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CLINTON RECLAMO Y LOGRO LA LIBERACION DE TRES DISIDENTES EN CHINA
Billy the Kid se pone duro

En sus declaraciones más fuertes hasta ahora, el presidente de EE.UU. condenó la detención en China de tres disidentes y logró su libertad. Hoy se enfrenta al desafío más arduo, en la Plaza Tienanmen.

Derecha: la Plaza Tienanmen que espera a Clinton.
Arriba, Bill y familia con los guerreros de terracota.

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t.gif (67 bytes)  El presidente norteamericano Bill Clinton afronta hoy en Pekín el momento más delicado de sus nueve días de estancia en China: la recepción que le ofrecerá el máximo dirigente chino Jiang Zemin en la Plaza Tienanmen, escenario de la represión de las protestas democráticas de 1989. Pero Clinton ya endureció ayer el tono de su discurso criticando la reciente detención de tres disidentes chinos. “Si esas informaciones son ciertas –dijo– no representan lo mejor de una China que mira hacia adelante, sino a una China que mira hacia atrás.” Sus declaraciones tuvieron un efecto inmediato: aunque China negó las detenciones, puso en libertad a los tres. Pero surgió una nueva preocupación: la Iglesia Católica, que es ilegal en China, denunció el arresto de uno de sus obispos. El Vaticano no pudo confirmar la noticia, pero manifestó su preocupación.
“Una de las razones por las que he venido aquí –añadió Clinton tras su declaración más fuerte hasta el momento– es para discutir privada y públicamente asuntos de libertad personal. Es muy importante para mí hacer eso. Pero creo que este asunto (la persecución de disidentes) hace todavía más importante el que trabajemos con los chinos y consigamos de ellos un compromiso.” Clinton hizo esos comentarios ante un grupo de periodistas en la aldea de Xiahe, próxima a la vieja capital imperial de Xian, donde ayer discutió con un grupo de vecinos y acudió luego a una escuela. Más tarde Sandy Berger, consejero de Seguridad Nacional, declaró en el centro de prensa de la Casa Blanca en Xian: “China está cambiando en la buena dirección, pero hay fuerzas que se resisten al cambio. Ahí tenemos la detención de disidentes, protagonizada por un aparato de seguridad que contempla con miedo una visita como ésta. Hemos expresado nuestra preocupación a las autoridades chinas, pero la respuesta no ha sido muy satisfactoria”.
Horas más tarde, sin embargo, se hizo pública la liberación de las tres personas detenidas el jueves. Dos disidentes (Yang Hai y Yan Jun) y un abogado activista de los derechos humanos fueron puestos en libertad tras las palabras de Clinton, en un gesto de buena voluntad por parte del gobierno chino.
Frente a esta liberación, ayer fue detenido Julias Jia Zhiguo, obispo católico en la clandestinidad de la provincia septentrional de Hebei. Clinton, según Berger, le dirá hoy a Jiang que estas detenciones son inaceptables y que si China quiere acercarse al mundo tiene que tener menos miedo de su propia gente. Ante las repetidas preguntas de los enviados especiales, el consejero de Seguridad Nacional fue agriando el tono al referirse a sus anfitriones y llegó a decir: “China es una nación autoritaria con un terrible historial en derechos humanos”. Cuando hay elecciones y el pueblo decide, todo el mundo gana, había dicho pocas horas antes el presidente norteamericano a los niños y adultos reunidos en el patio de la escuela de Xiahe, una de las aldeas chinas que ya tiene democracia local. Fue su aporte de la jornada a la línea de diplomacia pedagógica iniciada el jueves cuando, a su llegada a la vieja capital imperial, instó a China a seguir el ejemplo de EE.UU. y defender la propiedad y la libertad de todos los ciudadanos.
Niños de ambos sexos uniformados con pantalones cortos y faldas azul- celeste, camisas blancas y pañuelos rojos recibieron a Clinton en su escuela agitando ramilletes de flores y cantando temas tradicionales. La música la ponía una banda infantil de trompetas, tambores y platillos tocada con gorras Mao. De la seguridad se encargaban mayormente decenas de agentes del Servicio Secreto norteamericano, llamativos por sus gafas de sol de esquiador, sus aparatitos en las orejas, los bultos en el cinturón bajo amplias chaquetas sombrías y las caras de malhumor. Clinton, con camisa verde de manga corta, estuvo acompañado en el estrado por su esposa Hillary, con pamela negra, camisola azul, larga falda negra y anteojos de sol. Sentados abajo estaban su hija Chelsea, con sombrero de paja, y la secretaria de Estado, Madeleine Albright, con capelina rosa, traje violeta y anteojos de sol sobre un rostro maquillado como con polvos de arroz. El calor era feroz, sin un soplo de viento.
Las autoridades chinas habían escogido Xiahe como modelo de aldea que en los últimos años ha pasado de una espartana vida de agricultura comunal a otra de capitalismo incipiente, con explotación individual de las tierras, fábricas privadas de ladrillos y vinagre e industria de artesanía vinculada al turismo que afluye a las cercanas excavaciones arqueológicas de los guerreros de terracota del emperador Qin.
Clinton resumió el progreso material de esta comunidad de 376 almas en la reciente llegada de la televisión por cable, “que ha traído el mundo a vuestros hogares”. Más tarde, la familia presidencial norteamericana visitó en privado el lugar donde han reposado bajo tierra durante 22 siglos los guerreros de terracota que protegían la tumba del emperador Qin. Los Clinton se declararon impresionados por esa muestra del refinamiento de la civilización china en una etapa tan temprana de la historia.

 

Un eje vuelve a operar

Es principalmente Rusia donde está cayendo Asia pero es China el eje desde el cual se la reconstituye. Esa al menos es la lógica del viaje de Bill Clinton a la futura superpotencia económica, una misión en la que los derechos humanos ocupan un lugar –como se demostró ayer–, pero en la que hay cuestiones más apremiantes por resolver o por asegurar. Entre ellas, que China se abstenga de la tentación de devaluar el yuan, lo que iniciaría una serie de devaluaciones competitivas en cadena que desatarían una guerra comercial, agravando la ya difícil situación en que se desenvuelven los traumatizados tigres asiáticos. Otra cuestión remite a asegurar que China mantenga a su aliado Pakistán disciplinado y le impida seguir con las pruebas nucleares antiindias que han escalado la tensión regional.
Pero es Rusia donde la crisis asiática amenaza hacerse más total y mortífera para el resto del mundo. Durante semanas, las autoridades monetarias rusas, el Fondo Monetario y hasta el propio presidente norteamericano –este último operando sobre la base de transferencias de fondos secretos– han estado tratando de sostener el rublo contra un ataque en regla por parte de los especuladores. Y no sólo de los especuladores, sino de los inversionistas más legítimos, que deben tener unos nervios de acero para seguir aguantando la magnitud de sus apuestas en un mercado tan volátil como el que representa el castillo de naipes de La Casa Rusia. El Banco Central ruso volvió a subir ayer las tasas preferenciales y el FMI, con sus 670 millones de dólares, trató nuevamente ayer de parar con un corcho el derrame de una represa. Son medidas temporarias, y ambos actores lo saben. Tampoco puede esperarse gran cosa del plan de reforma impositiva avanzado por el primer ministro Sergei Kiriyenko. Estados Unidos, por último, no tiene más dinero para dar.
Entonces, ¿la caída rusa es inevitable? De algún modo sí –porque Boris Yeltsin ya ha desperdiciado demasiado tiempo y ayuda norteamericana–, y lo que se está negociando es hasta dónde y en qué términos habrá de caer. Por eso, para Estados Unidos es indispensable una China fuerte en el ángulo sudeste de la inmensa masa continental asiática, una que resista la tentación de golpear económicamente a Japón y asegure cierta estabilidad regional. En el fondo esto no es algo nuevo, sino la continuación del eje establecido por Nixon y Kissinger contra la vieja URSS en 1972. Ese eje –con nuevos actores y problemas– vuelve hoy a girar.

 

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