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Texto: A CHAPA LOS ESTRENOS DE LA SEMANA
"LOS SECRETOS DE HARRY", UNA OBRA IMPIADOSA

Con su nueva película, Allen demuestra su capacidad para multiplicar sus facetas como cineasta: aquí pasa de víctima a victimario, con un personaje de alta crueldad. Y un cine complejo y potente a la vez.

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Harry se encuentra en los antípodas de otros personajes de Allen.
Incluso se permite chistes políticamente incorrectos sobre el Holocausto.

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Allen con Demi Moore, una de las figuras de un reparto más que abultado en materia de estrellas.
"Deconstructing Harry" pone a la luz el costado menos complaciente del cineasta neoyorquino.


LOS SECRETOS DE HARRY 8 puntos

(Deconstructing Harry) Estados Unidos, 1997
Dirección y guión: Woody Allen.
Fotografía: Carlo Di Palma.
Intérpretes: Woody Allen, Billy Crystal, Demi Moore, Judy Davis, Elizabeth Shue, Robin Williams, Bob Balaban, Hazelle Goodman, Mariel Hemingway.
Estreno de hoy en los cines Monumental, Capitol, Gaumont, Atlas Belgrano, Patio Bullrich, Paseo Alcorta, Tren de la Costa, Cinemark Adrogué.

Por Luciano Monteagudo

Es francamente notable cómo Woody Allen cambia permanentemente, sin dejar jamás de ser él mismo. Sus dos películas anteriores, Poderosa Afrodita y la maravillosa comedia musical Todos dicen te quiero, parecían haber hecho de Woody un personaje más frágil, más tierno, menos neurótico, y un cineasta más sereno y compasivo, dispuesto a disfrutar de los placeres simples de la vida --cantar, bailar, enamorarse--. Ahora, con Los secretos de Harry Allen se manifiesta de pronto como un demiurgo furioso, dispuesto a presentar su faz más oscura, menos complaciente. Hay algo brutal en la manera en que Allen se expone a sí mismo como personaje en Los secretos de Harry, pero también una potente, extraña fuerza vital, como si el humor rabioso, inclemente, de su nueva película fuera una forma de recuperar la iracundia de la juventud, de no reblandecerse, de demostrar que el verdadero artista sólo se debe a su obra y a nada ni a nadie más.

El magnífico comienzo del film, con la voz de Annie Ross apurando desde la banda sonora el irónico standard "Twisted" (Torcido) --no hay en el cine quien utilice como Allen la música popular de su país-- sienta inmediatamente el ritmo, el tono y el tema del film. Encolerizada, Lucy (Judy Davis) baja de un taxi --el montaje muestra esta misma escena frenéticamente, una y otra vez-- y entra al departamento de Harry (Allen), con la idea de suicidarse delante de él, o de matarlo, tanto da. Sucede que en su última novela Harry hizo lo que hace siempre: utilizar como materia prima todo aquello que lo rodea, sus relaciones clandestinas, sus permanentes infidelidades, y ventilarlas a la luz pública, apenas levemente disfrazadas, sin importarle en absoluto las consecuencias que eso pueda acarrear para los demás.

Si Harry se salva de ganarse un balazo en la cabeza es, en parte, porque confiesa que está sufriendo más que nunca, que está bloqueado (Harry Block se llama su personaje), que tiene el síndrome de la página en blanco y que si solía hacer de las píldoras, el alcohol y las prostitutas un cóctel demasiado frecuente, ahora ya se ha convertido en una necesidad insoslayable. Para colmo de males, la universidad de donde fue expulsado de joven quiere hacerle un homenaje y la sola idea de tener que enfrentar a esos engolados académicos y voraces estudiantes que diseccionan su obra le suma a Harry una angustia adicional, que no atempera el hecho de que la mujer de la que dice estar enamorado (Elizabeth Shue) esté a punto de casarse con su mejor amigo (Billy Crystal), a quien ve como al mismísimo Satanás encarnado. No hay nada que hacer, no es una buena semana para Harry.

El único refugio que encuentra está --dónde si no-- en su obra. Es así como sus personajes de ficción se funden, se confunden y se alternan a lo largo de todo el film con sus auténticas ex mujeres, novias, hermanas, cuñadas y amantes, toda una legión vengativa que sabe muy bien que Harry es capaz de ser el peor tipo del mundo, "después de Hitler, Goebbels y Goering, claro está", según él mismo tiene a bien aclarar. Esta interacción permanente entre la vida real de Harry y sus ficciones le da al film una estructura de una enorme complejidad, que Allen resuelve con una fluidez y una transparencia asombrosas. Eso no quita que varias de las digresiones que se permite el film sean ciertamente cómicas, sin duda, pero deudoras de una estética que Woody parecía haber dejado atrás desde los viejos tiempos en que su cine era una mera concatenación de sketches.

Si además de su elenco multiestelar (como nunca), hay algo que sin duda llama la atención de Los secretos de Harry, es esa voluntad de provocación que tiene aquí Allen. El bueno de Woody no duda en hacer chistes políticamente incorrectos sobre el Holocausto, burlarse ferozmente de sus tradiciones judías y hasta ponerse a sí mismo no en el lugar de la víctima, como habitualmente, sino en el del victimario; un escritor impiadoso, procaz, egoísta, irresponsable, cuya única justificación y moral se encuentra en sus textos (o en sus películas, se diría, si Allen está hablando también un poco de sí mismo).

La fricción que es capaz de causar Los secretos de Harry proviene además, por supuesto, de la forma que Allen le dio a su film, de la manera nerviosa que le ha impuesto al montaje, pleno de falsos raccords, de cesuras, que quiebran deliberadamente el equilibrio narrativo y contribuyen a transmitir el patético estado de ánimo con que Harry atraviesa su crisis creativa. De esa crisis saldrá solamente cuando reconozca que él puede "funcionar en el arte pero no en la vida" y comience a tipear enloquecidamente esa idea en su Remington, volviendo a exorcizar los fantasmas de la realidad en las tranquilizadoras páginas de la ficción.

 

Subtítulos para niños

En Los secretos de Harry, Woody Allen utiliza un vocabulario, más que subido de tono, deliberadamente soez, que por algún pacato motivo los subtítulos en castellano se empeñan en morigerar, traicionando así las intenciones del autor. Esa escatología del personaje tiene su razón de ser, hace a su identidad y a su forma de relacionarse con los otros personajes, pero poco y nada de eso sabrá el espectador argentino que confíe solamente en las letras blancas sobreimpresas en la imagen, en lo que puede considerarse un acto de censura encubierta típicamente argentino.

 

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