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Un enorme escritor, en un momento de decisión

En una semana rara, mientras en Mar del Plata transcurre el Festival, se estrenan hoy dos films franceses, uno argentino dirigido por una checa y uno de guerra. Las palmas se las lleva el del galo Robert Guédiguian, ambientado en los suburbios de Marsella, raramente reflejados en cine.

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Por Horacio Bernades

t.gif (67 bytes) “Debería reunirme con mi amigo Bioy Casares para preguntarle cómo seguir con el cuento que estoy escribiendo”, dice, palabras más, palabras menos, una voz en off, que luego arremete, en inglés, con una alta cita literaria. El caminante cavila, de madrugada, por el puerto de Buenos Aires, mientras se oye la quejumbrosa voz del bandoneón. Basada en el relato homónimo de Julio Cortázar (incluido en “Deshoras”), el comienzo de Diario para un cuento puede sonar, para el público local, a tarjeta postal, a pretensión literaria, a almidón. Las citas cultas no escasean a lo largo del metraje: luego de Bioy desfilan los nombres de Poe, Keats, Magritte, Lautrec, Thelonious Monk ... Tratándose de Cortázar, tampoco falta alguna referencia tan, pero tan obvia, como el dibujo de una rayuela sobre el asfalto.
A la larga, Diario para un cuento, coproducción entre España y la Argentina dirigida por la checa Jana Bokova, logra superar esos pesados lastres, y también el peligro del “color local”. Este pende, amenazante, del bandoneón de Rodolfo Mederos y de un ambiente coloridamente prostibulario, así como de cierta reconstrucción de época que parece vacilar entre los años 30 y los 50. “Buenos Aires, 1952”, indica un cartel, y el diario informa que “la compañera Evita ha sido hospitalizada”. “Hace seis meses que llegué a Buenos Aires”, cuenta Elías Denis (Germán Palacios). Como el propio Cortázar, Denis nació en Bélgica y se gana la vida haciendo traducciones, mientras intenta escribir un cuento que se le resiste. Denis aparece como un personaje escindido entre mundos disímiles, encarnados en la figura de dos mujeres. Por un lado, la novia, Susana (Inés Estévez), una chica de sociedad que intenta introducirlo en las altas esferas de la literatura. Por el otro, una prostituta, Anabel (la española Silke, deslumbrante), pupila de ese peringundín de los arrabales que lleva nombre de cuento de Poe, “El gato negro”. “Vos sos un pituco que pretende vivir como nosotros”, le dirá el dueño del prostíbulo (Enrique Pinti, guarango “a la Parravicini”), cuando la policía se haya encargado de cerrar el boliche, limpiando la zona para preparar el arribo definitivo de “la gente decente”.
A medida que el relato avanza, va quedando claro que Denis lleva el oficio en la piel, como quien intenta todo el tiempo una traducción imposible entre dos mundos que son como el agua y el aceite. Incapaz de sacar adelante su cuento, Denis hace literatura casi sin querer, cuando traduce las cartas que los marineros envían a las prostitutas y transmuta procacidad en romanticismo. Siguiendo a su protagonista, Diario... intenta traducir, a su vez, el mundo del tango a términos cinematográficos. El ambiente prostibulario aparece retratado con cierta tosquedad: hay algún guapo de cartón y más de una mireya sobreactuada. La aproximación al espíritu tanguero es sin embargo más sutil y más lograda. Como en un dos por cuatro, surgen amistades viriles en “El gato negro”, junto al piano y el vaso de whisky, mientras las pupilas del burdel sueñan con amoreslejanos, seguramente imposibles. Si esta interesante madeja no llega a atrapar del todo al espectador, es seguramente porque el film parecería contaminarse del carácter de su protagonista, quien nunca supera la condición de testigo impasible. Germán Palacios jamás logra transmitir la escisión esencial de su personaje. Mucho menos la fascinación que, se supone, Anabel debería despertar en él. Y que la española Silke despierta, de sobra, en el espectador.

 


 

“EN GUARDIA”, DEl VETERANO PHILIPPE DE BROCA
O la, lá, como aquel cinemá

Por L.M.

cuadro2.gif (6553 bytes)t.gif (862 bytes) A comienzos de los años 60, el director francés Philippe de Broca hizo de Jean-Paul Belmondo una estrella popular con una serie de comedias de acción como Cartouche, El hombre de Río y Las aventuras de un chino en China, que además le sirvieron al cine francés para abrir las puertas del gran mercado internacional. Formado como asistente de François Truffaut y Claude Chabrol, la nouvelle vague sin embargo nunca quiso reconocerlo más que como a un pariente lejano, cuyo éxito comercial era mirado con cierto recelo, al que ni siquiera podía vencer el reconocimiento que la crítica de entonces le brindó a Rey por inconveniencia (1966), aun hoy uno de sus títulos más recordados. Hacía casi diez años que en Argentina no se sabía nada del hombre y ahora reaparece con una de las producciones más caras del cine francés reciente, En guardia, una aventura de capa y espada a la vieja usanza, adornada por un elenco encabezado por Daniel Auteuil y Philippe Noiret, más Marie Gillain, la jeune fille de La carnada, de Bertrand Tavernier.
De hecho, En guardia es la enésima versión de un trajinado folletín de Pierre Féval, Le bossu (El jorobado), adaptado en innumerables oportunidades y con el que ahora el cine francés pretende ingenuamente recuperar algo del espacio perdido a manos de la gran industria norteamericana, apelando a sus más caras tradiciones. Porque el espadachín Lagardère parece tener tanto las virtudes atléticas y morales de D’Artagnan cuanto los defectos físicos del Quasimodo de Victor Hugo, cuando se disfraza del jorobado que le da su título a la novela por entregas de Féval. Ambientada a fines del siglo XVII, en tiempos del regente Phillippe d’Orléans (jugado por Noiret), En guardia opone la nobleza de espíritu de Lagardère (Auteuil) al arribismo del pérfido Gonzague (Fabrice Luchini, un rostro frecuente en el cine de Eric Rohmer), a quien el film se empeña en subrayar sus lazos con tantos trepadores contemporáneos. Lealtades y traiciones, venganzas y amoríos contribuyen a engrosar la trama que tiene en estos dos personajes antagónicos sus polos de energía.
“Los parisienses se ríen de todo, menos de la comedia”, señala, no sin esprit, uno de los cómicos trashumantes a los que se suma Lagardère, cuando llegan a las puertas de la ciudad. Con En guardia, al espectador de Buenos Aires le puede suceder lo mismo. Si no fuera porque el film se extiende mucho más de lo necesario (126 minutos parecen francamente excesivos), sería bastante más fácil disfrutar de En guardia como un ejercicio de nostalgia y candor, como un viaje en el tiempo en el cual reencontrarse con un cine que parecía mucho más enterrado que el western.


 

“BIENVENIDOS A SARAJEVO”, DE MICHAEL WINTERBOTTOM
Lo que CNN no mostró ¿o sí mostró?

Por Dolores Graña

cuadro3.gif (6628 bytes)t.gif (862 bytes) La guerra ya no es lo que era. Los conflictos armados se han convertido en material didáctico para que millones de espectadores puedan comprobar -sentados cómodamente en su sillón preferido– que los hombres son malos y estúpidos, y disparan lucecitas de colores que vuelan de un lado al otro y producen espectaculares incendios en lugares remotos, siempre remotos. Para los corresponsales, las cosas son muy diferentes: herederos de la línea de periodismo heroico que dio brillantes resultados en la Segunda Guerra Mundial, saben que la guerra es una oportunidad única de lucimiento en sus carreras, si salen con vida y sin perder la razón. Henderson (Stephen Dillane, con cara de hitman de serie negra) y Flynn (Woody Harrelson, en un papel hecho a medida) son los lados opuestos de esta profesión: en donde uno es despreocupado, cáustico, norteamericano y drogón, el otro es parco, estoico, británico y sensible. En las reuniones diarias en una suerte de cuartel improvisado entre las ruinas de Sarajevo, ambos comentan los sucesos del día, mientras disimulan el sonido de las bombas y el horror que les toca vivir.
A Henderson y Flynn se les suman la principiante Annie McGee (Emily Lloyd) en busca del gran reportaje que la llevará a la fama, la veterana productora Jane Carson (Kerry Fox), una especie de Dios personal para sus compañeros, y el chofer-intérprete Risto (Goran Visnjic), cuyos amigos parecen empeñados en demostrar a los periodistas extranjeros que la vida es posible en Sarajevo a pesar de la guerra. Henderson pronto descubre su causa personal: Emira (Emira Nusevic), una chica internada en un orfanato a quien promete sacar del “14º lugar más peligroso del planeta” (según reza el bizarro hit-parade de las Naciones Unidas que la película se encarga de recordar a cada rato), para llevarla a Inglaterra, con la ayuda de una inepta pero entusiasta activista infantil, Nina (Marisa Tomei).
Bienvenidos a Sarajevo trata de demostrar que jamás hubo una guerra como ésta: la más terrible, más sangrienta, más estúpida y más cruel que se haya desatado sobre la faz de la Tierra. Y si no le creen, ahí están los mil y un fragmentos de programas de televisión, las declaraciones ridículas de ambos bandos, los campos de concentración, la limpieza étnica, los chicos y ancianos muertos. La guerra mediática es siempre más espectacular que su contraparte real. Tan espectacular que la película de Michael Winterbottom (Jude) se acerca más a un espectáculo de grand guignol que a un alegato por la paz. En lugar de mostrar la guerra desde sus corresponsales (el diálogo entre Henderson y Flynn en el cuarto de hotel es, lejos, lo mejor de la película), el guión de Frank Cottrell Boyce se sumerge en una cruzada moralizadora, un “¿Qué hiciste vos en la guerra?” en clave de Image Bank bélico, sin profundidad emocional (sólo un rictus de propiedad y corrección política) y con muchas ganas de estremecer a una audiencia que ya lo ha visto todo. Por CNN. Y en vivo.

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