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ANTONIO GASALLA, QUE CUMPLE UNA DECADA EN LA TV, ANALIZA LA REALIDAD ARGENTINA, Y SUS PERSONAJES
“Lo peor para un poderoso es que todos se rían de él”

En un medio en que a su criterio “sobran humoristas”, el creador de “Mamá
Cora” y “Soledad” dice que pretende ser considerado ante todo un creador, un artista.

Gasalla y su troupe de este año, que incluyó a las íncreibles Alejandra Pradón y Mariana Nannis.

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Por Mariano Blejman

t.gif (67 bytes) Antonio Gasalla ejecuta como pocos en el espectáculo argentino un arte ancestral: el de parodiar y hacer comentarios sociales a través de la crítica de costumbres, utilizando tanto el humor convencional como el grotesco. Con más de tres décadas en el espectáculo –los últimos diez en televisión, sobre todo–, se ha ganado un lugar considerable en el imaginario colectivo de los argentinos. Sus personajes de la TV (Mamá Cora, Soledad, La Gorda, la empleada pública) son parte indiscutible del folklore, como lo fueron sus creaciones en cine para las películas Esperando la carroza, o allá lejos y hace tiempo, el oficinista de La Tregua. Sin embargo y pese a todo, se ve en un lugar incómodo para los medios. “Para el periodismo de izquierda soy un bicho raro, para el periodismo de derecha soy medio de izquierda porque hablo mal de algunas cosas”, le dijo a Página/12 en una larga charla. Mientras vuelve en su show “Gasalla en Libertad” sobre algunos de sus mejores scketchs y entrevistados de esta década de permanencia en televisión, se define en una etapa de transición, prepara nuevos proyectos –que incluyen a sus antiguos apadrinados Urdapilleta y Tortonese– y asegura estar concibiendo nuevos personajes con la intención de “correr siempre los límites un poquito más”.
–¿Los humoristas dicen cosas más serias que los personajes “serios”?
–No sé si es tan así. Hay mucha gente diciendo cosas más o menos serias, pero por ahí a través del humor se puede decir lo mismo pero más profundamente. Aunque al humor generalmente se lo menosprecia, nunca se le prestó demasiada atención: durante el Proceso los humoristas seguimos trabajando. En general se piensa que un mensaje dramático y serio es algo mucho más profundo. Yo creo que es al revés. Lo peor que le puede pasar a un poderoso es que se le rían.
–¿Sería el humor como una forma de resistencia?
–No es para tanto. En los últimos 10 años de la televisión las cosas han cambiado mucho, pasamos de la nada al todo. Me propuse en un momento que si hay democracia la voy a usar y decir lo que se me da la gana... con los límites del sentido común.
–¿Qué cosas no se anima a decir?
–Creo que nada. Hoy en día hay personajes que dan pie todo el tiempo para que uno les haga una broma. Hay cosas que van más allá de la ficción y que son difíciles de inventar. Tener a María Julia manejando el medio ambiente es una ironía que no se le ocurre ni a Woody Allen. Sin embargo ella está llena de visones hablando de ecología.
–¿Sus personajes son referencias públicas constantes?
–Los personajes me superan. No hay cola de empleados públicos en donde no se haga referencia a las empleadas de Gasalla. O como Soledad o La Vieja, siempre hay alguien que tiene una madre, una tía, una prima. Son prototipos. Yo trabajo más sobre una idea, sin que sean copiados de una sola persona. Uno es un pedazo de cada cosa de lo que hace.
–¿Cuál es su análisis de la situación humorística actual?
–Ya no cabemos más. Deben haber casi 600 humoristas...
–¿Humoristas?
–Se los puede llamar como se quiera. Tinelli tiene como 30, nosotros somos 6. Está Pergolini... Salvo programas puntuales como el de Grondona, todos tienen alguien contando chistes.
–¿Cómo logró que Mariana Nannis hiciera de Mariana Nannis?
–Yo la puse a Mariana porque me enteré de que había otro canal que la quería en mi horario. Entonces la contraté yo. Nannis es igual a 30 puntos de rating. Ella dice cualquier cosa de cualquiera. El que diga que está haciendo televisión y no está tratando de tener rating miente. Después se me tiraron todos encima. Si yo no la tengo, la trae Tinelli. La tiene elque la puede conseguir y le puede pagar. Yo la puse para tener rating.
–¿Va a producir a Urdapilleta y Tortonese?
–Sí, estoy en eso. Hace rato que les propongo hacer algo. Hay cierto grupo under que tienen un poco de reticencia con la televisión. Tienen un poco de razón, pero no se pueden desaprovechar los espacios.
–¿Y con respecto del cine?
–Estoy en una película que se iba a hacer, pero no sé qué pasó. Habría que pedirle a Sofía Loren que devuelva la plata del Festival. Es el único país que paga 100.000 dólares para que venga Alberto Sordi. Es una vergüenza. La película tiene coproducción española, con Carmen Maura, y el crédito está acordado, pero no sale la plata del Instituto. Hay un montón de películas paradas. Pero la cuestión es cíclica, cuando al cine le dan bola se hace buen cine.
–¿Cuáles son sus referentes humorísticos?
–Yo me saco el sombrero ante los Monty Python, y después... me gustan actores que hacen comedias. Hay actores ingleses impresionantes. Respeto a todo el mundo. Me gusta Pinti, algunas cosas dentro de Tinelli, como los raporteros, y me gusta Pergolini. Soy difícil para reírme con cómicos. No digo que me ría de la gente, pero los políticos me dan risa porque te quieren hacer creer que esta comedia va en serio. Me molesta la manipulación que hacen de la gente. Están todos haciendo su campaña personal y te la hacen creer. Uno ya se comió que Reutemann es político, que las alianzas sirven, y que Angeloz... a veces todo parece una mala película de misterio.
–¿Le molesta la crítica?
–Me molesta que haya una crítica especializada en nosotros. ¿Por qué no hay una crítica especializada en médicos, abogados o en los taxistas? Alguien que dedique cuatro columnas de un diario para decir que hay un taxista que es una mierda. ¿Por qué con nosotros? Somos profesionales como cualquiera y siempre habrá un señor al que no le gustás. No se mide el esfuerzo de una persona, ni lo que hace, por eso no creo que haya que vivir con una crítica al minuto. Si dejara que me hagan todos los reportajes que me piden, terminaría haciendo cinco por día. Y yo no puedo tener tantas cosas interesantes para decir. Además, después de esta charla alguien sacará una frase de contexto y aparecerá Gasalla diciendo “son todos hijos de puta”. No les creo mucho a los medios y no me parece que le sirva demasiado a la gente. La gente está sobreinformada. Por día hay siete escándalos y uno dice “mañana se termina el mundo” y al otro día hay otros siete y de eso no se sabe nada. Exaltan las peores cosas. Averiguan si somos histéricos, si estamos locos. Todo eso puede ser posible, pero también los demás están locos.
–Pero usted es un personaje público...
–No, tiene que ver con vender más, nada más. Es un criterio editorial, te mandan a vos a hacerme mierda a mí, te dicen “andá y seguilo, dormí en la puerta, no vengas si no lo traés saliendo de un hotel alojamiento”. Esos límites no se ponen, sale de la manera de ser de un pueblo. La vida es íntima o no si uno quiere. Cuando uno les cuenta algo a más de 10 personas va a salir en un diario.
–¿Por eso sale tan poco?
–Con 30 años de trabajo no dependo de una nota para tener trabajo. Estoy cumpliendo 10 años de TV, pero si no lo digo nadie se acuerda. Uno espera que el periodismo investigue y le cuente cosas a la gente, pero en general lo que quieren es saber qué tengo en el inodoro de mi casa. Al otro periodismo no le importo. Para el periodismo de izquierda soy un bicho raro, para el periodismo de derecha soy medio de izquierda porque hablo mal de algunas cosas.
–¿Y usted qué cree que es?
–Soy un artista. O por lo menos trato de acercarme a ese grupo de gente. El artista es un creador, no se puede catalogar. Después hay una crítica para decir si gustó o no gustó. No quiero tener 30 puntos de rating porque eso trae un stress muy grande. Yo tengo entre 12 y 15 puntos de rating, me ven 1.200.000 personas. Para mí está bien. Pero a ciertos canales no les alcanza. Los artistas somos una pieza en el engranaje de una empresa que está esperando que nos caigamos para echarnos.
–¿Qué hay de usted en esos personajes?
–Uno es un pedazo de cada cosa de lo que hace. Recurro como autor a partes mías, a mi autoritarismo o a mi timidez. Después uno sabe que hay recursos de actor que se usan para poner en marcha cada personaje. Además, yo me animo a decir cualquier cosa a través de un personaje. Si estoy en el programa de Susana Giménez no la voy a agredir. Esto lo pensó el productor, y a través de la Vieja (Mamá Cora) fue una manera de blanquear un tema muy jodido que ella necesitaba resolver. Me mandé y salió lo que salió. Y eso fue positivo porque pudo desmitificar ese tema.
–¿Cuánto compromiso tienen sus personificaciones?
–Nadie en televisión quiere pasar un mensaje deprimente. En algunos programas hablan de SIDA como en Zoo, pero somos cuatro o cinco los que lo hacemos. Cuando vivía Jáuregui me trajo una caja de forros, yo se los tiré a la tribuna y se armó un quilombo infernal, con la furia de los curas que decían que eso era pecado y me querían excomulgar. Y a los tres meses estaba Mirtha Legrand hablando de preservativos en su mesa. Fue un cambio vertiginoso después de tantos años de hipocresía. En eso se dio un paso grande. En hablar con menos vergüenza y con más honestidad. La televisión llega a la casa de la gente y en muchas cosas este país es muy reaccionario.
–¿Se da espacios para incluir nuevas creaciones?
–Sí, estoy armando dos personajes nuevos. Pero actoralmente es relativo: cuando empecé, pude armar un grupo en donde estaban Aráoz, Parrilla, Juana Molina, Urdapilleta, Tortonese... Ese grupo me lo desarmaron. Es una técnica de los canales. Salvo a Juana, a nadie le dieron un programa. En un momento dado parecía que le daban un programa a cada uno.
–¿Y con quién más quiere trabajar?
–Me gustaría trabajar de nuevo con Urdapilleta y Tortonese. Me gustaría hacer la funcionaria pública de la casa de Gobierno, y que entre Menem. Desde hace 10 años que lo quiero hacer y el Presidente no quiere. Hay muchos políticos que no quieren. Están acostumbrados a un discursito. Tienen un training para las entrevistas “en serio”. Cuando le decís “¿por qué te operaste los ojos?”, hay un vértigo. Me pasó con un candidato a presidente: “Teneme porque estoy temblando”, me dijo durante todo el sketch. Por ejemplo, a Caiga Quien Caiga ya les tomaron el tiempo y actúan. En tres meses se adaptaron. Los políticos son microorganismos que se adaptan rápidamente: han desarrollado una especie de síndrome del entrevistado. Ellos vienen, saben los que quieren decir y cómo. Muchos tienen asesores norteamericanos, para la ropa, como saludar, a cuántos nenes hay que agarrar. Todo.
–¿Y hasta dónde quiere correr los límites?
–Son pequeños aportes, se trata de no quedarme con cosas preestablecidas, decretadas por la educación judeocristiana y burguesa de mierda que hay en este país.

 

El Sexgate

–¿Cómo vio el Sexgate?
–No es muy íntimo si te cogés a la secretaria en el salón Oval. Yo le hice un reportaje a Paula Jones, y le pregunté cómo hacía para verse con Clinton. Se veía con 40 personas, con la custodia de la CIA. No es íntima la vida de Clinton si se hace chupar la garcha en el salón Oval, ¿viste? De todos modos, en 1998 las discusiones del mundo tendrían que ser acerca del orden mundial, la economía y no sobre si le acabó en el vestido. Eso es de cuarta. Cuando lo apretó al final, si él decía que no había pasado nada, para todos era un hijo de puta y estaba ocultando algo. Dijo que sí... y nos enteramos hasta por dónde se la metió.


De censura y costumbres

–Estuvo en España durante la época de Franco, sin poder trabajar. ¿Qué diferencias encontró con la época del Proceso en Argentina?
–Es difícil hacer una abstracción hasta ese momento. Tiene que ver con mi historia, con mi crecimiento y las cosas se ven diferentes. Yo estuve en el último coletazo de Franco. Era una censura más clara que en el Proceso. Cuando preparábamos una obra, un día antes de estrenar se hacía la función para la censura. Ellos decían: “Esto no va, aquello no va”. Acá no sabías por qué te prohibían una cosa, o por qué te tenías que ir del país. Sabías a qué atenerte. En España siempre fue más claro el código de censura. Acá nunca existió. Incluso el reglamento del Comfer actual está firmado por Harguindeguy. Teóricamente no se puede hablar por teléfono en cámara, ni hablar de rating, ni mostrar plata. Nada de todo lo que se hace hoy. Es esa cosa perversa. Es una manera muy argentina de vivir.: “El reglamento está y yo te puedo matar, pero por ahora no te mato”.

 

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