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"Godzilla" es grande, malo y demasiado pesado

La remake de Roland Emmerich pasa al monstruo japonés por la procesadora de Hollywood, convirtiéndolo en un producto inconsistente y demasiado extenso, en el que fallan hasta los efectos especiales.

Godzilla pisotea edificios en una permanente noche lluviosa.
Los actores son apenas algo más gráciles que el mutante nuclear.

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GODZILLA CALIFICACION: 4 PUNTOS

Estados Unidos, 1998.
Dirección: Roland Emmerich.
Guión: Dean Devlin y Roland Emmerich.
Fotografía: Ueli Steiger.
Música: David Arnold.
Intérpretes: Matthew Broderick, Jean Reno, Maria Pitillo, Hank Azaria, Kevin Dunn, Arabella Field, Michael Lerner.
Estreno de hoy en el Atlas Lavalle, Ocean, Santa Fe, Alto Palermo, Atlas Belgrano y otros.

Por Guillermo Ravaschino

t.gif (862 bytes) El nuevo Godzilla mide alrededor de 90 metros. Que a veces son muchos más, y otras menos, en razón de la caprichosa escala con que se diseñaron edificios, túneles y avenidas para que crezca --y al mismo tiempo quepa-- la monstruosidad de la criatura. Tiene cola y dientes de lagarto, cabeza de dinosaurio, tronco de humanoide y un andar pesado que demuestra que, en cuestiones de fluidez, a la animación por computadoras todavía le queda un largo camino por recorrer. Más allá de semejantes rasgos, la flamante versión parece reflejar las cualidades de Dean Devlin, coguionista de la superproducción y mano derecha del realizador Roland Emmerich. Joven, emprendedor, de mirada vivaz tras redondos anteojitos, Devlin es esa clase de trabajador del cine que intenta pensar como los chicos... y hace películas para los grandes. No hay otra forma de explicar la pasmosa elementalidad de Godzilla, que la torna francamente inepta para adultos, al tiempo que sus generosas dosis de emoción prefabricada están llamadas a mover escasos pelos entre los "bajitos".

Los primeros signos de la aparición del monstruo dan pie a una secuencia de escenas de modesta sutileza, que insinúan la presencia del más fiero animal en pie. Allí están los restos de un pesquero japonés, esas huellas gigantescas y un muelle pulverizado por la marea que provoca el bicho. Resulta que Godzilla es la infausta consecuencia de ensayos nucleares franceses --algo que cayó bastante mal en Francia y no tan bien como se esperaba en Estados Unidos--, pero el encargado de combatirlo será Nick Tatopoulos, un biólogo del Gran País. Matthew Broderick lo compone con una extraña galería de recursos. Habla y razona como un niño y de su saber, que se supone vasto, no hay evidencias a la vista: habida cuenta del enorme porte de Godzilla, ¿cómo es posible que le lleve tanto tiempo deducir que es una hembra?

Por el lado logístico el grupo humano cuenta con Philippe Roche, un superagente francés que carga con las culpas del experimento atómico. Jean Reno (El perfecto asesino) luce extraño en ese rol, construido en base a reiterados chistes contra el espantoso café made in USA (insertados, según Emmerich, "para que quedase clara su nacionalidad"). Si algo faltaba, el guión lo obliga a revelarle a Nick secretos militares como si fueran confidencias amorosas. Claro que también están los militares estadounidenses. Tan torpes como patriotas, son capaces de destruir el Chrysler Building con disparos que estaban destinados a Godzilla, pero también de redimirse gracias a un par de certeros misiles que finalmente lo derriban. Una subtrama amorosa entre el biólogo y una ex novia de la escuela le da lugar a la actriz televisiva Maria Pitillo para que despliegue todos los tics de "rubia superficial" que la hicieron famosa en la pantallita. Al lagarto propiamente dicho se lo muestra mayormente de las pantorrillas para abajo. Sus tremendos pisotones, sin embargo, no provocan demasiadas muertes: Manhattan fue evacuada a velocidad relámpago y además --y sobre todo-- había que atenuar la truculencia para que el film fuera declarado apto para teenagers. Así, los módicos sustos que depara Godzilla (y unos cuantos "godzillitos" copiados de los velocirraptors de Jurassic Park) decrecen con el correr del metraje.

Casi toda la película transcurre de noche y bajo la lluvia, no por imperativos dramáticos sino para disimular mejor las apuntadas deficiencias de la animación. Nada explica, empero, que la capacidad de lanzar fuego por la boca sea tan poco utilizada por Godzilla, que una y otra vez descuella como un bicho generoso, perdonando las vidas de unos cuantos. Entre ellos está el alcalde neoyorquino Ebert, centro de una subtrama "política" que no tiene otra función que la de caricaturizar al crítico Roger Ebert (a la sazón, muy duro con Día de la Independencia, el anterior film de Emmerich-Devlin). Al mismo tiempo, y contra toda lógica, el fenómeno Godzilla queda acotado al ámbito municipal. Godzilla dura 138 minutos que parecen horas. Lo verdaderamente monstruoso es que ya se cuece a toda marcha el rodaje de Godzilla 2.

 


 

COMO NACIO LA BESTIA MAS CELEBRE DE JAPON
Aquella pesadilla nuclear

Por L. M.

t.gif (862 bytes) Cuenta la leyenda que allá por 1954, volviendo de un rodaje en Indonesia, mientras observaba por la ventanilla del avión las aguas insondables del océano Pacífico, el productor japonés Tomoyuki Tanaka tuvo una visión absurda, causada probablemente por la combinación del pánico a la altura y un exceso de alcohol. Imaginó que allí abajo dormía un monstruo gigante y que si despertaba y salía a la superficie su solo tamaño provocaría el fin del mundo. Ya en Tokio, más sereno, convenció a la productora Toho de que su pesadilla bien podría ser también la de millones de espectadores. Al fin y al cabo, el reestreno en Japón del King Kong original había sido por entonces todo un éxito y allí también el tamaño importaba. Pero la tragedia nuclear de Hiroshima había marcado a su país de una manera indeleble y lo seguía haciendo. Cuando Tanaka tenía aún al monstruo solamente en su cabeza, las radios y los periódicos dieron cuenta de lo que denominaron "la segunda catástrofe atómica del Japón". Un barco pesquero de bandera japonesa había entrado inadvertidamente en una zona donde Estados Unidos llevaba a cabo ensayos nucleares y los marineros sufrieron los terribles efectos de las radiaciones, al igual que la pesca capturada. Esa noticia le dio a la pesadilla de Tanaka otro cariz, que el realizador Inoshiro Honda --un ex asistente de Akira Kurosawa, obsesionado con hacer una película sobre el holocausto atómico-- supo interpretar. El monstruo sería claramente una metáfora de Hiroshima y sus espantosas consecuencias.

Todavía quedaba por ponerle un nombre a la bestia de las profundidades. Tanaka pensó primero en un título muy corto (G, de gigante) y luego en otro demasiado largo (El monstruo gigante que vivía a 30.000 kilómetros bajo el mar). La revelación se produjo cuando descubrió el apodo del obeso jefe de prensa de la Toho: "Gojira", una combinación de dos palabras japonesas, "gorira" (gorila) y "kujira" (ballena). La película, con un presupuesto modestísimo, no tardó en filmarse, se estrenó en Japón con un éxito arrollador como Gojira y viajó por el mundo como Godzilla, quizá porque la partícula "God" remite obviamente a Dios, un Dios punitivo, que castiga duramente la manipulación atómica con la liberación de esa horrible criatura gigante. Desde entonces, hubo por lo menos dos decenas de continuaciones hasta llegar al nuevo Godzilla (que, según cables provenientes de Tokio, los japoneses rechazan), pero un solo héroe, casi anónimo. Se trata del desconocido Haruo Nakajima, un extra que había participado del rodaje de Los siete samurais de Kurosawa y que en el Godzilla original debió calzarse el incómodo disfraz de látex y cañas de bambú con el que se materializaba la bestia. De hecho, se diría que el ignoto Nakajima fue la única auténtica víctima de Godzilla, el hombre que se escondía penosamente detrás de un nombre que se haría legendario.


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