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UN DISCO A BENEFICIO DE LAS COMUNIDADES TOBAS
Y se les despertó el indio

Charly García, Mercedes Sosa, León Gieco, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki y Joaquín Sabina, entre   muchosotros, concretaron con“Pampa del Indio” un trabajo colectivo de intenciones solidarias.

Algunos de los músicos en la presentación del cd, cuyas regalías se destinarán a la compra de tierras.
Cada disco vendido dejará 7 pesos para la causa, una cantidad inédita para el mercado argentino.

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Por Pablo Plotkin

t.gif (67 bytes) El disco reúne a más de diez de músicos de la cima de la escena local y le debe el nombre a la región del Chaco donde nació y se desarrolló la civilización toba. Trescientas mil hectáreas que, hasta la colonización, estaban habitadas por las tribus indígenas. Ahora, en Pampa del Indio los aborígenes están disgregados en reservas que se formaron de manera arbitraria en las 9 mil hectáreas que les quedan. Para intentar solucionar esta realidad, un grupo de artistas que incluye a Mercedes Sosa, Charly García, León Gieco y Andrés Calamaro publicó un álbum cuyas regalías serán destinadas a la compra de tierras para los tobas, en una acción que se inscribe dentro del principio constitucional de reparación histórica. El antecedente inmediato es Chiapas, un CD por los campesinos mexicanos que lleva vendidas 300 mil copias en el mundo. Pampa del Indio es una eslabón de una tendencia en alza: la relación entre la cultura rock y los pueblos marginados de América latina y otras regiones del tercer mundo.
La idea, cuenta el factótum Javier Calamaro, empezó a cobrar vida durante la grabación de Chiapas, cuando algunos músicos se preguntaban por qué no hacer algo así por los aborígenes de Argentina. Es que este acto de solidaridad llega en un momento en que el rock políticamente correcto suele sensibilizarse por las miserias que están más allá de las propias fronteras y no tanto por las locales. Aquí el primer problema era la falta de organización. Pero al igual que en Chiapas, apareció la Fundación Artistas Solidarios, un organismo jurídico que se había creado para evitar pagar impuestos en un proyecto por el que ningún músico veía una moneda y tampoco contaba con un mecenas. “Al principio la Fundación no era más que un nombre”, cuenta Calamaro, productor artístico junto a Coti Sorokin. “Con el tiempo se fue acoplando gente y ahora tiene vida propia.”
El disco abre con un relato del toba Anastasio Peñaloza, a propósito de los más de 500 años del desembarco del hombre blanco en estas costas: “Yo tengo 74 años y hasta ahora, no he visto la mejora de los aborígenes”. Después, sobre los golpes de bombo legüero del Chango Farías Gómez y el violín de Peteco Carabajal, León Gieco canta “Cinco siglos igual”. Siguen Andrés Calamaro con “Adagio en mi país”, un superclásico de Alfredo Zitarrosa, Mercedes Sosa con “Ventanita de laurel” de Víctor Heredia, y “El Corralero”, de Hernán Figueroa Reyes, en la voz de Javier Calamaro.
Lo más difícil de la realización de Pampa del Indio no fue reunir a los artistas ni poner a punto el sonido. Para garantizar que el dinero recaudado fuera al lugar indicado, los responsables firmaron un convenio con el poder político del Chaco, en el que se acordó que una vez que la venta llegue a cubrir los gastos, el gobierno chaqueño deberá declarar ese terreno inexpropiable y libre de impuestos. “Esa es la verdadera justicia histórica, no regalar zapatillas o antibióticos y soluciones que duren una semana”, dice Calamaro. Se calcula que con la venta de siete mil copias el objetivo estará cumplido. Si este CD llega a ser disco de oro (30 mil ejemplares), lo recaudado superará el valor de las tierras disponibles en todo la provincia. Es que las regalías por cada unidad serán de unos siete pesos: usualmente, un músico se lleva menos de cincuenta centavos por copia. Según le contó a Página/12 Carlos Giustino, productor ejecutivo y gestor principal de Pampa del Indio, el disco se editó al margen de los sellos multinacionales por dos motivos: algunos no aceptaban las reglas y otros temían que el nombre de su empresa se viera dañado si la recaudación iba a parar a cualquier parte, como ha ocurrido otras veces.
Para asegurar todo se creó la Comisión Zonal de Tierras y entró en escena el INCUPO, un organismo subvencionado por la Comunidad Europea que funciona como nexo entre los tobas y el resto del mundo y que les brinda asesoría jurídica. Entonces sí, había que juntar a los músicos. Los productores esperaban la participación a dúo de Fito Páez y Joaquín Sabina. Después de la célebre pelea, el rosarino y el español fueron convocados por separado. Páez estaba de viaje y Joaquín, según Calamaro, “colgado de una nube”. Un día Sabina irrumpió en el estudio y entregó unacinta digital con “La torre de Babel”, que había quedado afuera de Física y Química. El reto pasa por los más jóvenes del proyecto. Willy Crook & Funky Torinos aportó “Cigars”, Illya Kuryaki se hizo cargo de la psicodelia y el hip hop con su inédito “Onko LSD” y Charly García aportó una versión de “Dos edificios dorados” (David Lebon). El resto: Erica García (“Ellos no saben”), Las Pelotas con una versión en vivo de “Grasa de chancho” y MAM, la banda de Omar Mollo, con “Al final del camino”. El trabajo cierra con una canción de autor anónimo a cargo del coro toba Chelaalapi. Se titula “Regreso”, y allá esperan que sea un presagio.

 

El contexto y los detalles
Por Carlos Polimeni

Javier Calamaro tiene muchas contras, para el mundo de la música local, lleno de internas, pequeños rencores y, sobre todo, dogmatismos tribales: gana su plata componiendo jingles después de haberse empeñado en el grupo de rock callejero Los Guarros, tiene veleidades de escritor y, por si fuera poco, es el hermano de Andrés. Sin embargo, nadando contra todo eso –¿qué puede hacer para evitarlo?–, ha gestado dos proyectos colectivos casi sin antecedentes (el casi es por el nunca del todo bien ponderado trabajo de la Montecarlo Jazz Ensamble): el disco a favor del pueblo de Chiapas y este segundo, a beneficio de las comunidades tobas. Los preconceptos que rodean su figura incluso lograron que no fuese del todo ponderado su aporte a aquel disco, notoriamente politizado, oculto detrás de un nombre fantasmal, “El sub”. En este, en cambio, no puede pasar inadvertido, ya que en un gesto considerable, al ser de su responsabilidad, se incluye detrás de León Gieco, Andrés y Mercedes Sosa, en el orden de los temas, y delante del pelotón del resto de los artistas. Mucho más curioso que esto, al fin una cuestión de gustos y humildades, es la elección de la canción que canta, “El corralero”, un éxito de los 60 de Hernán Figueroa Reyes. Da la impresión de que Calamaro Javier no sabe exactamente qué papel cumplía aquel folklorista en aquella circunstancia, por lo que vale recordarlo: estaba a la derecha de todo, bien a la derecha. Su máximo éxito, “Disculpe”, un exabrupto xenófobo, era bandera de ultramontanos que intentaban demostrar que las expresiones nuevas, empezando por el rock y siguiendo por el folklore comprometido, estaban al servicio del demonio exterior. Elegir una canción apartándola de su historia no tiene sentido, como deja claro su propio hermano Andrés, versionando “Adagio en mi país”, de Alfredo Zitarrosa. La foto de arriba –los indios y los músicos parados delante de la leyenda “Save the planet”– es una prueba de que los detalles no son una cuestión menor. Alguien pensó que si Dios existe, no está en los grandes cosas, sino en los detalles.

 

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