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UN ARGENTINO REBATE LA TESIS DE EXTRATERRITORIALIDAD
Por qué el juez tiene la razón

Desde el arresto de Pinochet, la línea de ataque contra el juez Baltasar Garzón es que operó en forma extraterritorial. Una opinión de Alberto Ferrari Etcheberry, ex funcionario de Raúl Alfonsín, responde aquí esa objeción, basándose en la nueva realidad internacional, mientras nuevos testimonios muestran el carácter “extraterritorial” de la represión chilena.

Policías con bolsas de restos de desaparecidos.
Son ocho cuerpos exhumados en La Serena, al norte de Santiago.

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Por Alberto Etcheberry*

t.gif (67 bytes) El enjuiciamiento español de Pinochet se muestra como un conflicto de valores prioritarios: Estado nacional vs. preeminencia supranacional de los derechos humanos. La síntesis parece tan esquiva como la cuadratura del círculo. Sin embargo, hay tela para deslindar.
Los argumentos pragmáticos –aceptación de la globalización– se escuchan entre los defensores de la prisión de Pinochet, mientras que los habituales defensores del statu quo levantan banderas principistas de defensa de la potestad jurisdiccional doméstica.
Cuando un financista me habla de ética me pongo discepolianamente “al lao ‘el botón”, pero el endiosamiento de la racionalidad de lo real me suena a oportunismo stalinista. Por otra parte, ambas tesis soportan un contrabando no querido: el eventual amparo a los genocidas vs. el riesgo de que la extraterritorialidad arrase con el derecho a la autodeterminación. (Y adrede dejo de lado la mala fe de los defensores de la soberanía chilena que apoyaron la invasión de Panamá y que celebran que no haya barreras para el capital financiero internacional: esta incongruencia es natural en “ellos”.)
El problema no es formal sino sustancial. Vale. Pero también cabe preguntarse si la detención de Pinochet expresa la cuestión general, ese conflicto de valores, o más bien manifiesta un caso específico.
En el siglo XIX la presión británica para terminar con el tráfico de esclavos estuvo íntimamente ligada con su expansión comercial y con su desarrollo industrial. La formación del Brasil está unida a esa imposición británica. Y para qué mencionar la Guerra de la Secesión del sur esclavista en Estados Unidos. En ambos casos el factor primordial no fue la ética sino la necesidad de la modernidad basada en el trabajador libre y en su consumo. Pero lo cierto es que la esclavitud concluyó y que la humanidad dio un salto cualitativo aunque más de un siglo después del asesinato de Lincoln, el de Luther King neutralice la tentación de la ingenuidad.
Conclusión: la globalización no está movilizada por las buenas intenciones, pero a pesar de ello engendra resultados cualitativamente valiosos. ¿Cuánto? En buena medida dependerá de la inteligencia crítica de quienes no son pragmáticos ni stalinistas.
¿Y qué de Pinochet?
Al juez Garzón habría que recordarle que los crímenes del Estadio Nacional fueron exigencia de la consumación de otro delito, el golpe de Estado. En otros términos, hubo concurso de delitos. El golpe de Estado tuvo varios autores y partícipes necesarios, que se unieron para cometer ese delito y que aceptaron dolorosamente –al menos con lo que se llama dolo eventual– los otros que fueran necesarios para consolidar el golpe. Esta unión se llama asociación ilícita, conspiracy, en derecho angloamericano, y sus miembros son responsables del delito de golpe de Estado y de otros delitos, los asesinatos y desapariciones que fueron su instrumento y su consecuencia. En conclusión: hay otros que son tan responsables como Pinochet. Pasemos del derecho a los hechos, la prueba. Los documentos oficiales de Estados Unidos sobre el golpe de 1973 son lo suficientemente públicos como para que se encuentre acreditada la participación necesaria de la CIA y del Departamento de Estado en la conspiracy y de ahí en los crímenes por los cuales el juez Garzón acusa a Pinochet. Y como la responsabilidad penal se ejerce contra individuos, los involucrados son el presidente de Estados Unidos de entonces –que está muerto, Nixon– y el secretario de Estado, Henry Kissinger, que está vivo. En conclusión: el juez Garzón debería reclamar la detención y el comparendo de Kissinger. De tal modo no habría duda en cuanto a que esta extraterritorialidad no rige sólo para abajo, sino que también apunta hacia arriba. Si al juez Garzón mojarle la oreja al patrón de la vereda le parece un exceso, alguno podría reclamarle que recuerde que Adolfo Suárez fue ministro del Movimiento del Caudillo. Pero sería un error.
Y el error lleva a otra perspectiva. Hace poco en un seminario de la Unión Europea en Antigua, Guatemala, Joaquín Villalobos, ex comandante del ejército guerrillero de El Salvador, reflexionaba sobre el dilema de qué hacer con los crímenes del pasado, cuando se trata de consolidar el presente, la paz, las libertades. ¿Es justo invertir la energía en el enjuiciamiento, a riesgo del presente y del futuro? Su respuesta no era formal: depende de la relación de fuerzas. En otros términos, la prioridad son las exigencias del presente. Por eso sería un error exigirle al juez Garzón, haciéndolo símbolo de la situación española, que mire hacia atrás y que acuse a ex jefes del franquismo. Porque aceptar que Suárez calzara la casaca democrática no fue una farsa: el referéndum ratificó una Constitución realmente democrática, el rey frenó al golpismo, la derecha se civilizó, perdió privilegios y aceptó la plena vigencia de reglas democráticas inobjetables. En España, entonces o ahora, revolver el pasado no sería sino una provocación y un paso atrás.
¿Y qué de Chile? Chile no es España. La Constitución chilena es la que hizo e impuso Pinochet. Sus posibilidades de reforma por la vía legal son remotas. Los senadores designados y vitalicios son un anacronismo inadmisible. El Congreso no es soberano. Las fuerzas armadas no están bajo la autoridad del poder electivo. Y pese a que la Concertación aceptó confrontar dentro de esta legalidad menguada, y pese a que el gobierno de la Concertación desde 1990 ha sido ejemplar, tolerante y racional, la derecha pinochetista no ha pospuesto su soberbia ni aceptado siquiera abrir el camino de la democratización real.
Esa diferencia sustancial no puede omitirse al analizar las causas de la detención de Pinochet. El propio Pinochet eligió no ser pasado, sino presente, ángel guardián que deambula significando que nada ha cambiado y, sobre todo, que nada cambiará. La derecha lo ha hecho su ídolo porque su pretensión es la misma. Porque Pinochet es criatura de esa derecha que hoy se arrodilla para adorarlo porque no tiene capacidad para defender sus valores e intereses con los instrumentos aceptables en una democracia moderna. De tal modo, al congelar el pasado como presente, en Chile el pasado no es ni puede ser el objeto de la valoración histórica y, con ello, las heridas se pueden seguir abriendo.
Por eso el caso Pinochet, bienvenido o no, no es seguro que exprese la actual cuestión nacional, esto es, el desafío de la autodeterminación en el marco de la globalización. Más bien se intuye que esta anacrónica exhibición sin rubor del pasado como presente parece haber sobrepasado la capacidad de tolerancia de la media de la conciencia ético-política actual. Así, la detención de Pinochet más que una provocación a la transición chilena, para muchos aparece como una ayuda necesaria para que haya transición chilena, para que los chilenos entierren el pasado. El tupé mostrado por Pinochet al pavonearse en el mundo como si fuera en casa, ha pasado los límites.
El que provoca, en algún lado encuentra la respuesta.
* Ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos durante el gobierno de Raúl Alfonsín.

 


 

EL CASO DE DOS CHILENOS “DESAPARECIDOS” POR EL EJERCITO ARGENTINO EN 1981
El Cóndor, otra extraterritorialidad

Por Lila Pastoriza

t.gif (862 bytes) Diecisiete años después de que la Gendarmería argentina los detuviera al intentar regresar a Chile, se supo que dos militantes chilenos desaparecidos a comienzos de 1981 fueron llevados a Campo de Mayo por un grupo operativo del Ejército que los “interrogó” durante varios días antes de entregarlos a la seguridad chilena. Alejandro Campos Cifuentes y Luis Quinchavil Suárez, cuyos casos figuran en la presentación en que el juez Baltasar Garzón pide la extradición de Augusto Pinochet, no fueron, como se suponía, entregados inmediatamente a Chile. Antes –y según el rompecabezas que logró rearmar Página/12– represores del Batallón de Inteligencia 601 se apropiaron de ellos a fin de extraerles información. Era cuando en aras de la “guerra contra la agresión marxista”, los comandos argentinos hacían punta en la intervención en Centroamérica pergeñada por la dupla CIA-Reagan.
“Aquí cerquita detuvieron unos chilenos ese verano, iban a cruzar por el paso, pero enseguida vino la gente de Buenos Aires y se los llevó ... decían que podía tratarse de espías ...” El comentario que un vecino de Junín de los Andes hiciera hace unos años quedó perdido entre tantos otros. Aparecieron luego esos datos fraccionados que no siempre se juntan: informes de la época, investigaciones periodísticas, lo que contaron el arrepentido X, el pariente de un milico, algún testigo casual, los sobrevivientes ... Pinochet preso en Londres logró que los pedazos se unieran.
“El 19 de febrero de 1981 fueron detenidos en la frontera chileno-argentina en el sector de Paimún, José Alejandro CAMPOS CIFUENTES, estudiante de enfermería y Luis QUINCHAVIL SUAREZ, ex dirigente mapuche, ambos militantes del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), quienes intentaron regresar a Chile clandestinamente en la denominada `Operación Retorno’. Habían sido condenados anteriormente por Consejos de Guerra a penas privativas de libertad que les fueron conmutadas por extrañamiento en 1975 por lo que tenían prohibición de ingreso al territorio nacional”, dice el juez Garzón, al citar este caso entre los que corroboran el funcionamiento de “una organización delictiva internacional creada y liderada por el Sr. Pinochet” y que en esa época, ya disuelta la DINA, operaba a través de la Central Nacional de Inteligencia (CNI). Agrega que la “Comisión de Verdad y Reconciliación” llegó a la conclusión de que los dos militantes “fueron detenidos por gendarmes argentinos en la frontera, quienes los pusieron a disposición de agentes de seguridad nacionales, en manos de quienes desaparecieron”.
Campos tenía 30 años y un hijo al ser detenido. Quinchavil, de 42, fue dirigente del Consejo Comunal Campesino de Cautín. El primero había vivido en Dinamarca, el segundo en Holanda. Algunos de sus compañeros, que sí lograron cruzar la frontera, instalaron la guerrilla en la zona precordillerana de Temuco hasta ser exterminados entre julio y setiembre de ese año. Las gestiones judiciales por los dos desaparecidos nunca tuvieron respuesta, incluida la efectuada en la Argentina, donde las autoridades negaron su participación en los hechos.
Luego de ser torturados por la Gendarmería, Campos y Quinchavil fueron llevados a una quinta (próxima a la guarnición de Campo de Mayo) que dependía del Batallón de Inteligencia 601. Estaba a cargo del grupo especial comandado por quien se hacía llamar (Pancho) Villegas, un represor de años que muy probablemente sea el mismo que menciona Horacio Verbitsky (La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, 1984) como uno de los jefes del Estado Mayor instalado en Honduras cuando la intervención argentina en Centroamérica. Los miristas permanecieron alrededor de una semana en la quinta, donde fueron continuamente interrogados bajo tortura, en particular sobre sus contactos internacionales. “Allí había pocos detenidos ... A ellos se los llevaron en un avión para entregarlos a Chile porque, dijeron, ése era el acuerdo ...”
La presencia de dos chilenos en poder de este grupo se reitera en distintos relatos, entre ellos en el testimonio de Silvia Tolchinsky. La acción conjunta chileno-argentina tuvo estos “deslices” en la disputa por la información. Justificativos no faltaban. Tocando ya su fin la “lucha antisubversiva” autóctona y cada vez más aceitada la relación con Estados Unidos de Ronald Reagan, la Inteligencia militar argentina se metía de lleno a instrumentar las operaciones que contra “la intromisión rusocubana-nicaragüense” prioritaba la política norteamericana. Según Verbitsky, hacia fines de 1980, unos 50 oficiales centroamericanos eran entrenados en instalaciones del Batallón 601, y otros 20 ex guardias somocistas lo harían meses después. Luego de ese curso básico, “refrescaban conocimientos y recibían misiones específicas en la Quinta Escuela que los argentinos regenteaban en Tegucigalpa”, precisa.
En febrero de 1981 el jefe del Batallón de Inteligencia 601 (que dependía de la Jefatura II –Inteligencia– del Comando en Jefe del Ejército) era el coronel Jorge Alberto Muzzio. Al frente del Comando de Institutos Militares (Campo de Mayo) estaba el general Reinaldo Bignone. Por la quinta donde el grupo torturó a los chilenos y por otras similares, pasaron Lorenzo Viñas, Antonio Lepere, el cura Jorge Adur, Silvia Tolchinsky, Héctor Archetti y otros prisioneros, la mayoría desaparecidos. Muy cerca, en las instalaciones de Campo de Mayo permanecieron vivos durante más de un año alrededor de 40 dirigentes montoneros, entre ellos María Antonia Berger, Daniel Tolchinsky y su mujer, Adriana Lesgart, Horacio Campiglia y familiares de la señora Molfino, asesinada en España. Todos ellos fueron muertos hacia fines de 1980.

 


 

Inmunidad o humanidad,
el dilema de los Lores

Por Ernesto Ekaizer desde Londres

Los pinochetistas en Chile, súbitamente convertidos a la causa del anticolonialismo.t.gif (862 bytes) Tres magistrados-Lores, sobre cinco, han puesto de relieve el carácter de crímenes contra la humanidad de los hechos de los que se acusa a Pinochet, en el curso de las seis sesiones que ha durado la vista de apelación contra el estatuto de inmunidad soberana del general-senador Augusto Pinochet, y han señalado los convenios internacionales suscriptos por el Reino Unido (genocidio, tortura, toma de rehenes, y otros) que son fundamento de lo que en la jerga jurídica se llama la “jurisdicción universal”, esto es, delitos perseguibles en cualquier país, más allá de su comisión, en este caso en Chile. El fallo será anunciado con toda probabilidad la semana próxima.
Aunque todo podía llevar a pensar que los magistrados de la Cámara de los Lores sólo abordarían el tema de la inmunidad del ex dictador, las sesiones se deslizaron poco a poco hacia la misma problemática jurídica que tuvieron necesidad de estudiar los once magistrados de la sala de lo Penal de la Audiencia Nacional española el pasado 5 de noviembre. Esto es, si los delitos imputados a Pinochet configuran los tipos penales de genocidio y, en caso de ser así, si procede considerarlos como delitos de protección universal y por tanto de jurisdicción universal. Este examen es inevitable toda vez que las leyes internas del Reino Unido conceden la inmunidad a los jefes de Estado y ex jefes respecto de actos públicos realizados durante su gestión y los ampara frente a procedimientos civiles y criminales. La defensa de Pinochet esgrimió este argumento en la High Court of Justice (alto tribunal de justicia) y ganó el primer “round”.
En las sesiones, uno de los magistrados, Lord Steyn, de origen sudafricano, ha puesto el acento, tanto en sus preguntas como en sus afirmaciones, en los temas de genocidio: asesinatos, torturas, desaparición de personas, represión de judíos. La idea es si un estatuto de inmunidad de actos de Estado puede amparar esas actividades. La respuesta de la defensa siempre fue que se trataba de actos oficiales.
Otro magistrado, Lord Hoffmann, también hizo hincapié en el tipo de crímenes que se imputan a Pinochet y se ha preguntado por qué razón no entregar a la Justicia a un ex jefe de Estado que ha podido cometer este tipo de actos. Un tercero, Lord Nicholls, ha insistido también en los convenios internacionales firmados por el Reino Unido, en especial el de la tortura, que no impide formalmente perseguir en la jurisdicción inglesa a un ex jefe de Estado que la haya utilizado allí donde fuere.
El presidente del tribunal, Lord Slynn, ha intervenido activamente. Muchas de sus preguntas ha sido dirigidas a conocer la experiencia internacional en materia de inmunidad y ha puesto no pocas veces en aprieto a la defensa de Pinochet. Con todo, sería exagerado tomar al pie de la letra las palabras de los magistrados. Los jueces son conscientes, como dijo Lord Slynn al finalizar la vista el pasado jueves, de que tienen ante sí una tarea “importante y muy difícil”.

 

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