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I FESTIVAL BUENOS AIRES DE DANZA CONTEMPORANEA
Co.Co.A. está a los saltos

Las primeras obras programadas representaron una buena muestra del eclecticismo que define al ciclo, que se extenderá hasta diciembre.

Idea: “Buenos Aires tiene una danza que es
competitiva en el mundo, y el Estado debía empezar a cubrir una situación
injusta: era la disciplina más desprotegida.”

“Ave de ciudad”, de Margarita Bali, lo mejor del inicio.
Parte del Festival transcurre en el remozado Teatro Alvear.

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Por Silvina Szperling

t.gif (67 bytes) Las cuatro obras que dieron el puntapié inicial al Festival Buenos Aires de Danza Contemporánea marcaron el eclecticismo propio del ciclo, que se inauguró el fin de semana pasado en la remozada sala del Teatro Presidente Alvear. Organizado por la flamante organización Co.Co.A. (Coreógrafos Contemporáneos Asociados), con el apoyo de la Secretaría de Cultura porteña, el ciclo que se extenderá hasta diciembre buscando darle un marco institucional a la disciplina. “Buenos Aires tiene una danza que es bastante competitiva en el mundo, y el Estado debía empezar a cubrir una situación injusta: era la disciplina más desprotegida. El Estado se debía a si mismo dar a las producciones independientes la posibilidad de mostrarse en la calle Corrientes, en un buen escenario, con buenas luces”, dijo a Página/12 Darío Lopérfido, titular de la Secretaría.
La obra Cenizas de tango, de Roxana Grinstein, que abrió el ciclo, se inscribe dentro de la ya tradicional integración de la danza contemporánea y el tango, matrimonio que experimentaron anteriormente otros coreógrafos, cada uno aportando su visión personal de esta danza y los prototipos porteños. Al mando de un elenco en el que se destaca Liliana Tocacceli, Grinstein desgrana sobre el escenario ciertos estereotipos del tango acerca de la relación entre los sexos: la mujer que sueña con el casamiento, el hombre disputado por varias mujeres, la dominación masculina. A través de la recurrencia de “Malena” en la compaginación musical realizada por Edgardo Rudnitzky, y la voz de María Marta Colusi, quien interpreta uno de los mejores pasajes de la obra al cantar y bailar simultáneamente con dos dinámicas bien distintas, la coreógrafa evidencia una visión del mundo femenino no exenta de sumisión y melancolía.
Con Shodó, el camino de la caligrafía, Teresa Duggan se introduce en el mundo de los caracteres japoneses “imaginando el espacio como el papel de arroz, los cuerpos como los pinceles y los movimientos como los trazos”, según sus palabras. A partir de esos elementos, construye una estética coherente, en que la escenografía y el vestuario, la iluminación de Gonzalo Córdova y la banda sonora –en que conviven David Page y Soulfood con tambores Kodo y sonidos naturales– generan un ámbito de belleza que prepara al espectador para entrar en un tempo diferente. La coreografía se resuelve en un cuarteto conformado por dos parejas varón-mujer, disposición que presenta una simetría interesante en la quese maneja con sensualidad.
La segunda jornada del festival fue compartida por Margarita Bali y Diana Theocharidis. Esta última se inspiró para su obra Kassia en la legendaria vida de “la primera compositora de la que se tiene registro, una mujer que escribió himnos en el siglo IX”, según reza el programa. Theocharidis ya había explorado las posibilidades de integración de la danza y la música en vivo: en este caso resulta impactante la ejecuciónde Pablo Ortiz, basada en los himnos bizantinos de Kassia: una cellista elevada en una tarima y tres cantantes que, tras unas velas, dan a la pieza un marco de imagen y sonido conmovedores. La coreografía es un solo que interpreta la misma Diana en un lenguaje cuya carga de convencionalidad resta potencia a las intenciones expresivas de su autora. Por momentos uno de los cantantes se incorpora al movimiento, conjugando un dúo con la bailarina que extraña por las diferencias: ella con una malla que sugiere desnudez, él con camisa y corbata.
Ave de ciudad, de Margarita Bali, marcó el punto más alto. De entrada, Bali lanza desde una pantalla sobre el escenario hacia la platea unaversión de “Aurora” en la cual el águila guerrera de la canción patria persigue, ataca y deglute a una liebre. A partir de allí la sincronización milimétrica de una puesta que conjuga la proyección de diapositivas y videos dirigidos por ella misma, la escenografía y máscaras del escultor “Pájaro” Gómez y la música de Marcelo Moguilevsky lleva al espectador a identificarse con los personajes: dos hombres-pájaro interpretados por Gabriela Prado y Paula de Luque, que tanto desde las imágenes proyectadas como sobre el escenario recorren distintas situaciones que hablan del mito del héroe en versión porteña 1998, sin prescindir del humor.
Con un lenguaje de movimiento alejado de los convencionalismos, al que las intérpretes aportan su cuota de creatividad, Bali se permite la libertad de utilizar todos los elementos que tiene a mano (incluyendo muletas) para jugar, y llevar de las narices a los espectadores a través de un recorrido que desemboca finalmente en un negro augurio sobre estas alegóricas “aves de ciudad: seres que tratan de encontrar su propio nicho en ella, ángeles caídos; una especie trunca, que pudo haber sido y no fue”.

 

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