Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


“Ya estamos hartos de los escritores de geriátrico”

María Esther de Miguel, que compartió la decisión con Tomás Eloy Martínez, Marcos Aguinis y Manuel Vázquez Montalbán, cuenta los entretelones.

María Esther de Miguel dice que la ganadora es “muy talentosa”.
“Técnicamente el libro es casi vanguardista, muy novedoso.”

na28fo01.jpg (9271 bytes)

Por V. A.

t.gif (67 bytes) “Ya estamos hartos de ver siempre los mismos escritores de geriátrico, los mismos tipos de mediana edad resentidos que no perdonan a los que venden libros. Hacen falta chicos jóvenes que renueven el aire, que nos den un respiro y que refresquen las ofertas de libros.” La escritora María Esther de Miguel, ganadora del Premio Planeta 1996 por El general, el pintor y la dama, y miembro del jurado que eligió la novela de Liliana Díaz Mindurry, cree que al fin ha llegado la hora de la renovación en la literatura argentina. “Estoy tremendamente feliz de que tres personas casi desconocidas en el ambiente hayan ganado los concursos de Clarín, La Nación y Editorial Planeta”, insiste. “Lo único que falta en este país de frivolidad, cholulismo y exhibición es que quienes podemos abrirles un lugar a los nuevos fuéramos egoístas. No, por Dios. Yo soy hija de un concurso, así que ni sueñen con que me van a ver obstaculizando el ingreso de gente nueva a una supuesta casta que en realidad no existe”, se despacha en diálogo con Página/12. A los nuevos, describe, “en general les falta experiencia, pero en contraposición tienen la audacia y la polenta que los mayores ya no tenemos”.
–¿Podría sintetizar los motivos por los que el jurado eligió a la novela de Díaz Mindurry entre las 268 en concurso?
–Nos interesó de entrada. Está muy bien escrita, con un vuelo poético interesante y tiene un tono erótico avanzado pero medido. Técnicamente el libro es casi vanguardista, y digo casi porque a esta altura de mi vida y de mi carrera muy pocas cosas me sorprenden. Tiene una estructura muy novedosa: hay, entre otros elementos, notas al pie que se intercalan en el relato y que componen algo así como una segunda novela, una segunda historia.
–¿Conocía de antes a Liliana Díaz Mindurry?
–Sí, había leído textos suyos en el marco de otros concursos, como el del Fondo de las Artes, y estoy convencida de que es una chica muy talentosa.
–La reconoció cuando estaba leyendo el libro o después, al leer su nombre dentro del sobre?
–No, no. Cuando estaba leyendo no la reconocí. Sin embargo, cuando supe su nombre lo asocié inmediatamente con otra novela suya que yo había premiado en una oportunidad.
–El año pasado, en cambio, sí reconoció al autor de la novela ganadora, Ricardo Piglia, cuando leía Plata Quemada...
–Sí, eso lo reconocí desde el primer momento, al punto que les dije a los de la editorial “Miren que este libro es de Piglia, eh...”. Pero en este caso no fue así, no sabía de quién era el libro que estaba leyendo y me alegro de que se lo haya ganado esta chica.
–El año pasado, el premio fue cuestionado porque el mecanismo de selección de los libros no parecía transparente...
–Quienes piensan eso están equivocados. Para nosotros implica un arduo trabajo seleccionar al ganador, un esfuerzo de lectura y de discusión posterior que es desde todo punto de vista incuestionable. Hasta el lunes al mediodía, por darle un ejemplo, los miembros del jurado no nos habíamos puesto de acuerdo acerca de cuál sería el libro ganador. Lo decidimos a primeras horas de la tarde, en un restaurante, y después redactamos los informes. Si nos hubieran visto debatiendo no se atreverían a decir que hay algo arreglado de antemano o que el mecanismo no es transparente. Además, yo tengo muchos amigos que presentan libros, de Entre Ríos, de Santa Fe, y eso no influye en nada en mi decisión. Después de leer el libro de Díaz Mindurry fui a una reunión y dije “señores, a mí la novela que más me gustó fue ésta”. Tanto en el caso de ella como en el de los otros dos ganadores de la semana se trata de jóvenes talentosos. Sonpersonas que trabajan en talleres de escritura y, al parecer, ese es un camino alternativo y válido para integrarse al mundo de los escritores consagrados. Yo ya estoy en una edad en la que, lejos de resentirme, me alegra poder pasar la antorcha. Y estos chicos se la merecen.

 

OPINION
Una ceremonia gasolera

Por Carlos Polimeni

Un miembro del equipo de producción de TN gesticula como loco, cumpliendo con su misión profesional: hace señas de que el tiempo se acaba, de que hay que redondear, de que el discurso está haciéndose largo. Santo Biasatti tiene cara de poker, pero con el rabillo del ojo espía lo que pasa hacia su derecha, donde todo es revuelo y vértigo. El discurso es de Ernesto Sabato, que merodea una idea sin redondearla, como si en lugar de estar en el aire televisivo estuviese en el aire de la especulación sin testigos. Esto pasa allá adelante, en el set en el cual se desarrolla la más fashion de las entregas de galardones literarios argentinos. Allá atrás, donde el champagne corre generoso, un grupo de invitados está al margen de la dinámica televisiva, empeñado en conversar, en darle un sentido que salga del protocolo a una ceremonia que parece interminable.
Los del fondo se pierden a Mercedes Sosa. No ven –están a 80 metros– ni el escenario ni las pantallas que lo presiden, y el volumen de los equipos hacen que el sonido llegue mezclado con las voces de centenares de invitados que están más acá de todo. Pero están. En el colmo, cerca de la medianoche, alguien que se enteró de mentas de la presencia de La Voz, confunde una publicidad de Sprayette que sale por las pantallas con lo que realmente acontece en escena. “¡Está Sandro!”, exclama antes de que le expliquen. ¿Por qué no podría estar, e incluso entregar el premio a la mejor novela, si el de los libreros al mejor libro de poemas del año, que reciben los familiares del asesinado Paco Urondo, lo entrega Juan “Panigassi” Leyrado ...?
La pregunta de la noche es ¿dónde está la comida? Claro, la hacen los que llegaron a la hora que empezó la televisación. Los que se comieron el amague de la invitación, que decía que la fiesta comenzaba a las 20.30, saben que hubo unos bocaditos temprano, y que una plaga de termitas acabó con ellos. La pregunta de la noche debería haber sido ¿quién gana el premio?, pero desde temprano era un secreto a voces, dentro del recinto. Cuando Sabato habla de su escepticismo respecto de la posibilidad de progreso humano, de las persecuciones que sufrió, de las desigualdades sociales, y el asistente de producción de TN hace señas desesperadas de que redondee, entre un grupo de escritores y humoristas se arma una polla sobre si esta vez Horacio Verbitsky estará presente, ahora para recibir el premio de los libreros al mejor trabajo de investigación periodística, por Un mundo sin periodistas. No hay vencedores ni vencidos en esa apuesta: Verbitsky no está pero mandó una nota disculpándose, porque asiste al concierto que en ese momento brinda Oscar Peterson, para el que había comprado entradas un mes antes. Recibe en su nombre el premio su mamá, de 86 años. Mamá Verbitsky mira ese universo con la misma perplejidad curiosa de Osvaldo Bayer, a quien le entrega el galardón por mejor biografía publicada por Planeta en la última temporada –por Severino Di Giovanni, reedición de un clásico maldito de los ‘70– la actriz Mercedes “Roxy” Morán. La diputada menemista Irma Roy aplaude cortito. La precandidata presidencial de la Alianza, Graciela Fernández Meijide, tiene cara de satisfacción cuando la nómina de premiados es inaugurada por Mempo Giardinelli –por el ensayo El país de las maravillas– y continuada con Urondo, Bayer y Verbitsky. Cuando Liliana Díaz Mindurry sube a recibir el premio mayor, como una Cenicienta, antes de medianoche, se produce la única unanimidad de la velada: todos quieren ver quién es, cómo está, qué cara tiene. Incluso qué lleva puesto y cómo toma el gigantesco cheque que simboliza la noche.

 

PRINCIPAL