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"Veo demasiado escritor pendiente de las fotos"

Mientras prepara dos libros que saldrán en 1999, la autora de "El templo de las mujeres" y "Cuando leas esta carta" dice que ve con asombro el creciente proceso de frivolización del mundo literario.

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Por Verónica Abdala

t.gif (67 bytes)  Vlady Kociancich ve el mundo de la literatura argentina actual como una suerte de campo de batalla en que los escritores se pelean con los editores por el tamaño de una foto, los novelistas se desvelan por saber cuántas veces aparecerá su nombre en un artículo, los cuentistas transpiran intentando imponer su discurso por sobre los otros en los debates y los poetas, que algunas veces parecen salidos de un programa de televisión fashion, se excitan más ante sus retratos en los suplementos culturales que frente al acto creativo en sí. Hay excepciones, claro. Pero, comparativamente, el panorama que analiza mientras intenta resistirse a que le tomen fotos, se ha modificado considerablemente. "Hace unos años todos estábamos seguros de que los escritores no nacen para dar la cara sino, precisamente, para revelarla de un modo misterioso entre dos tapas", dice. "Para mí, la literatura siempre fue una posibilidad de refugio y, a la vez, de escape del mundo exterior, no un sitio de figuración frívola", define. "El espacio de la escritura es el único lugar del mundo en el que me siento cómoda y en el que logro alejarme un poco de los demás. Hasta de mí misma". La autora de Todos los caminos (1990), El templo de las mujeres (1996) y Cuando leas esta carta (1997), entre otras obras, escribe su séptima novela, Amores sicilianos, que será publicada en 1999, y un libro de ensayos, Lecturas privadas, que también se conocerá a principios del año que viene. En éste sumará a una serie de artículos ya publicados sobre diversos escritores un grupo de textos nuevos en los que hurga en las claves de sus respectivos universos literarios.

 

--¿Por qué "Lecturas privadas"?

--Porque como una vez bien me señaló Juan Forn, nunca trabajé como periodista literaria ni como editora, por lo que mis opiniones son absolutamente subjetivas y personales, desinteresadas. En el libro incluiré desde retratos de escritores que conocí íntimamente, como Jorge Luis Borges --ver recuadro-- o Adolfo Bioy Casares, hasta historias anecdóticas, como la de una mujer que me escribió contándome que ella era descendiente directa de un personaje literario. Su madre, inmigrante, había declarado, en su entrada al país, el apellido de un personaje como el propio, con la esperanza de que su marido no pudiera encontrarla cuando llegara buscándola. El apellido era nada menos que Marlowe.

Vlady no había cumplido los 10 años cuando escribió su primera novela: una policial, que nunca fue publicada. Un año después, a los 11, decidió que de grande sería una escritora profesional. "Por aquellos años, los escritores no aparecían en los medios como ahora, y era muy raro que se los conociese físicamente. No había modelos y eso en algún sentido me ayudó, porque yo sabía qué quería ser, pero no cómo llegaría a lograrlo". Su primera novela publicada (en Madrid en 1982) fue La octava maravilla, que será reeditada el año que viene. Desde entonces no ha dejado de escribir, y se ha ganado un lugar entre las escritoras latinoamericanas más prestigiosas. No reniega de los halagos, pero está segura de que no le interesa otro reconocimiento que no sea el del lector anónimo al que la une "la necesidad de protección y amparo, en un mundo incómodo y hostil".

 

--Antes de dedicarse de lleno a la literatura, en su juventud ¿se vio en la necesidad de trabajar en ámbitos ajenos al estrictamente literario?

--Sí, por supuesto. Los escritores somos seres básicamente inútiles. Empecé haciendo las cuentas del almacenero de mi barrio, di clases de castellano a extranjeros y diplomáticos, hice programas de radio en Radio Municipal, escribí para una revista de turismo durante largos años... Siempre supe, sin embargo, que estaba destinada a escribir.

 

--Durante esos años, ¿escribía ficciones?

--Sí, pero secretamente. Por suerte, nunca tuve apuro por publicar y durante mi temprana juventud tenía pánico a iniciar una carrera literaria.

 

--¿Por qué?

--En el fondo, supongo que ese miedo revelaba a su vez cierta indiferencia: para mí ser escritor era, precisamente, escribir, y no necesariamente publicar libros. Hoy, afortunadamente, mantengo las convicciones que tenía cuando comencé. La literatura siempre fue mi ángel de la guarda y tengo la suerte de poder decir que siempre la respeté.

 

--Tiene publicados dos libros de cuentos y seis novelas, todos con un lugar en el mercado. ¿Los imperativos editoriales la condicionan?

--No, no, no. En ese sentido, como dije, he cumplido el sueño que tuve de niña. Y mi sueño consistía en escribir libros, los libros que nacieran de mi corazón. Las ventas y el "éxito" a mí me tienen absolutamente sin cuidado. Debe ser terrible tener que pasarse la vida actuando de escritor exitoso. A mí no me interesa.

 

--¿En qué aspectos diría usted que se modificó la figura del escritor profesional?

--Se modificó, por ejemplo, en que ahora los escritores jóvenes están muy preocupados porque su imagen aparezca acompañando al libro o en la tapa, cosa que me parece absurda. Sin embargo, si tengo que opinar en un nivel más general, diría que el papel no ha variado gran cosa durante los últimos siglos. En realidad, las modificaciones son cíclicas: hay períodos en que los literatos son estrellas, y períodos en los que están casi replegados.

 

--¿El escritor cumple, sin saberlo, con algún rol social específico?

--Qué pregunta difícil... Yo creo que la literatura es un lujo, incómodo, la mayoría de las veces, para la sociedad.

 

--¿Por que un lujo incómodo?

--Sí, como todo arte es un lujo y a su vez es un milagro, porque es gratuito e imprescindible. Sin la literatura la humanidad no tendría memoria de sus mejores momentos, ni memoria de su continuidad. Esa es la función social del escritor. Es cierto que probablemente no mejoremos la calidad de vida en términos sociológicos escribiendo novelas, pero sí podemos reflejar esas vidas, ejercer una cierta influencia sobre ellas y, sobre todo, cumplir con uno de los pocos asombros de la especie. ¿Por qué, cómo? Nadie sabe bien cómo ni porqué. Hay también momentos en que la sociedad necesita de los escritores y los utiliza invitándolos a ocupar lugares políticos. Esos momentos nunca coincidieron con los mejores capítulos de la historia de la literatura.

 


Vivir no es necesario, viajar sí

t.gif (862 bytes) --En sus obra, la idea del viaje es un eje central de buena parte de las ficciones. ¿El desplazamiento es, como la literatura, una forma de escape? --Sí, yo siempre digo que los escritores buscamos, a través de las ficciones que creamos, alejarnos un poco de lo que somos y de lo que es nuestra realidad cotidiana. Y, en ese sentido, tanto la literatura como los viajes, al menos en mi vida, tienen una importancia crucial, porque son distintas maneras de alejarme de mí y de lo que me rodea, que muy frecuentemente se me hace intolerable. Los escritores somos seres platónicos, además, porque avanzamos movidos por ideas más que por la percepción de lo que realmente son las cosas. Y la idea del viaje es perfecta. Todas mis historias tienen el carácter de un viaje, en el sentido de que intentan ser movimientos de exploración, de búsqueda, hacia destinos desconocidos. Mis personajes son criaturas inquietas que descreen de las verdades estáticas y establecidas que circulan por el mundo.



La amiga de Jorge L. Borges


t.gif (862 bytes) --¿Cómo conoció a Jorge Luis Borges y qué relación los unió, sintéticamente?

--Lo conocí porque era mi profesor de literatura inglesa en la facultad. Por entonces, él no era un escritor célebre rodeado de admiradores. Un buen día yo me acerqué después de clase a hacerle una pregunta sobre literatura medieval. El me invitó a tomar un café y me preguntó si estaba dispuesta a que formásemos junto a otros alumnos un grupo de estudio para que él aprendiera inglés medieval. Yo estaba fascinada, por supuesto. Y así fue como comenzamos a reunirnos, hasta que la relación docente-alumno se convirtió en una amistad que duró tres décadas, hasta que él murió. Solíamos juntarnos semanalmente a comer y a charlar de libros.

 

--¿Qué aspectos recuerda de él que para sus lectores fueran poco conocidos?

--Habitualmente se cree que era un frío intelectual, y él era todo lo contrario a eso: lo aburría todo lo que fuera rígido, académico. Tenía mucho sentido del humor, sobre todo en las peores circunstancias, y era muy argentino, en el sentido de que perdía los estribos cuando se enojaba. Lo que más sobresalía en él era, sin embargo, además de su sensibilidad y su emoción, la curiosidad por absolutamente todo lo que lo rodeaba. De él aprendí que la mayoría de las veces uno es capaz de lograr lo que se propone, si pone buen humor, voluntad y no se desalienta cuando las circunstancias no son las ideales.


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