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Panorama político
Si no me tienen fe
Por J. M. Pasquini Durán

t.gif (862 bytes) Dicen que el presidente Carlos Menem felicitó a su colega ruso Boris Yeltsin, confeso admirador de Pinochet, por la destrucción del comunismo. A su turno, Yeltsin congratuló a Menem por la labor cumplida en la economía argentina y expresó deseos de importar el "modelo". A lo mejor hay suerte y se lo lleva. Por lo pronto, Rusia tiene condiciones propicias para intentarlo: las mafias tienen un poder decisivo, la corrupción está generalizada en el Estado, el 43 por ciento de la población vive por debajo del nivel de necesidades básicas y su presidente quiere un tercer mandato. O viceversa: Argentina vive como si hubiera destruido al comunismo.

Alentado tal vez por tanta coincidencia, Menem dio un paso más hacia la ratificación oficial de su voluntad de seguir en la Casa Rosada. Anunció en Moscú que nada impedirá que su partido demande a la Justicia la corrección constitucional que lo habilite para presentar candidatura. En términos sencillos, confirmó que la Corte Suprema tendrá la tarea de borrar con el codo lo que él mismo firmó con la mano, primero en el Pacto de Olivos y después en la reforma de la Constitución. De última, le queda el recurso Fujimori: disolver el Congreso y suspender a los jueces que se opongan. Según el senador Jorge Yoma, menemista de ley, alguna iniciativa de ese tipo ya fue presentada a la carpeta de alternativas que considera el comité de la reelección.

De acuerdo con recientes encuestas, el 40 por ciento de los ciudadanos cree que conseguirá nominarse, mientras otro 40 por ciento niega esa posibilidad y el 20 por ciento restante no sabe o no contesta. No es poca confianza en la capacidad de maniobra presidencial, ya que siete de cada diez en la misma encuesta declaran insatisfacción con la obra de gobierno. La percepción en la calle indica, sin embargo, que la mayoría popular mira el tema con indiferencia, a lo mejor porque falta mucho para la elección de 1999 o también porque los votantes confían en su propia voluntad para decidir en el cuarto oscuro, no importa quien sea el candidato.

En economía, al menemismo tampoco le tiembla el pulso. En lo inmediato, quiere otro visto bueno de la próxima misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) por las tareas cumplidas en materia de impuestos y derechos laborales. En otras palabras, alguien sufrirá en lo inmediato, porque la experiencia dice que los programas del FMI perjudican a las mayorías en el corto y mediano plazo, a cambio de conseguir el bienestar en el largo plazo. Lástima que sea tan largo que nunca llega, porque en el camino siempre alguien comete una mala maniobra y termina de trompa en la banquina. Basta pensar, para no ir muy lejos con la memoria, en los hasta hace poco famosos "tigres" del Asia, que eran el metro-patrón para todos los que quisieran triunfar en la vida. Hoy son un foco de infección para las finanzas internacionales, despreciados por los inversores -–esa casta que maneja las honras de las naciones-— y abochornados como si se hubieran hecho pipí y popó en los pantalones.

No es que el menemismo le guarde una lealtad especial al FMI, porque en esa actitud no hace excepciones con nadie. Lo que pasa es que esa fidelidad le asegura la tranquilidad en los grandes grupos económicos, interesados únicamente en la subsistencia del "modelo", ya que la Constitución no cotiza en bolsa ni fija tasas de interés para el capital. Esos grupos, a su vez, alientan la creencia oficial y buscan extenderla a la oposición, de manera que, gane quien gane, sus negocios queden a buen resguardo. Por el momento, les va bien: Menem quiere probar que no hay ninguno como él para ese menester, en tanto la oposición camina en puntas de pie para que ninguno de ellos se asuste.

Visto así, el futuro nacional es asunto de pura ingeniería electoral. El más vivo se queda con la prenda y el menos vivo, colabora. En estas planificaciones de laboratorio la mayor dificultad es la gente, sobre todo esa porción de la sociedad que vive al país en serio y reclama por el bien común. Siempre insatisfecha, hoy porque no tiene buen empleo o ninguno, mañana porque la plata nunca le alcanza, después porque la educación no es buena o porque los hospitales están cada vez peor y, encima, salir a la calle en algunas zonas y a ciertas horas se ha convertido en asunto de vida o muerte. En fin, motivos de queja no le faltan. Este tipo de personas adolece de ideas obsesivas, por ejemplo el trabajo. No logran entender por qué la economía argentina de fin de siglo, con productividad en alza y crecimiento récord, no alcanza para generar suficientes nuevos empleos.

En un reciente estudio (La intervención del Estado en el mercado de trabajo, de A. López) las estadísticas prueban que los puestos de trabajo ni siquiera cubren el crecimiento vegetativo de la población económicamente activa. En un año, de octubre/96 a octubre/97, "el déficit de empleo genuino fue de 43 mil puestos de trabajo". Para evitar que la idea fija se convierta en protesta activa, el Gobierno decidió implementar algunos programas asistenciales, que abarcan, en el período estudiado, al 71 por ciento de los "nuevos empleos" que figuran en las estadísticas oficiales, cuando son en realidad subsidios precarios y temporales.

Para colmo, los que distribuyen sólo piensan en términos electorales, de manera que no les importa donde hay más necesidades sino donde cuentan con autoridades adictas. Aún las provincias que logran el mayor respaldo, como La Rioja, tampoco son un paraíso: "Durante 1997 recibió un plan de empleo precario cada dos de los nueve mil doscientos desocupados residentes". Total de beneficiarios: 4.488, que recibieron en promedio $ 176,25 por mes. Los ingresos se ubican por debajo de la línea de indigencia.

Otra fuente (FIDE, Fundación de Investigaciones para el Desarrollo) confirma los datos anteriores y agrega: "Por el lado del sector privado, más de las tres cuartas partes de los empleos que se crean son de naturaleza precaria, donde la combinación de inestabilidad y menores remuneraciones engrosan el espacio de los trabajadores pauperizados. Frente a este escenario no cabe sorprenderse frente al hecho de que, aun en un contexto de virtual deflación de precios, los ingresos reales de los hogares no hayan dejado de caer desde 1994 a esta parte" (Informe económico mensual, mayo/98).

Hasta es discutible la "deflación de precios" si se toma en cuenta el peso de los servicios públicos, que ya representa el diez por ciento de los gastos de una familia tipo, como bien lo informó una investigación del suplemento económico de este diario. Las tarifas telefónicas se duplicaron con el rebalanceo, el boleto de colectivo subió 160 por ciento y el peaje 60 por ciento desde el comienzo de la convertibilidad. Los trenes, un 30 por ciento desde su privatización y además reciben subsidios estatales de un millón de dólares diarios. Los aeropuertos, desde que se privatizaron, también alzaron las tasas de los servicios que mal prestan, como se ha visto en las últimas semanas. Estos y otros aumentos, si no son alza del costo de vida, ¿cómo deberían clasificarse?

El informe de FIDE aclara lo siguiente: "Así como el fuerte salto en los niveles de pobreza verificado a partir de 1994 estuvo directamente asociado al aumento de la desocupación, en la presente etapa el fenómeno de la precarización en las condiciones laborales aparece como el factor determinante que realimenta las condiciones objetivas para que se mantenga la situación de pobreza".

Los voceros gubernamentales suelen contestar que para hacer un balance justo de la obra cumplida, en el análisis este déficit social debe ser contrabalanceado con el mérito de una fortaleza económica que Yeltsin envidia. Sin embargo, "un nuevo índice de 'alerta temprana' de crisis cambiarias elaborado por el mismo FMI sobre la base de un conjunto de variables macroeconómicas muestra que Argentina estaría en una posición más frágil que otros grandes países latinoamericanos. Según este indicador sería actualmente más vulnerable que Brasil, Chile y México" (Del Panorama Económico, Otoño 1998, elaborado por la Comisión de Estudios de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires).

¿Alcanzará la insatisfacción popular para rechazar cualquier posibilidad de perpetuar en el gobierno al menemismo? Adjudicar una relación mecánica, de causa/efecto, a las desventuras económicas es tan limitado como suponer que hábiles maniobras electoralistas serán suficientes para imponerse. El asco por la impunidad puede ser una razón valedera para volcar los votos, lo mismo que el miedo a un futuro incierto. La verdadera diferencia parece radicar no tanto en la mala situación actual, como en las expectativas de cambios que mejoren la vida de muchos. ¿Quién está en condiciones de levantar esas esperanzas en la mayoría popular? Por ahora, es una pregunta acongojada.


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