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NILDA FERNANDEZ CIERRA HOY SU CICLO DE RECITALES
Felizmente improbable y ecléctico

Por María Moreno

t.gif (862 bytes) Es fácil imaginarlo como a un personaje de Marcel Schwob, unos de esos desharrapados huérfanos navideños de ojeras como chupones y hombros desnudos que van en cuadrillas en torno de los pederastas bonachones que cruzan las novelas de fin de siglo. Es por eso que podría compartir con Edith Piaf el apelativo de “gorrión”. Nilda Fernández canta por última vez hoy en La Trastienda dejando un tendal de víctimas: las damas que, seducidas por ese gitano de fin de milenio, han resistido que él las mire desde lejos con mirada de dedicatoria, se les siente en el respaldo de las sillas mientras les sopla en la oreja su aliento en el estribillo “Era una gitana loca de las que muerden la boca y él la quiere mucho, mucho, mucho...” y las obligue a cantar aunque sean sordas mediante sus dotes de hipnotizador, pero que ahora deberán conformarse con escucharlo en sus CD, exiliadas de ese cuerpo capcioso que mide poco más de un metro pero que las hizo extrañarlo sin haberlo conocido.
Fernández tiene la cualidad que tenía Charles Trenet, de evocar con una rima fácil y un relato del montón un sentimiento capaz de atravesar los siglos, eso que hace que uno tararee una canción como si fuera la propia autobiografía y que la mejor sea la que llega a nuestros labios sin que podamos recordar el título ni el nombre del autor. También tiene algo que tenía Judy Garland: la facultad de, llegado el caso, provocar que el público sienta la necesidad de pedirle perdón por la falta que él cometió No es un freak canoro como señaló una crítica a lo Perogrullo, insistiendo sobre su voz y nombre de mujer. Es un artista que se propone más allá de los géneros, del mismo modo que se mueve entre dos lenguas –el español y el francés–, no vacila en hacer lo que alguien definió bien como “pop andino”(Innu Nikamus) y es capaz de gritar por sobre los destinos anatómicos Quiero tener un niño. El made en Spain aparece como una cita de Valle Inclán cuando guía al acordeonista Marcel Loeffer –también con el ángel de Piaf–, que es ciego, entre las sillas de bar que obstruyen el escenario en una escena tan Madrid, Madrid (uno de los temas) que podría ilustrar postales populares. Puesto en diplomático Nilda hace una excelente versión de Milonga para Manuel Flores, de Jorge Luis Borges, extendiendo el color local a un registro más universal y enigmático. Y cuando, hacia el final, irrumpe con La gitana loca, aunque no baile muy bien saca polvareda con los tacos en una parodia de Lola Flores que se disuelve en un corcoveo de pelvis a lo Mick Jagger. Es que Nilda Fernández no es ambiguo, sólo que, como decía Oscar Wilde que también lo era, es un poco improbable. Gracias a Dios.

 

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