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CHARLA CON OLGA OROZCO SOBRE LAS CLAVES DE LA POESIA

"Lo contrario de la vida no es la muerte"

Dice que empezó a escribir antes de saber escribir, preguntando. "¿Por qué el viento trae sólo viento?", podía preguntar Olga Orozco de chiquita. Su madre guardó todas las observaciones y se las dio cuando cumplió 15. Pero ella las tiró. Autoexigente y misteriosa se muestra aquí una de las grandes poetas argentinas, para quien lo contrario de la vida es la nada.

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Por María Ester Gilio

t.gif (67 bytes)  Pelo negro, piel oscura y ojos profundos que suman inteligencia y misterio, Olga Orozco nació hace 76 años en La Pampa "donde la oscuridad es otro sol y también es un abismo". Allá fue esa niña a la que hoy habla: "Niñita blanca de dos viejos retratos, esa de la que eran el porvenir erróneo". "¿Qué mirabas entonces tan absorta como si contemplaras faunas desconocidas en un torpe dibujo indescifrable?"

--Dice Alberto Girri: "Contra el silencio y el bullicio invento la palabra". ¿Qué significa la palabra para usted, qué busca en la palabra?

--No quiero oponerme al silencio: yo creo que la palabra también puede ser silencio. Inclusive puede ser dos veces silencio. Es silencio algo que se le revela, pero que es indecible. Y es silencio definitivo cuando se presenta la revelación, que tan pocos alcanzan, y que hace inútil la palabra, porque allí el silencio es una especie de bienaventuranza.

--Que usted alcanzó alguna vez...

--No, pensaba en los místicos. Supongo que Santa Teresa, San Juan de la Cruz deben haber llegado a un momento tal en que el silencio lo colmaba todo.

--¿Quiere decir que jamás cayó en ese silencio que sigue a la revelación?

--Jamás alcancé lo inefable. En cambio la dificultad sí me alcanzó y me alcanza. Muchas veces. Lo inefable lo estoy esperando... --dice con una seriedad que de pronto se transforma en risa--. Pero quién puede saber si llegará alguna vez.

--Parece en una línea muy religiosa. Esa sensación tiene uno leyéndola.

--Si yo le dijera cómo definiría la poesía... Aunque las definiciones siempre dejan partes afuera.

--¿Cómo la definiría?

--Yo elegiría las palabras de Howard Nemeroff, el poeta norteamericano, quien dice que es "la tentativa de apremiar a Dios para que hable".

--Su poesía es casi una ilustración de esta frase. Usted acucia a Dios para que hable, lo arrincona para que responda.

--Sí, eso es verdad. Mi poesía creo que siempre ha tendido a ir un poco más allá y otro, y otro, en el conocimiento de las cosas. Su constante ha sido una interrogación que tenía como respuesta otra interrogación que llevaba más allá, cada vez más allá, hacia sucesivas interrogaciones.

--En usted la poesía no es nunca un canto a la vida, a la alegría o al dolor. Uno siente que esa persona, profundamente conmovida por el dolor o la belleza, se detuvo, y luego dio otro paso para preguntar "por qué". Por qué el dolor, por qué la muerte, por qué la belleza.

--Sí, es una respuesta final la que uno espera. Es decir, uno busca una respuesta que las colme a todas. Hoy dos frases de Mauricio Blanchot que siempre me han impresionado: "La pregunta es el deseo del pensamiento", dice. Y añade: "La respuesta es la desgracia de la pregunta". Porque evidentemente la pregunta en sí tiene miles de posibilidades, miles de solicitaciones, de palabras, de giros que están buscando encarnarse en esa respuesta. Ahora, una vez que se elija una respuesta, están eliminadas todas las otras posibilidades.

--Siempre habla de otro mundo, otros mundos, tal vez paralelos a éste. Uno siente que, en algún sentido, adhiere a creencias orientales de reencarnación. Volver una y otra vez para pagar, para perfeccionarnos.

--Sí, es así. Mire, yo tengo una mezcla de religiones que he ido acomodando a mi gusto y tal vez... --dice Olga y queda en silencio con expresión risueña, un poco divertida--. Creo que tengo un exceso de fe --añade finalmente, y ríe de su propia frase--. De modo que a veces, inclusive, me encuentro con que mis dudas nacen de ese exceso. De tener demasiados elementos de distintas clases de fe.

--Tal vez eso añade ingredientes de misterio a su poesía. Usted misma tiene también un aire de misterio.

--Sin embargo no soy más misteriosa que usted. Como decía Raimundo Lulio, todos somos misteriosos porque nadie es visible.

 

--A la luz de esa mezcla de religiones, ¿qué son para usted la vida y la muerte?

--Dos estados indisolublemente unidos que realizan recíprocamente sus misterios. No es posible, como decía Henry Miller, alcanzar a una si la otra está ausente. Para mí lo contrario de la vida no es la muerte, sino la nada.

 

--¿Cuál es el origen de su apellido? ¿Hay árabes en sus ancestros?

--Mi apellido, el que uso como poeta, Orozco, es de origen vasco. Mi padre, Guliotta, era italiano. De ahí debe venir lo que usted supone árabe.

 

--¿Cuándo empezó su contacto con la poesía? ¿De muy niñita?

--Sí, muy niñita. Yo empecé a escribir antes de saber escribir. Interrogaba e interrogaba porque no me complacían las respuestas que me daban. Era una niñita muy tímida, muy medrosa y también muy meditativa y preguntaba cosas que ponían en apuro a las gentes mayores.

 

--¿Qué decían esas preguntas?

--Y... "¿Por qué el viento trae sólo viento?", o "¿Tú me ves porque yo te veo o me verías aunque yo no te viera?" Es decir, una pregunta evidentemente berkleriana. Y entonces como no me complacían las respuestas empecé yo a interrogar a las cosas y a contestar mis dudas con ciertas imágenes.

 

--Es decir que hacía algo totalmente insólito para su edad. Las niñas hablan del amor, el cielo, las flores y la primavera.

--No, yo no. Escribía sobre las cosas que provocaban mis temores. Cosas que me llenaban de inquietudes.

 

--¿Y qué decía su madre?

--Mi madre me oía, sin duda, y anotaba. Y cuando yo cumplí 15 años me dio toda una pila de papeles en que estaban esas imágenes que a ella debían parecerle extraordinarias. Pero a mí, que ya me había vuelto muy rigurosa, y muy exigente...

--¿Exigente con la palabra o con el pensamiento?

--Con ambas cosas. Tenía una terrible autocrítica. Leí todo aquello y me pareció tonto, pueril. Entonces hice una gran pira y lo eliminé.

--Quemó todo.

--Ahora me arrepiento, porque me habría gustado saber bien qué decía en aquellos años de la infancia. Cosas interesantes, creo. Aunque tal vez me equivoco y mi memoria de hoy es indulgente.

--Decir: "Esto no sirve", era una manera de confirmar su identidad. Su madre sería una mujer muy culta si valorizaba esas cosas.

--Sí, mamá era una mujer culta y muy inteligente que aceptaba mis preferencias. Yo en casa nunca tuve estorbos de escritura, sino más bien lo contrario. No sólo por el lado de mi madre. También por el de mi padre, que me hizo conocer los clásicos italianos, Dante, Leopardi, traduciéndolos del italiano y del latín a medida que leía. Hubo confianza en mí y apertura sin trasponer los límites, en el sentido de hacerme creer que yo era especialmente talentosa. Había una actitud natural de aceptación, de estímulo. Me hacían sentir que yo era una criatura inteligente, pero nada más allá.

--Es evidente que nadie puede vivir de la poesía, ¿cuál es su trabajo?

--Siempre trabajé en editoriales. Fui correctora, traductora y en algún momento también periodista. Mucha gente dice "los poetas no trabajan". O también "que trabajen los poetas, que trabajen". Los poetas somos gente que además de trabajar escribimos poemas. Poemas que, aunque sean muy buenos, no podemos convertir en dinero.

 

--Resulta curioso, oscuro, algo que decía Keats y tal vez usted puede aclarar: "El poeta carece de identidad".

--Creo que intentó expresar esa situación del poeta que va poniéndose en el lugar de los diversos yo de las cosas que toma. Hasta en el yo de lo inanimado trata uno de probarse, porque busca ver las cosas desde muy adentro. Alberto Girri decía: "El poeta va despojándose de la realidad mientras el poema progresa".

--Algunos escritores frente a la pregunta "para qué escribe" han dicho: "para entender". Recuerdo concretamente a Daniel Moyano y a Clarice Lispector respondiendo así. ¿No es éste su caso?

--Sí, claro. Como decía Millot: "Para desarmar la realidad". Tan dura, tan áspera, tan indócil.

 

--Desarmarla y vencerla.

--Sí, por supuesto, trasponer las fronteras tan rígidas que me impone.

 

--Una de esas realidades es la muerte, presente en su poesía desde las primeras épocas.

--Sí, la muerte y el tiempo están en mi poesía. Y también la memoria. Bueno, éstas son preocupaciones que nos alcanzan a todos, también a los que no son poetas.

--Cree en la inmortalidad del alma, claro.

--Sí, como creo que en algún lugar hay agua para mi sed.

--La poesía es algo tan vinculado a lo subjetivo, tan relacionado con los cambios que el individuo va sufriendo en el transcurso de su vida que yo me pregunto qué pasa cuando el poeta lee cosas que escribió hace 30 o 40 años.

--Cuando el tiempo ha pasado --usted habla de 30, 40 años--, ya se ha perdido la estructura rígida con que se hizo el poema, suelen verse otras cosas. A través de los años en las sucesivas lecturas se van viendo distintas cosas.

 

--El poema ya no es el mismo porque usted ya no es la misma. Hay algo de lo que ya nadie habla, me refiero a la inspiración. Sin embargo, ¿cómo podría un poeta escribir sin inspiración, a horas fijas, como García Márquez o Vargas Llosa?

--Claro que es imposible. Para escribir se necesita un estado especial, un estado de gracia, que algo ha provocado. Después se puede hacer un duro y arduo trabajo. Pero el primer momento es siempre especial.

--Cuente de ese momento, el especial.

--Tiene que producirse un impulso feliz que puede provenir tanto de una frase como de una música, de una sensación o de una sucesión de sonidos.

--¿Nunca está relacionado con un hecho doloroso?

--Claro que sí. Cuando habla de encuentro feliz me refiero al encuentro con el deseo de expresar como debe ser expresada una situación o un sentimiento. Aun cuando lo que se exprese sea la mayor desdicha.

--¿Y esa posibilidad, que nace en usted, de expresar la desdicha, no la ayuda a apaciguarla?

--En el momento ayuda porque es una catarsis. Pero yo he escrito muchas cosas cuando ya había ido más allá del alarido. Cuando éste había sido sobrepasado.

--¿Se resiste a escribir el alarido?

--Sí, al alarido ya lo dieron muy bien los griegos (con una sonrisa irónica).

--Rilke, en Carta a un joven poeta, habla del camino hacia la poesía: "Ir bien adentro de nosotros mismos y descubrir los caminos profundos que nos incitan a escribir". ¿Qué diría si tuviera que hablar de ese camino?

--Ah, eso es muy difícil, ¿cuál es ese camino? No hay explicación posible. Tendría que hacer un complejo análisis psicológico del paso a paso en el proceso creador. Tal vez sería posible decirlo poéticamente hablando de cómo va uno avanzando, escarbando, subiendo.

--Juarroz habla a menudo de la verticalidad en la poesía.

--Sí, eso viene de Bachelard, el cual dice que la poesía es vertical porque busca por lo alto y por lo bajo, es decir en la excavación y en la altura. La prosa en cambio es horizontal porque remite a un tiempo coordinado, a un tiempo que se va hilando. La poesía, es evidente, puede proceder, tranquilamente, fuera del tiempo, en grandes saltos respecto al tiempo. Por accesos o por exploración en los mundos más subterráneos.

--¿Qué significó para usted escribir en sus comienzos y qué significa hoy?

--Creo que la significación es la misma. Y la búsqueda también es la misma. Hay, sí, algún cambio en cuanto a los recursos de que dispongo ahora. Alguna habilidad que da el oficio.

--Tal vez menos pelea con la palabra.

--La pelea sigue, uno no deja de sentir que en lo que dice siempre hay algo que se escapa. Invariablemente estamos aproximándonos a ese centro que es nuestro objetivo, sin conseguir golpearlo.

--¿Y si un día acertara en el blanco?

--Es lo que decíamos al comienzo. Eso sería la revelación y nos volvería mudos.

 

POR QUE OLGA OROZCO

Por María Ester Gilio

Con la mano levantada

t.gif (862 bytes) Llegué a Buenos Aires en el '73 después de casi un año en París, donde ansiosamente habíana12fo01.jpg (10868 bytes) esperado el cambio de gobierno que me permitiría vivir en la Argentina. Pronto descubrí que no alcanzaba con hablar de vos y mirar el río marrón desde la ventana de mi departamento en San Telmo para dejar de sufrir. Una insólita ciclotimia que desataba los hechos más inocentes me llevaba de la alegría al dolor y del dolor a la alegría sin que pudiera tomar decisiones al respecto. Así, cuando sentada frente a Enrique Pezzoni recibí de sus manos unas pocas páginas en lugar del libro que según pensaba me daría para traducir, respondí con un súbito, inesperado silencio. Inesperado pero breve, ya que sobreponiéndome a la desilusión sufrida borré el hecho volviendo a la comunicación de segundos antes. No conseguí, sin embargo, engañar a Enrique quien, para aventar mi tristeza, habló de buenos y bellos libros que me mostró, comentó y regaló. "¿Conocés a esta poeta? Sabía que no la conocías, te va a gustar", dijo poniendo en mis manos Museo Salvaje de Olga Orozco, que acababa de aparecer.

Sentada en el colectivo 29 abrí el libro y leí. Han pasado más de veinte años y todavía hoy hay versos sueltos de ese libro y de otros que siguen rondando en mi memoria. "Cabeza borrascosa/ cabeza indescifrable/ cabeza ensimismada/ se asemeja a un infierno circular/ donde el perseguido se convierte de pronto en perseguidor..." o "Apenas si mi piel es apta para vestir la efigie desmesurada que me habita...".

Aquel primer libro fue el inicio. Luego vinieron otros y fotos suyas en los diarios ilustrando críticas y entrevistas. Todo fue guardado en mi memoria además de un episodio que el azar, el destino, o quién sabe qué --Olga tal vez lo sepa-- me permitió presenciar. Es mediodía y Jorge Luis Borges camina por Marcelo T. de Alvear con un joven en el que se apoya. En sentido contrario avanza una mujer de pelo negro y rizado que al verlo se aparta hacia la pared y levanta una mano como para detenerlo. La mujer es Olga y el gesto indeciso. Los dos hombres terminan de pasar y ella, sin moverse, sigue con la mano levantada. Finalmente la baja y prosigue su camino. Los años pasaron hasta que hace tres Olga vino a un encuentro de poesía en Montevideo. A las cinco y media de una de esas tardes me enteré que a las siete hablaría en el Cabildo y que si llegaba una hora antes, podría charlar con ella, tal vez hacerle una entrevista. ¿Era posible preparar una entrevista en tan breve tiempo? Tal vez no era posible, pero sentí que en este caso no era imprescindible.



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