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La decision
Por Juan Gelman

 

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Por Enrique Medina

t.gif (862 bytes) Ella ha salido del ascensor con la fatiga del jugador de fútbol al término del partido. Eso ha sido. Ha conocido al hombre de su vida y no puede con su propio asombro. ¿Cómo decirle a ese hombre que de hoy en más deberá vivir con ella y para ella? No hay consejos ni sugerencias. En la vidriera de una farmacia descubre su imagen. Es la misma de siempre. Por fuera, claro. Por dentro es otra mujer. Lo sabe y se regocija. ¿Cómo quedará sin anteojos? Prueba. Se ve mejor, pero nublada. Podría confundir un kiosco de diarios con un colectivo. Vuelve a colocarse los anteojos. Se siente excitada, muy excitada. Y es feliz. Piensa que para el próximo encuentro deberá arreglarse mejor, peinarse mejor. Ser agradable. Bueno, siempre lo es, lo sabe. Arreglarse las uñas. ¿Le habrá mirado las uñas, él? ¿Los hombres le miran las uñas a las mujeres? Ya lo sabrá, en su momento. Su íntima amiga le dijo que a ella le gusta ver las manos de los hombres, que la excitan. Y ella le contestó que le pasaba lo mismo. Y, riendo, las dos se preguntaron qué ven las mujeres en las manos de los hombres. No coincidieron, pero sí se complementaron: la promesa de la caricia. Podría dibujar las manos de él: finas y delicadas, largas como cuello de cisne.
Llega a la casa. Besa a la madre y le pide que le haga un tecito mientras se ducha rápido. Bajo el agua tibia se acaricia imaginando que sus manos con las de él, juega con el agua y se estremece. Luego de secarse el pelo, frente al espejo ensaya nuevos peinados. Se observa detenidamente. Juzga sus facciones con más optimismo que otras veces. No es que se resigne, es que algo debe tener si él la ha mirado de esa forma y ha logrado que el corazón le envuelva el cuerpo. Y estudia su cuerpo. Normal los senos, normal las caderas, normal las piernas; es una flaca normal, decide. Claro que si quisiera verse sin anteojos tendría que imaginarse, pero no se deprime. Hay infinidad de actrices con anteojos. Además ella, aunque no llegue a ser una belleza para concurso, tiene lo que hay que tener y además inteligencia. Sabe que esto es importante, se lo ha dicho la madre: la necesidad física del hombre enseguida se agota, ese es el momento en el que las mujeres se ponen a prueba. Y aunque el razonamiento le suene algo machista, algo de eso hay; no sólo por parte del hombre, también por parte de la mujer ¿y qué? Ella comprende que cuenta con recursos suficientes para cuando llegue ese momento. Pero hasta que llegue hay que olvidarlo, despreocuparse. Y se prueba ropa interior. Poca variedad, deberá comprar algo más moderno. Adopta poses que supone acordes con esa ropa. Se ríe. Pero le gusta. ¿Por qué no podría lograr ella que un hombre se ponga de cabeza ante sus encantos? ¿Qué tiene su amiga que ella no tenga? Se prueba los vestidos, ahora. Todos muy recatados, muy limitados por su mente negativa, se reta. Tendrá que subir algo la falda. Combinar con más color. Zapatos. Un desastre los zapatos. Zapatos cerrados de policía, de invierno, de mujer mayor, le dice siempre su amiga, y tiene razón. El de taco alto está chueco y olvidado. ¿Algo más? Sí, unas zapatillas que hace años dejó de usar cuando abandonó la facultad. Le entran los recuerdos. Los compañeros de estudios, los profesores, lo tímida que era, cómo se escondía en los libros por no saber enfrentar a los muchachos. Una compañera le confesó que todos decían que era una buena chica pero muy antipática y orgullosa, engreída. Soportó lo que la otra le decía sin mover una pestaña, pero apenas se encerró en su cuarto sintió que el cuerpo, esa joya preciosa para el elegido, se deshacía en asco, se transformaba en llanto desesperado cayendo entre las piedras de una catarata rumbo al inagotable infierno de su corazón herido. El solo recuerdo le produce una destemplanza que la obliga a sentarse en la cama. Vuelve a llorar reavivando el recuerdo. Se sobrepone diciéndose linda. En el baño se enjuaga la cara y se sonríe. Se autocomplace y estimula valorando todo lo que la vida le ha dado en beneficio y lo que otros, menos y mucho menos privilegiados que ella, no tienen. Este recurso siempre le ha dado resultado. También ahora. De tal forma que decide vestirse lo más atractiva posible. Lo mismo hace con el cabello. Besa a su madre que la mira intrigadísima y sale a la calle. Sube al colectivo y, sostenida del pasamanos, desconoce que un señor la observa disimuladamente pensando que está medio colifata, simplemente porque ella se sonríe sola, mirando la calle. Y es que ella se está imaginando la cara que pondrá su íntima amiga cuando le diga que está enamorada de un hombre que es el único que existe en el mundo y que, aunque él también es portador del HIV, lo mismo que ella, sabe que se amarán el tiempo que les quede, que serán felices y que juntos tendrán más fuerzas para luchar por una vida mejor.


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