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IMANOL ARIAS CUENTA DE LA INCOMODIDAD QUE LE PRODUJO SU PAPEL EN "BUENOS AIRES ME MATA"

Del padre Ladislao a la condesa Pavlova

Hace catorce años se hizo famoso en Argentina por su papel en "Camila", y ahora interpreta en otro film nacional a un travesti casi marxista.

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Imanol Arias tiene una larga relación de afecto con la Argentina, que incluye el éxito en teatro con "Calígula"

Por Hilda Cabrera

t.gif (67 bytes)  El actor Imanol Arias estaba disfrutando de un momento sabático en España, imbuido de "la sensación de que había mucho tiempo por delante", pensando en un proyecto de cine para enero del '99, cuando lo llamaron de Buenos Aires. El mensaje fue elocuente: le proponían acompañar el estreno de Buenos Aires me mata, la película que dirigió Beda Docampo Feijoó sobre guión propio y de Laura Ramos, donde compone a una condesa rusa de nombre Pavlova. La condesa, que es un travesti, es la decoradora de la ficcional megadisco en que transcurre la acción del film. Fue así que Arias dejó España, aterrizó en Buenos Aires y comenzó a multiplicarse. Se lo vio por toda la ciudad, a la que, sostiene, sería traición atravesar a la manera de un obús. El actor proyecta manejar su tiempo para concentrarse en los afectos y no aparecer "como un cobrador que viene a arreglar cuentas". Estará aquí por diez días (el estreno es el jueves), suficientes para "mandarme cuatro horas de parrafada con cada amigo, ir al teatro y descubrir que la comida de los porteños es fascinante porque es siempre la misma".

Su estirpe es la de los inmigrantes. Nació en un pueblito de la provincia de León que desapareció bajo un embalse, y se educó en Eibar. Cuenta haber vivido veinte años en el País Vasco, sin por eso tener "el bucle melancólico ni el nacionalista, ni toda esa cosa reivindicativa". Habituado a "salir de casa", y a creer, cuando se siente cómodo en un lugar, que es la prolongación de su barrio, también se aburre, como en Madrid. Pero sólo "a veces". Entonces se va a la cama temprano, a eso de las diez. "Para mí es un acto de reflexión", sostiene, mientras describe uno de esos días tranquilos, tan diferentes de los de Sarajevo, donde estuvo filmando Territorio comanche, a las órdenes de Gerardo Herrero. "A las cuatro de la tarde terminaba el rodaje, porque era de noche y había que cuidarse. A las cinco, luego de una ducha, que en realidad era un goteo, me iba a la única pizzería que había en la ciudad. Después, cuando veía el telediario español de las nueve, creía que estaba en una noche de juerga. Aunque uno se empeñe, hay lugares en el mundo que no son para vivir."

Lejos de Sarajevo, en una megadisco porteña, la condesa Pavlova es ante todo un personaje que se inventa a sí mismo, y que --según el actor-- necesita tiempo extra de elaboración: "En una crónica periodística la simbología sirve para volver más claros los conceptos, pero en el cine es complicada". Pavlova --que en el guión es descendiente de nobles rusos de los que abjura con un discurso marxista-- necesita algo más que símbolos. Por eso le hubiera gustado "hacer un paréntesis para poder trabajar más profundamente el personaje, que es ambiguo, que no viene ni va, y además es el de una mujer...".

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Un pasaje de la performance de Arias como la condesa Pavlova

 

 

Definición: "Es difícil que uno se guste viéndose travestido de mujer, porque, además de la inseguridad, uno cree enfrentarse con la nada."

 

--¿Eso lo asusta?

--No, no es miedo lo que me produce. Es inseguridad. Uno dedica mucho tiempo al aspecto físico, que luego sólo sirve para mostrar el maquillaje. Lo difícil de lograr es el tempo. En la lidia se dice que un torero torea fuera de cacho cuando el toro no está en el sitio adecuado y se ve mucho el trabajo que hace el hombre. Los pasos son de uno en vez. Es la ligazón de ese tempo lo que yo echo de menos aquí, y en Pavlova esa feminidad, ese humor agrio, inteligente, que debe rodear el disfraz para darle sentido.

--¿Cómo se ve travestido?

--Es difícil que uno se guste viéndose travestido de mujer, porque, además de la inseguridad, uno cree enfrentarse con la nada. Yo prefiero no ver mi trabajo en la pantalla, tampoco el que hago en otras películas, aunque el papel de delincuente, por ejemplo, me moleste menos que el de mujer. No es el reto del tabú lo que me hace sentir inseguro, sino el de la construcción: uno se cruza a la otra acera, completamente, pero no sabe caminar.

--¿Necesita reconocerse en sus personajes?

--Hay personajes que uno se los pone como un traje a medida, y le influyen en todo. Permiten descubrir cosas pero no inquietan. Nacen de la laboriosidad, la curiosidad, y del juego. Otros en cambio son perturbadores, no en el plano moral sino en el del trabajo. Aparecen como más delicados, y cuesta imprimirles ritmo, vuelo... Trabajar sobre ellos produce esa misma debilidad y extrañamiento que uno siente a veces manejando su auto por la carretera.

--Quizá sea la percepción de la propia fragilidad...

--Exactamente. Además me siento como una burbuja dentro de la película. Tengo la sensación de que estoy de prestado, que aparezco de improviso, como una única ilustración dentro de una novela.

--¿Tiene valores comunes con el personaje?

--No, pero tampoco tengo contradicciones. Pavlova dice frases muy compactadas dentro de un gran disfraz. A diferencia del teatro, que te condiciona un poco la vida, y en el que manejas constantemente cosas frágiles, el cine es más ajeno. Estás filmando una escena de tango, por ejemplo, y de pronto te interrumpen para darte una explicación. Quizá por eso echo de menos la ligazón de los pases, la fluidez.


Idea: "Hay personajes que uno se pone como un traje a medida. Otros son perturbadores, no en el plano moral sino en el del trabajo."

--¿Está escribiendo un guión?

--Es lo que me había propuesto, pero hasta ahora no he encontrado cómo contar una historia con sentido, aunque sea pequeñita. En cambio, leo todo el material que me acercan. Se está escribiendo mucho en España.

--¿Es un momento creativo?

--Aunque con diferencias numéricas, la situación en España es parecida en algunos aspectos a la de Argentina: hay eclosiones y más talento que posibilidades de concretar proyectos. En este momento hay una reflexión sobre los medios, que es interesante. La televisión está más activa que el cine, a pesar de que hay realizadores jóvenes con un talento enorme. El teatro, en cambio, está parado. Una pena, porque es arte y hábito. Pero ha empezado a aparecer un tipo de público que quiere ver cómo se hacen las cosas, y que disfruta yendo a esas salas pequeñas en las que ve de cerca a los artistas y siente que es parte de la ceremonia teatral. Cuando más conjugada está la información, cuando todos los objetos se virtualizan, tener un objeto real y compartir un espacio empieza a ser apetecible.

--¿Le interesa la política?

--El trabajo solamente no llenaría todos mis intereses, pero no vivo la política activamente, y la mercadotecnia me aburre. Vivo la política con más reflexión que pasión, poniéndoles cortinas a los discursos electorales, siempre tan previsibles. En este momento hay mucha búsqueda de alianzas, mucha guerra de soportes. Como artista y como ciudadano me he encontrado ante dos opciones: participar del rollo y aburrirme, o hacer casi, casi una huelga para que todo eso no me afecte.

 

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