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Mickey sopla 70 velitas y está hecho un pibito

Hace hoy 70 años, Walt Disney encontraba, sin saberlo, su tabla de salvación: estrenaba el primer corto del ratón que se convertiría en uno de los iconos culturales del siglo.

El primer corto de Mickey se estrenó el 18 de noviembre de 1928.
Entre sus fans célebres están Goebbels, Toscanini, Adorno y Eisenstein.

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Por Rodrigo Fresán

t.gif (67 bytes) Setenta años después, el Gran Ratón de voz insoportable sigue gozando de excelente salud. De hecho, su salud mejora con cada segundo que pasa y –desde hace tiempo– trascendió las fronteras del dibujo animado. Se ha convertido en uno de los símbolos culturales del siglo y, a la vez, en isotipo de una de las corporaciones más poderosas: el Imperio Disney. El joven Walt –quien más de una vez aseguró que no se consideraba un buen dibujante y por eso buscó a buenos dibujantes que cobraran poco– lo creó con otro nombre y lo hizo debutar en el cortometraje en blanco y negro bautizado Steamboat Willie. Cada tanto se puede atrapárselo en algún canal de cable siempre presentado con la misma reverencia que otros le dedican a los rollos del mar Muerto. Algo de razón tienen: porque si Disney es el invisible Jehová antiguo y testamentario en su universo (se fue; no está; ¿lo congelaron o no?), entonces Mickey Mouse es su hijo terreno, aquel que vino a evangelizar a un mundo con demasiados gatos. La única diferencia está en que todo parece indicar que Mickey no está dispuesto a renunciar a un negocio brillante y, mucho menos, morir por nuestros pecados. Le gusta desfilar todos los días y ser adorado como faraón por las calles de Disneyworld.
Superada una primera edad dorada y luego de un período catastrófico donde parecía que ya nadie creía en el ratón, la marca Disney levantó cabeza y paró las orejas. Hoy, los estudios de cine y TV Disney –junto con otros centenares de negocios, después de todo los ratones son una plaga– facturan anualmente más de diez mil millones de dólares. La empresa Capital Cities/ABC –adquirida en 1995 por la pandilla Disney– y sus 23 canales de TV aportan 7100 millones más, en tanto que los parques de diversiones generan cinco millones y medio. La tendencia va en alza con la incorporación de un astillero, equipos profesionales de deportes y negocios virtuales en Internet. Nada mal para algo que comenzó en el Disney Brothers Cartoon Studio, pomposo nombre que pretendía redimir la realidad de una oficinucha alquilada por diez dólares.
Cabe, hoy, teorizar hasta el cansancio de que algo astuto y bastante incomprensible hubo en el hecho de señalar a la figura saltarina de un roedor como la indicada para arrastrar a toda la humanidad tras la estela de su cola, invirtiendo lo que podría llamarse Ecuación de Hamelin: a Mickey lo siguen todos los flautistas. De poco sirvieron las acusaciones sesentistas que lo estigmatizaron como uno de los más eficaces agentes del Imperio, o a su creador como un dedicado colaborador del senador Joe McCarthy. Mickey supo tanto recibir un premio en el Festival de Cine de Moscú en 1935 como despertar el fanatismo de Goebbels. Otros seguidores fueron Arturo Toscanini, Theodor Adorno y Serguei Eisenstein.
El verdadero misterio es cómo es posible que un personaje tan desagradable se haya instalado con semejante firmeza en el inconsciente colectivo de la humanidad (menos los franceses que boicotearon Euro Disney en nombre del galo Asterix). Mickey es obsecuente (sólo se permite un gesto transgresor a la altura del magistral segmento de “El aprendiz de brujo” en Fantasía), pulcro hasta lo perverso y ligeramente pusilánime. Minnie, su novia blanca, y Pluto (un perro cuya estupidez se entiende subliminalmente como mensaje que hipnotiza con un “éste no puede ser el mejor amigo del hombre; el mejor amigo del hombre tiene que ser un ratón”) completan una cosmogonía incómoda en su corrección política. Por eso fue inventado Donald, el pato/ángel caído. El que grita y es atormentado por su tío explotador, sus sobrinos díscolos, su novia histérica y los inefables Chicos Malos. Donald sufre, padece, gime, se desgarra. Mickey es Disney. Donald somos nosotros.

 

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