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UN DUENDE EN EL PURGATORIO
Por Oscar Sbarra Mitre *


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t.gif (862 bytes) Tres semanas atrás había despuntado la primavera. La Avenida de Mayo guardaba aún el eco de los festejos de otro aniversario del "descubrimiento". Se había evocado --a la manera de la época-- el "encuentro de dos culturas". Y aquella tarde del 13 de octubre de 1933, el día después, daba comienzo una nueva "plática" cargada de eternidad. Dialogarían, durante 165 días, el gran poeta y dramaturgo granadino --"el de la mirada de color ciruela", al decir del cronista de Noticias Gráficas en la edición del día 14--, y la ciudad que lo deslumbraba ya desde la borda del "Conte Grande": la inabarcable, para sus ojos chispeantes y casi infantiles, Buenos Aires.

Federico García Lorca venía invitado por doña Lola Membrives --"maja con abanico de fuego", como él mismo la definiría, en el homenaje que le rindiera en el teatro Avenida-- para reponer, en la sala de la Avenida de Mayo, Bodas de sangre, un sensacional éxito, primero en el Maipo y luego en el interior del país y en Montevideo. Era, en principio, una visita de tres meses que casi se duplicó. La propuesta de Juan Reforzo --empresario y esposo de Lola-- implicaba ya una estadía relativamente amplia. El polifacético Federico --poeta, dramaturgo, pintor y músico, prácticamente descollante en todos los ámbitos artísticos-- ya había estado un año en Nueva York, estudiando en la Universidad de Columbia, y cuatro meses en Cuba. Pero Buenos Aires sería para él, tan increíble como única. A Lola Membrives, Eva Franco, Margarita Xirgu, en el teatro, se sumarían Victoria Ocampo, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Eduardo Amorín, Eduardo Blanco Amor, entre muchos otros amigos. Y hasta el abrazo con Carlos Gardel, en las puertas del teatro Smart, en Corrientes y Talcahuano, con dos testigos de lujo: Israel Zeitlin (César Tiempo) y el entonces jovencísimo Ben Molar.

Hay mucho más. La peña "El signo" en el subsuelo del Castelar (donde se alojaba, en la habitación 704; hotel que, en aquel tiempo, pertenecía a Isidro J. Odena), para escuchar los tangos que entonaba Alfonsina Storni --única mujer asistente-- y donde conoció a Pablo Neruda. La otra peña, la del ya legendario Tortoni, que capitaneaba don Benito Quinquela Martín, con su "Orden del tornillo" en aquel café de tres cuartos de siglo, y que hoy, en pocos días más, cumple 140 años. El éxito sin precedentes de Bodas de sangre, Mariana Pineda (estrenada en Buenos Aires), La zapatera prodigiosa y el entremés El retabillo de Don Cristóbal. Las conferencias en las dos orillas del Plata --en Buenos Aires y Montevideo--, el famoso homenaje a Rubén Darío, dialogado entre Federico y Pablo Neruda, en el Pen Club, el contrato firmado con Victoria Ocampo, por tres mil pesos, para publicar en Sur el Romancero gitano, que le permitió, por primera vez en la vida, remitir dinero a su familia en Granada.

Admiradores, aplausos permanentes, multitudes en el teatro y en las conferencias, manifestaciones laudatorias de sus pares; Lorca se transformó, en estas latitudes, en un símbolo de la Hispanidad, del orgullo de una cultura, un idioma y una raza. Todo esto sin que se lo propusiera. Su enorme talento, su magnética presencia y su inigualable simpatía habían hecho la tarea.

Ahora bien, ¿cuál fue la Buenos Aires, y, más aún, la Argentina que atravesó Federico? ¿La de la universalidad cultural que pudo apreciar, en el microcosmos que lo rodeó, y que, quizás sin premeditación, lo aisló de una realidad mucho más cruel? Porque era la década inaugurada por la caída de la democracia, por el autoritarismo filo-fascista de Uriburu y la "Legión Cívica", por el comisario Lugones --hijo del poeta y tristemente "célebre" inventor de la "picana eléctrica"-- y la crisis económica mundial que golpeaba duramente a través de la desocupación generalizada: la del "fraude patriótico" y las grandes remesas de utilidades empresarias al exterior, la que alumbraría, años después, el escándalo de los frigoríficos, el asesinato en pleno recinto del Senado de la Nación, el suicidio de Lisandro de la Torre, la implacable estructura del "justismo", las trágicas decisiones de Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Alfonsina Storni.

El mismo año en que llegó Federico comenzó con el más que cuestionado "Pacto Roca-Runciman", y continuó con la muerte de Hipólito Yrigoyen. Por lo demás, internacionalmente, esa década significó el auge de la página más negra de la historia contemporánea, casi sin parangón en los siglos anteriores: el nazi-fascismo. De él sería víctima Federico, en su querida Granada, un 19 de agosto de 1936. Había partido un 27 de marzo de dos años antes, en el "Conte Biancamano". El duende, ignorándolo, transitó el purgatorio. Rodeado de vítores y adhesiones ilimitadas, le pareció estar en el Paraíso. Se encaminaba al infierno, también sin saberlo.

* Director de la Biblioteca Nacional.

 

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