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Un tomatazo para Travolta


Por Carlos Polimeni


t.gif (67 bytes)  En la Argentina, suele suceder que cuando el pasado vuelve, vuelve cambiado. La reivindicación de la era disco, que aquí es evidente en un circuito fashion, el encuadre del simpático John Travolta en la categoría de actor de culto, y el consumo indiscriminado de estética funk son tres elementos de un rompecabezas armado con habilidad casi artesanal para despojar a sus elementos del peso simbólico que tuvieron, allá lejos y hace tiempo, cuando eran moda por primera vez. Hay que decirlo rápido, con contundencia y para que se note: aquí el "fenómeno Travolta" de los '70 tardíos fue algo así como el tema principal de la banda de sonido de la dictadura militar. El impacto de los films Fiebre de sábado por la noche y Grease se produjo en simultáneo con los momentos más dolorosos de los años de plomo, y estuvo manejado con mano experta por los publicistas de la dictadura, a cuyos responsables encantaban aquellas imágenes de jóvenes que daban la vida no por la Patria, la Revolución, la Justicia o la Causa --como buena parte de los desaparecidos y de la sociedad en que habían crecido-- sino porque... llegara el sábado, el día de ir a bailar. Una tapa de 1979 de la revista Expreso Imaginario, contestándole irónicamente a otra, de la etapa más canalla de Gente, exhibía la cara de Travolta con un tomatazo deformándole el rostro. La grasa de las capitales, el disco capital de Serú Giran, mostraba en su portada, imitación, también, de Gente, una noticia supuestamente importante: "El romance del año: Pedro Aznar y Olivia Newton--Bomb". La banda de sonido de Fiebre... con los insoportables falsetes y agudos de los Bee Gees se impuso en el mercado a caballo de una campaña promocional en las mismas radios que tenían pegados en sus estudios una lista de más de 300 temas prohibidos y que, además, aplicaban sus propias pautas de censura, que incluían a casi toda la música nacional importante. Podría decirse que la música disco, lineal, monocorde, obsesiva en la reiteración, era a la riqueza armónica del rock más evolucionado de la época lo que la música militar es a la música en general. Un exagerado no dudaría en afirmar que, en aquella banda de sonido de la era del terror, los operadores militares subían y subían el volumen de las canciones disco para tapar los gritos de desesperación de los torturados, los llantos de los familiares, las sirenas que surcaban la ciudad tomada. Posiblemente eso sea una metáfora --es decir, una comparación exagerada--, pero basada en realidades incontrastables. Unos años más tarde Andrés Calamaro pensó a su generación bailando sobre la sangre de los demás.

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