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LOS DIEZ DIAS RUSOS QUE CONMOVIERON EL MUNDO

La revolución de setiembre

El rublo volvió a caer y los comunistas se ven árbitros de la situación. Quieren que Rusia sea una república parlamentaria.

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En Moscú, un policía controla a manifestantes apostados bajo la lluvia ante el Banco Central

Por James Meek
Desde Moscú

THE GUARDIAN

de Gran Bretaña

 

t.gif (67 bytes)  Al presidente ruso Boris Yeltsin le salió el tiro por la culata al llamar a Víctor Chernomyrdin, el primer ministro que había sido despedido sólo cinco meses antes, con la esperanza de que esto tranquilizara a los mercados en crisis después de la previa devaluación y la moratoria unilateral. Pero produjo el efecto inverso y sólo aceleró la caída del rublo. Poco a poco el andamiaje que sostenía la economía cedió y cayó. Mientras los bancos trataban de salvarse, los ahorristas no podían retirar su dinero. Se cerraron sucursales. Multitudes en estado de pánico que habían acumulado su dinero bajo el colchón trataban de cambiar sus rublos por divisas, pero las casas de cambio no tenían nada para ofrecer. Los negocios empezaron a cerrar porque no sabían qué precios poner. Los empresarios dejaron de pagar a los proveedores y los impuestos. Aquellos que podían continuaron enviando divisas al exterior.

Yeltsin aclaró que no se postularía nuevamente para presidente, y así se daba vuelta la última página del primer capítulo de la historia post soviética de Rusia, los Años de Yeltsin. Menos cobertura recibió ayer el asesinato de Anatoly Levin-Utkin, subeditor de un pequeño periódico de investigación de San Petersburgo, quien murió en el hospital después de haber sido salvajemente golpeado por desconocidos cerca de su casa. El periódico de Levin-Utkin había sacado sólo dos números, pero había logrado ofender al servicio de aduanas de Rusia, al jefe de la ex KGB, Vladimir Putin, y a uno de los bancos más grandes, el Banco Rossiisky Credit, con acusaciones de corrupción.

Los magnates financieros que llegaron al poder a comienzos de la década de 1990 lo hicieron gracias a asesinatos y coches bombas. Yeltsin, Chernomyrdin y sus subalternos redujeron a los militares a tal estado que el mes pasado 165 hombres en servicio murieron en accidentes, una cifra similar a las pérdidas mensuales durante la guerra con Chechenia. Este grupo gobernante, ¿es realmente capaz de devolverle a Rusia algún tipo de salud económica? El mundo lo espera pero el tiempo se está acabando. Y hasta ahora, como lo demuestran las luchas paralelas que se llevaron a cabo en Moscú la semana pasada --la lucha por el poder político y la lucha por la supervivencia financiera-- los terribles malos modales del autointerés están prevaleciendo. Andrei Piontkowsky, uno de los comentaristas políticos más pesimistas de Moscú, cuyos análisis de los pesares económicos de Rusia han resultado ciertos a través de los años, escribió: "Todas las clases políticas rusas --la familia presidencial, el primer ministro, los conservadores, los economistas liberales, los oligarcas y empresarios ex comunistas se complacieron en una orgía carnal de enriquecimiento propio a expensas del presupuesto y de la propiedad del Estado sin excusas ni remordimientos."

El período que se abrió ayer marca un repunte para la oposición de la izquierda patriótica de Moscú y su líder comunista, Guennadi Ziuganov, quien sin embargo tuvo el buen tino de no gozar de su momento de triunfo personal en medio del desastre del país. De ser una figura totalmente vencida por Yeltsin en las elecciones de 1996, un hombre alternativamente temido, despreciado y ridiculizado por los medios y aparentemente incapaz de movilizar la resistencia de los desposeídos del país, el comunista se convirtió, de la noche a la mañana, en un operador político de primer orden. Como la ausencia de Yeltsin de la escena política continuaba, y a medida que la inhabilidad y debilidad el presidente para comprender (ni hablar de manejar) la crisis quedó clara, Ziuganov ganó un poder de importancia desproporcionada. El momento de la coronación llegó cuando el embajador de Estados Unidos, James Collins, apareció de la nada, como para decir que la opinión del líder comunista era crucial para establecer la agenda de la próxima visita del presidente Bill Clinton.

Los patriotas de izquierda están decididos a sacar la mayor ventaja política de la debilidad del presidente. Poner en marcha algún tipo de política económica de emergencia es menos importante para ellos que conseguir una promesa legalmente vinculante por parte de los aliados de Yeltsin para que éste ceda algunos de los vastos poderes que le fueron otorgados por la Constitución que confeccionó a su medida en 1993. Están más preocupados en convertir a Rusia en algo cercano a una república parlamentaria. Los diputados parlamentarios, y en particular los aliados de Zyuganov, se enorgullecen de no tener ninguna responsabilidad en los problemas de Rusia. Y los patriotas izquierdistas más radicales, como Sergei Baburin, todavía esperan un renacimiento neo-soviético.

 

Traducción: Celita Doyhambéhère.

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