Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


De cómo pulverizar con un film "Las alas del deseo"

"Un ángel enamorado" tritura el original del alemán Wim Wenders, al onvertir su historia en carne picada por el sistema de produccción.

Meg Ryan es Maggie, una cirujana cardiovascular que escucha a Jimi Hendrix y se enamora de los ángeles.
Nicolas Cage es Seth, un querubín que no tiene hambre, sueño ni tacto, pero puede enamorarse.

na26fo01.jpg (7675 bytes)


Un ángel enamorado Calificación: 4 puntos
(City of Angels). Estados Unidos, 1998.
Dirección:
Brad Silberling.
Guión:
Dana Stevens, basado en Las alas del deseo, de Wim Wenders y Peter Handke.
Fotografía:
John Seale.
Música:
Gabriel Yared.
Intérpretes:
Nicolas Cage, Meg Ryan, Dennis Franz, Andre Braugher.
Estreno de hoy en el Cinemark, Gaumont, Maxi, Monumental, Paseo Alcorta, Patio Bullrich.

Por Guillermo Ravaschino

t.gif (862 bytes) En mayor o menor medida, todas las religiones reservan a los ángeles el rol de mensajeros divinos. Intermediarios de Dios --o los dioses-- ante la humanidad, destinados a instruir, orientar y hasta dirigir a los mortales. Las alas del deseo, en 1988, tomó prestada esta mitología para basar las prolíficas especulaciones metafísicas de Wim Wenders y el escritor Peter Handke, en el marco de un sugestivo ensayo fotográfico sobre la ciudad de Berlín. Un ángel enamorado es la tardía remake made in USA del film aquél. Se apoya más decididamente en la vertiente religiosa, reduce al mínimo la filosófica, reinventa la trama para adaptarla a las fórmulas de love story infinitamente probadas, y gastadas, por el cine mainstream.

Las primeras escenas de Un ángel enamorado retoman la versión de las criaturas espirituales que había entregado Wenders. Tienen aspecto humano, lucen rigurosos sobretodos negros y deambulan melancólicamente, casi siempre a dúo, por los techos de la ciudad. Que no es Berlín sino la mucho menos fotogénica ¡y redundante! Los Angeles. Y a cambio del escuálido Bruno Ganz, que era el ángel principal, aquí está Nicolas Cage, cuyo físico de patovica --a tono con los títulos de superacción que encabeza de tanto en tanto-- parece lo menos apropiado para un querubín. Como buen ángel, Seth no es capaz de sentir hambre ni dolor. Tampoco tiene el sentido del tacto. Pero usa y abusa de su capacidad telepática para hacerle saber al espectador todo lo que piensan los otros personajes. Así buena parte de las actuaciones, precisamente destinadas a evocar las procesiones interiores, quedan vaciadas de sentido. Por otro lado, está la conspicua cirujana cardiovascular animada por Meg Ryan. Para dar la medida de su vivacidad, el director Brad Silberling no se anduvo con chiquitas: la doctora Maggie opera a corazón abierto haciendo sonar temas de Jimi Hendrix a todo volumen en un minicomponente. De la misma cepa es la excesiva reacción de Maggie cuando fallece uno de sus pacientes. "¿Es que ya nada está en mis manos?", clama como una niña. Es evidente que ya está lista para recibir a Seth.

Una auténtica galería de incongruencias preside el encuentro de los protagonistas. Seth sigue siendo ángel, y sin embargo Maggie lo puede ver. El se enamora perdidamente (¿alguien dijo que los ángeles no tienen sexo?) y renunciará oportunamente al angelato a caballo de una certeza que debería engrosar el rubro "Cursilerías" del libro de los records: "Prefiero tocar un segundo su cabello, darle aunque sea un beso, tocar su mano, antes que siglos de eternidad". Ella no se queda atrás. A poco de andar jura y perjura que tiene que haber "alguien más grande, más allá", que se encarga de poner cada cosa en su sitio. La medicina, el amor carnal, quedan prontamente subordinados al orden de lo divino. La ya floja urdimbre dramática se termina de descalabrar. Maggie cambiará un suculento picnic campestre por... una charla religiosa sobre la vida y la muerte con el ángel. Seth, invisible aún, se inmiscuirá en la cocina de Maggie mientras ella discute con su novio, como en una famosa publicidad de aceite de la televisión vernácula. La última de las cartas es un golpe bajo, previo al desenlace, que no corresponde revelar.

 

PRINCIPAL