredo Arias. Ya de vuelta al país, el año pasado Kostzer estrenó Sardinas ahumadas, con Marisa y Victoria Carreras, dos figuras ligadas al género de las comedias familiares marplatenses.
La trama que teje Taibele... tiene el sello de su autor. Allí Bashevis Singer cuenta la curiosa historia de una mujer judía que ha sido abandonada por su marido, un hecho que la vuelve comparable a un candelabro ritual porque “se mira pero no se enciende”, como comentan sus vecinos. ¿Quién podría desafiar la ley y cortejar a la bella Taibele? Dedicada por completo a la lectura de relatos fantasiosos, la joven está lejos de imaginar que un hombre se hará pasar por un demonio para obligarla a convertirse en su amante. Taibele sale de su letargo y conoce horas memorables, pero luego todo se complica. La versión de Kostzer es fiel y su montaje sigue a ultranza el registro costumbrista del original. Pero encuentra su punto más flojo en el planteo espacial que propone.
A la profusa y apretada escenografía que grafica tanto el ámbito interior como las calles de la aldea, un gran telón de fondo reproduce imágenes de Marc Chagall, en tanto que dos antiestéticas bambalinas flanquean el escenario para dejar que los siete actores, el violinista y la cantante hagan su aparición en escena. El pequeño espacio de que disponen los lleva a respetar códigos comparables a los que se establecen en los juegos infantiles, haciendo curiosos recorridos para entrar y salir por puertas y ventanas imaginarias. Esto, unido a los desprolijos accesos que se hacen a través de aberturas diversas, le da al montaje un aire decididamente amateur. En el terreno de la interpretación, sobresale el vigoroso trabajo de Rubén Stella en el papel del cabalista que se hace pasar por demonio. Victoria Carreras y Oscar Ferrigno acompañan sin desentonar. Los demás actores toman el derrotero de la caricatura, especialmente el trío que componen el rabino y sus acólitos, con Max Berliner a la cabeza.

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