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PILAR CALVEIRO DESCRIBE LA VIDA-MUERTE DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACION
"Una está en otra dimensión"

Fue secuestrada en 1977, sobrevivió a la tortura más feroz y recuperó su vida. En este diálogo con Juan Gelman reflexiona sobre su experiencia y la del país. "Pensar en los campos como una aberración --asegura--, es negarse a mirar en ellos a nuestra sociedad."

Toda la sociedad -–dice Calveiro-- ha sido víctima y victimaria; toda la sociedad padeció y tiene por lo menos alguna responsabilidad."

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Por Juan Gelman

t.gif (67 bytes) El 7 de mayo de 1977, sábado lluvioso, un comando de la Fuerza Aérea secuestró a Pilar Calveiro en una calle de San Antonio de Padua. Así comenzó su periplo de año y medio por diferentes campos de concentración: la llamada Mansión Seré, de la Aeronáutica; la comisaría de Castelar; la ESMA; la casa de Panamericana y Thames que había sido de Massera reconvertida en "chupadero" del Servicio de Informaciones Navales; y nueva -–y finalmente-- ESMA. Fue liberada el 23 de octubre de 1978. Su libro Poder y desaparición. Los campos de concentración en la Argentina, que acaba de editar Colihue, es fruto de esa experiencia del horror. Sin embargo, los lectores no encontrarán allí el relato desgarrado en primera persona que suele caracterizar a los testimonios de sobrevivientes de campos nazis o gulags. La autora se menciona a sí misma una sola vez en el texto, de paso, de afuera, como uno más entre otros prisioneros. Poder y desaparición ... es otra cosa.

Se trata de una lúcida y rica reflexión sobre la vida-muerte en los campos, la tortura y la amenaza constante del "traslado", la oscuridad, el silencio, la inmovilidad, el número en lugar del nombre, la voluntad represora de demoler en los prisioneros la persona, los actos de dignidad y valor anónimo que muchos de ellos ejercieron pese a todo, el abanico de actitudes que desmonta su división maniquea en héroes y traidores. Pero, y sobre todo, es un riguroso análisis de las relaciones campo de concentración/sociedad civil. "Toda la sociedad -–dice-- ha sido víctima y victimaria; toda la sociedad padeció y, a su vez, tiene por lo menos alguna responsabilidad. El campo y la sociedad están estrechamente unidos; mirar uno es mirar la otra. Pensar la historia que transcurrió entre 1976 y 1980 como una aberración; pensar en los campos de concentración como una cruel casualidad más o menos excepcional, es negarse a mirar en ellos nuestra sociedad, la de entonces y la actual." Conviene tomar en cuenta esa estremecedora afirmación: la historia puede repetirse.

 

--Poder y desaparición es, en realidad, el tercer capítulo de una tesis de maestría en ciencias políticas presentada ante la Universidad Nacional Autónoma de México; los dos primeros examinan la política militar y el proyecto de las organizaciones armadas, respectivamente. ¿De esa finalidad académica nace la aparente ajenidad a su experiencia que sella la tercera persona en que está escrito el libro?

--No es por razones académicas que no hago referencia a mi historia personal. Creo que lo ocurrido tiene que ver con algo que va más allá de mi historia personal. Y, sin embargo, siento que de muy diferentes maneras estoy todo el tiempo en ese texto.

Lo que no se cuenta late como subtexto a lo largo de toda la escritura y la sostiene sin desmayos. Por ejemplo: el 9 de mayo comenzó la tortura para Pilar Calveiro. En la madrugada del 10 intenta escapar. "Salto por la ventana de un primer piso alto de la Mansión Seré --recuerda-- porque tengo claro que, a medida que pase el tiempo, voy a estar cada vez en peores condiciones físicas, que voy a perder la iniciativa. Entonces me digo que debo reaccionar ya. Había visto que la ventana del baño no estaba asegurada. Pido que me lleven y como estaba amamantando a mi hija menor, de 40 días, me daban más tiempo para que pudiera sacarme la leche. Entro al baño, abro la ventana y salto. De pie. Me tiraba a dos cosas: la primera y fundamental, tratar de fugarme y perderme en Rivadavia, porque ya había ubicado que estábamos muy cerca de la estación de Ituzaingó. La segunda: si había guardias afuera me podían matar y así acababa la historia." No los había, pero ella cae sobre un piso de Portland y se quiebra una pierna, un brazo, la nariz y un par de vértebras de la columna, lo que le impide levantarse y correr. "Ellos escuchan el golpe de mi caída, me alzan y me llevan arriba literalmente a patadas. Fue un momento muy especial para mí, me tapaba la cara porque me daba risa. `Estos tipos creen que yo me voy a morir -–pensé--, pero no me voy a morir ahora.' Era algo muy raro, que no entiendo, y no sentía el dolor." Tampoco cuando la torturaron, con los huesos rotos, hasta fines de mayo. "No recuerdo el dolor de mis fracturas, pero sí el de los tormentos. Hay la sensación muy clara de que se está en una dimensión que es otra, en un mundo aparte. El mundo está afuera, casi al alcance de la mano, se oyen sus ruidos, si una gritara la oirían. Y está el campo de concentración, esa irrealidad real donde rigen otras lógicas."

--¿Cómo se hace para escribir un libro así?

--Haber pasado por la experiencia de los campos de concentración entrañó para mí una desestructuración profundísima en todos los órdenes. Yo era una persona, tal vez prototípica, de lo que fue mi generación en la Argentina, que sabía qué era lo que estaba bien, qué era lo que estaba mal, qué había que hacer en este mundo. Que además había logrado una coherencia importante: militaba, es decir, había confluencia entre lo que pensaba y lo que hacía, tenía una vida política y una vida personal en consonancia, una pareja militante como yo, y dos hijas. Todo estaba redondo, perfecto, cerrado. Pero en el año y medio que estuve en los campos fue como si me desarmaran todas las piezas del rompecabezas, como si patearan toda esa estructura. De modo que cuando salí me encontraba en una situación de vulnerabilidad muy fuerte. Empecé a dar pasos. Primero fue la reestructuración de la vida cotidiana: tener un techo, conseguir trabajo, criar a mis hijas, con las que salí al exilio cuando me liberaron. Comencé a estudiar ciencias políticas, que era un espacio para la reflexión, para trazar una línea entre la vida de ayer y la de hoy. No podía pensar en mi vida como una especie de ruptura loca. Después vinieron varios años de psicoanálisis en los que traté de ver qué había pasado interiormente conmigo, de reconstruir cronológicamente lo vivido, aceptar las pérdidas, las muertes, hacer los duelos posibles, convivir con esta historia, aprender a sobrevivirla. La tarea de sobrevivir no termina con la salida del campo de concentración. El sobreviviente se ve a sí mismo, o lo ven, o las dos cosas, se ve y lo ven, como alguien que sobrevive sobre otros que murieron. Es muy duro digerir eso. Este proceso fue difícil, duró muchos años, y me permitió en determinado momento concluir la tesis de la que forma parte el libro publicado, en el que se concentran mis ideas acerca del tema.

--Gustaw Herling, sobreviviente de un gulag, dice que escribió sobre el campo porque sus compañeros, muertos o vivos, miran a los sobrevivientes con labios azulados por el hambre y les dicen: "Di la verdad sobre nosotros, di a qué nos sometieron".

--Había en los prisioneros la obsesión de dar testimonio. Recuerdo que en la ESMA fantaseábamos con que, si alguna vez salíamos, íbamos a hacer una película, imaginábamos qué actor o actriz encarnaría a cada uno, por ejemplo, Maria Callas a los de temperamento trágico. Bromeábamos con eso, nos reíamos mucho, y estaba presente la necesidad de contar lo que ocurría. Si se salía alguna vez. Pero siempre tuve claro que el testimonio no consistía en relatar la historia personal sino en hablar de nosotros, de lo que nos había pasado, de lo que habíamos sido en la militancia, de lo que fuimos en el campo de concentración, de las modalidades de exterminio, del poder militar, de quiénes fueron nuestros captores. Había que contar tratando de explicar. Siempre pensé que era una historia política, que entrañaba un montón de dramas personales, pero que era esencialmente política y había que contarla desde la política, hablar del proyecto militar y de su confrontación por parte de las organizaciones armadas. Mi primer intento de escribirla se produjo en 1988 y, no por casualidad, salió un texto sobre las organizaciones armadas: traté de entender en qué trampas propias caímos para entender por qué pudimos caer en las trampas de los otros. Redacté ese tramo, luego recuperado en la tesis, y abandoné el intento. Dos veces lo abandoné, me costaba muchísimo, era una zambullida en testimonios dolorosos, en los propios recuerdos. Pero cuando le entré en serio, no pude detenerme hasta terminar. Porque al mismo tiempo que tropezaba con esas dificultades emocionales tenía muy dibujada la brújula de la argumentación, la racional, en la que siempre me sentí segura porque no estaba hablando de un objeto teórico que me había inventado, sino de algo muy trabajado en el plano vivencial. Y no solamente el mío, también el de otros sobrevivientes con quienes siempre dialogué acerca de esta historia y de cómo entenderla, cómo explicárnosla. De ninguna manera el texto es resultado de una elaboración solitaria: ahí están las charlas que sostuvimos entre sobrevivientes durante más de diez años, en encuentros alucinados desde las 10 de la noche hasta las 5 de la mañana, tratando de pensar lo que había pasado. Fue un proceso de muchos y desde muy distintos lugares, porque no fue de muchos que estamos de acuerdo, sino de muchos que estamos en desacuerdo. La experiencia nos pegó a cada uno de manera diferente. Pero siento que en ese texto estamos todos, el que hizo borrón y cuenta nueva, el que se encerró en la familia o en una profesión, el que trata de dar cuenta de la historia, el que no puede deshacerse de ella y vive como sobreviviente eterno, el que habla, el que no habla, el heroico, el menos heroico, el que se rayó. Y ésta no es para mí una imagen mental, es una vivencia, la clara sensación de que cada uno de esos pedazos son pedazos míos, que mi propia historia está en cada una de esas historias. Eso no significa en absoluto que no haya responsabilidades, nada más lejos de mi intención. Pero sí quiere decir que cada uno de esos fragmentos nos interpela porque no nos son ajenos, porque hay una matriz concentracionaria que acuña muchas facetas de la sociedad argentina. Pensar lo contrario impide hacer lo que hay que hacer: comprender y procesar lo sucedido para marchar en una dirección inversa. No sé cuánto nos podremos alejar, ni el tiempo que eso lleve, tal vez sea cuestión de generaciones, pero necesariamente hay que marchar en la dirección opuesta.

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