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LA GUERRA SUSTITUTA
Por Osvaldo Bayer


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T.gif (67 bytes) El vuelo de Roma a Francfort se retrasó porque se había perdido un japonés. Todos los pasajeros eran japoneses, yo era el único cara pálida. Pienso: si el avión se cae voy a pasar desapercibido como víctima ya que los diarios lacónicamente van a informar de que se trataba de un conjunto de turistas nipones y no se van a tomar el trabajo de descifrar los nombres de la lista de pasajeros. Por culpa del japonés perdido llego a la estación de ferrocarril de Francfort apenas un minuto antes de que parta el tren que me llevará a Bonn. Subo sin aliento con las dos valijas al tren, entro al compartimiento y dejo las maletas susodichas en el pasillo. Pero de inmediato viene un guarda, quien con toda cortesía me conmina a que ponga las valijas en el portaequipaje arriba del asiento. Me dice que al comprar el billete me obligo a hacerlo. El orden debe existir. En el compartimiento hay una sola pasajera que me mira y luego mira las valijas. Hago un esfuerzo supremo para levantar la más chica por sobre mis hombros, pero fracaso. Trastabillo. Me bamboleo con la valija en los brazos. De pronto la viajera se levanta y me dice: "Déjeme a mí". Y no sólo me coloca la primera sino también la otra, la más pesada. Sonrío, confundido y busco alguna explicación que me deje bien en mi calidad varonil: "Es que --le digo-- ya tengo setentiún años y vengo de un largo viaje, desde el sur de América". "Yo tengo setenticinco y vengo de Australia", me replica ella, sin ninguna pose. Pienso, para darme fuerza: "Debe ser alguna delegada de una organización feminista". Pero a poco se olvidan las diferencias de "género" e iniciamos una larga conversación sobre la actualidad. Y por supuesto caemos indefectiblemente en EL TEMA. El comportamiento de los hooligans alemanes en el Campeonato Mundial de Francia. Más de media nación se ha avergonzado hasta la médula de los huesos y la otra mitad mira al costado como si no hubiera leído la información de cómo los fans borrachos habían dado una paliza casi mortal a un policía francés, sólo por el placer de pegar y porque estaban desilusionados ante la falta de hinchas yugoslavos, cuyo equipo se iba a enfrentar pocas horas después con el seleccionado germano. La viajera está de acuerdo con la opinión de la encuesta cuyo resultado es que el 51 por ciento de la población alemana pide que Alemania retire su equipo del Mundial, como pedido de disculpas al mundo entero. Y piden también a la FIFA que no tenga en cuenta a Alemania para ningún próximo certamen internacional de fútbol.

En los diarios alemanes se reflejan las opiniones de sociólogos e intérpretes de la realidad social ante ese hecho de violencia. Las dos causas principales por las cuales hay jóvenes que van al estadio a pegarse con quien sea, o a destruir vidrieras o instalaciones públicas son dos: desocupación o falta de amor recibido. Pero hay otras causas más que tratan de desentrañar los preocupados intérpretes sociales. Por ejemplo, Manfred Schneider escribe: "La frase de Schiller: `El ser humano llega a ser un hombre entero sólo cuando juega' pasó mucho antes que la invención del fútbol a integrar el tesoro humanístico de citas. Schiller crea una verdad que en las pasadas semanas se convirtió en la noticia principal. El hombre es también allí todo un hombre cuando, sin una razón previsible, juega con riesgos mortales". Y continúa: "Los hooligans son jugadores atraídos por la fascinación de la pequeña guerra callejera. Juegan con un altísimo riesgo para dar su puntapié hacia el gol. El policía francés herido de gravedad en Lens no es sólo víctima de un golpeador criminal sino de un placer brutal del tiempo libre: hooliganismo es un resto bélico de la sociedad que busca riesgo y emoción. Como si la monotonía de la paz les resultara ya insoportable, muchos jóvenes claman por una diversión sangrienta. Y el fútbol les entrega todos los momentos de la guerra sustituta y del humor marcial: emblemas, griterío, odio, miedo, manifestaciones".

Mark Spörrle, por su parte, interrogó largamente a dos miembros de la agrupación que casi linchó al policía francés. Pudo comprobar aquello que sostuvimos: cuando no tienen enfrente a otro grupo de hinchas del equipo contrario, se la toman con la policía, es un desafío. Uno de los hinchas señala casi con orgullo: a nosotros nos interesa la pelea en sí antes del partido. Pero los noventa minutos de fútbol también nos interesan, y luego, como gran desafío nos gusta la pelea al final. Casi como un principio ético, aclara: "Jamás le vamos a pegar a un escolar o a un jubilado. No, buscamos el encuentro contra los que piensan igual que nosotros y tienen nuestra misma fuerza". Entre ellos existe un código de honor (dentro de la absoluta irracionalidad, reglas): "Si a mí uno que está en el suelo me dice que ya basta, que ya recibió bastante, dejo de pegarle".

El encuentro con la policía en Lens queda claro: "Antes de salir de viaje nos pusimos todos de acuerdo en fajar a los hinchas de Yugoslavia. Pero no había, no vinieron, por eso buscamos a los policías". Ningún regreso sin intentar una vivencia emocional. "Fue como ir de caza: a veces nos caza la policía, esta vez salimos nosotros a cazar policías". El deporte del riesgo y del peligro. Con seres humanos. Entre seres humanos. Simpatizantes en busca de la muerte por el placer de despedazarse. Lo trágico a través de los puños, las patadas y el bastonazo. "Vos buscás el equilibrio --sigue el hooligan-- que es justo el momento del encuentro, cuando los otros se vienen o vos los buscás, es cuando te decís: esto, es lo que me gusta, ¡venga! Es la guerra."

Pienso en Ernst Jünger, el Borges alemán, con aquella descripción sensual de la batalla cuerpo a cuerpo con bayoneta calada: "La sangre remolineaba por el cerebro y las venas como ante una noche de amor deseada vivamente, pero aún en forma más clara y enloquecedora. ¡El bautismo de fuego! El aire estaba cargado de tanta desbordante masculinidad que cada hálito emborrachaba, de modo que se hubiera podido estallar en llanto sin saber por qué. ¡Oh, corazones masculinos que podéis llegar a sentir todo esto!". Y después: "El deber sagrado de la cultura más elevada es poseer los batallones más fuertes". "Sólo hay una masa que no es ridícula: el ejército". Y claro, el remate de todo esto no podía faltar. Es cuando escribe: "A pesar de que no soy enemigo de la mujer, me irritaba siempre el ser femenino cuando el destino de la batalla me arrojaba al hospital. De las acciones masculinas, enérgicas y lógicas de la guerra entraba uno en una atmósfera de indefinidas irradiaciones".

El hooligan lo expresa con el idioma de la calle. "Lo que vale para nosotros es el espíritu de camaradería, el sentido de pertenecernos entre nosotros, que es nuestro poder. Un compañero lo dijo claramente: `Yo pego por mi club, por mi ciudad, por mi patria'."

He llegado a Bonn, el tren se detiene. La viajera me ayuda a bajar las valijas. Nunca me pasó esto, aceptar que una mujer me ayude en una cuestión de fuerza. Me siento como si entrara en una atmósfera de indefinidas irradiaciones.

 

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