Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


los politicos que quieren ver libre al dictador
Guiños de EE.UU. y España hacia el general

Estados Unidos y España hacen cada vez más claro que quieren ver a Pinochet de vuelta en Chile, una costosa decisión política sobre la que sólo puede resolver el gobierno de Gran Bretaña.

El canciller chileno José Miguel Insulza con José María Aznar en el Palacio de la Moncloa.
La autoridad política no puede resolver sobre el tema, pero Insulza dijo que era optimista.

na13fo01.jpg (10181 bytes)

t.gif (67 bytes)  Pocos los dicen con todas las letras, pero lo político gravita cada vez más sobre el caso Pinochet. Después que la secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright expresara el lunes la oposición más explícita de Estados Unidos hasta el momento a la extradición del ex dictador a España, el Departamento de Estado anunció ayer que el gobierno va a publicar documentación referida a las violaciones a los derechos humanos cometidas durante su dictadura. Mientras tanto, el canciller chileno José Miguel Insulza culminó ayer en Madrid una misión difícil: tratar de persuadir a España contra la extradición del general. En realidad, estaba operando ante una interlocutores amistosos pero que poco pueden hacer: el diario El País citó ayer a fuentes oficiales que “admiten que nada desearía más el gobierno español que ahorrarse la celebración de un juicio a Pinochet en España”, pero, desde el primer ministro José María Aznar para abajo, todos coincidieron en decirle lo mismo a Insulza: que ahora todo está en manos de Jack Straw, el ministro del Interior británico, el único que puede rechazar la extradición aprobada la semana pasada por los Lores.
Anteayer, Estados Unidos rompió su silencio oficial sobre el caso al afirmar por boca de Albright que la posición del gobierno chileno –partidario de la liberación del ex dictador– “merece un significativo respeto. En Chile, los ciudadanos de un Estado democrático están luchando con un problema muy difícil; cómo equilibrar la necesidad de justicia con las necesidades de reconciliación”. Albright aclaró que Washington “está comprometido con los principios de responsabilidad y justicia, tal como lo demuestra nuestro fuerte respaldo al Tribunal Penal Internacional para Yugoslavia y Ruanda”. También dijo que “EE.UU. también está comprometido en favor de la democracia y el respaldo a la ley en Chile”. Una ley, por supuesto, que vuelve prácticamente imposible juzgar al octogenario senador vitalicio de 83 años. Por lo cual la declaración de Albright, jefa de una diplomacia que hasta ahora se había limitado a considerar el caso como una cuestión estrictamente jurídica entre Gran Bretaña, España y Chile, podía considerarse como el comienzo de la presión norteamericana para que el gobierno de Tony Blair devuelva la libertad a Pinochet, una presión que Londres difícilmente podrá obviar, considerando que Gran Bretaña es el aliado europeo más estrecho de Washington.
Las declaraciones de Albright fueron recibidas con estudiada neutralidad en Londres. Un portavoz de 10 Downing Street dijo que “no consideramos que sea inadecuado que las personas expresen públicamente sus puntos de vista”. El portavoz añadió que cree que Albright ha hablado telefónicamente con el canciller Robin Cook sobre el tema, y que Cook le habría explicado el proceso legal que se está desarrollando. Otro vocero, esta vez del Foreign Office, manifestó que “hemos tomado nota” de la postura expresada por Albright y agregó que es comprensible que los estadounidenses “estén haciendo lobby por el regreso de Pinochet a Chile”. La decisión final va a recaer en Straw, quien tiene hasta el día 11 para decidir sobre un dilema delicado: si falla contra Pinochet, colocará a Londres en una inédita confrontación con Estados Unidos; si falla a favor, el costo político para sus ambiciones dentro del laborismo será altísimo. Y no sólo dentro del laborismo: una encuesta publicada ayer por el vespertino Evening Standard mostró que un 51 por ciento de los británicos está a favor de extraditar a Pinochet a España, contra un 32 por ciento que piensa que debería ser enviado a Chile y un 17 sin opinión. De todos modos, pocos dudan que la decisión va a ser consultada con Tony Blair y con el Foreign Office, pese a las escandalizadas desmentidas al contrario por parte de los principales involucrados.
En este contexto, James Rubin, vocero del Departamento de Estado, anunció la publicación de los documentos sobre la dictadura de Pinochet, pero declinó decir si el ex dictador debería ser llevado a juicio. “Dado el interés del caso, el gobierno (estadounidense) está revisando los documentos en su poder que puedan aclarar las violaciones de los derechoshumanos en la era de Pinochet”, dijo Rubin, que no dijo una fecha para la liberación de los documentos. Sin embargo, agregó que su país no está “listo aún para exponer” su punto de vista “sobre los aspectos legales de la decisión de los Lores”, que dictaminaron la semana pasada que Pinochet no tiene inmunidad diplomática y que puede ser juzgado por crímenes de lesa humanidad. Pero repitió la línea esbozada por su jefa anteayer, al decir que cada país debe encontrar su propio balance entre justicia y reconciliación, sin sacrificar el principio de rendición de cuentas, al emerger de una experiencia de autoritarismo y conflicto.
Esta ambivalencia puso de manifiesto la posición incómoda de Estados Unidos sobre la detención de Pinochet, cuya llegada al poder en 1973 fue respaldada por Washington. Una larga serie de documentos desclasificados por Estados Unidos confirman que tan pronto el presidente socialista chileno Salvador Allende tomó posesión, en 1970, el presidente Richard Nixon dio personalmente a Richard Helms, entonces jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la orden de derrocarlo mediante un golpe de estado. El derrocamiento fue dirigido por Pinochet tres años después, en lo que fue reportado con entusiasmo por un agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Chile como “un golpe casi perfecto”.

 

Insulza, más optimista

“Me voy más optimista de lo que llegué”, fue la frase con que el canciller chileno José Miguel Insulza abandonó ayer España, luego de haber cumplido con una agenda tan apretada como –según algunos– inútil, por la incapacidad del poder político español de decidir. “Me voy de España muy satisfecho, creo que ha habido un debate importante y se han escuchado los puntos de vista de Chile”, dijo Insulza tras reunirse con el jefe del gobierno español, José María Aznar. Insulza se entrevistó también con su equivalente español, Abel Matutes; con los ministros de Defensa, Eduardo Serra, y de Interior, Jaime Mayor Oreja, y con jefes de la oposición socialista.


OPINION
¿Un debate inútil?

Por Eduardo Grüner *

El “debate Pinochet” amenaza ya con transformarse en una verdadera y kafkiana jungla de callejones sin salida. No se trata simplemente, claro está, de la mera inclinación emocional a favor o en contra de que un dictador sangriento y genocida sea castigado como se merece: en ese terreno, la opción es bien sencilla (al menos para el que esto escribe). Pero en el terreno así llamado “institucional”, y en el de las relaciones internacionales, la polémica implica otras ambigüedades. Pasando por alto el cinismo inaudito –aunque no inesperado– de las derechas de diverso pelaje (incluidas algunas que cambiaron el pelo no hace mucho), que de la noche a la mañana se improvisan en defensoras de una “soberanía nacional” que sistemáticamente violentaron, con desapariciones y asesinatos incluidos, para defender sus nauseabundos negocios económicos y que ahora se rasgan las vestiduras ante la “globalización” jurídica como si ellos no fueran beneficiarios de la siniestra ídem económica que requirió la siniestra ídem represiva (el plan Cóndor, para nombrar algo), pasando por alto eso, digamos, queda la discusión –dentro de la esfera más o menos “progre”– sobre el alcance jurídicamente legítimo de la internacionalización de los derechos humanos, o sobre los peligros de la injerencia “extraterritorial” de una Justicia también globalizada, que hoy puede servir para castigar a los malos, pero mañana puede ser usada para acosar a los (discutibles, pero en última instancia) buenos, como Fidel. Bien: permítasenos sospechar que el debate, así planteado, es parcial, ocioso, e incluso falso, como es parcial (ocioso/falso) todo debate jurídico-institucional que escamotee sus profundas implicaciones políticas. A decir verdad, y aun dentro de su “sencillez” enunciativa, la respuesta más realista que hemos escuchado fue la de nuestro reciente visitante Eric Hobsbawm, cuando dijo, aproximadamente: “Ustedes nunca podrían juzgar a la señora Thatcher por haber hundido el ‘Belgrano’”. O sea: se trata de una relación de fuerzas, y allí donde hay fuerzas enfrentadas no se puede soslayar la responsabilidad de tomar partido por una de ellas, aun a riesgo de ser “injusto” con la otra. Mientras existan relaciones asimétricas de poder político, económico y estratégico a nivel mundial, toda discusión sobre equidades jurídicas de cualquier tipo está viciada de ingenuidad (si no de abierta hipocresía) en tanto no tome en cuenta ese dato, así como el efecto que la prédica de los organismos de derechos humanos puede haber tenido sobre una opinión pública –léase: unos electores– que un gobierno al menos formalmente democrático como el de Gran Bretaña está forzado a escuchar, aunque se le deba reprochar que no la escuchara (porque quizá ella no existía: todo hay que decirlo) cuando en 1973 su Hermano Mayor norteamericano instaló a sangre fuego en el poder a aquel mismo al que hoy se le baja el pulgar. Las especulaciones sobre a cuáles “internas” (ya que la palabra está de moda esta semana) -sean del juez Garzón con la magistratura española o de los tories con los liberals dentro del propio gobierno inglés– responde el tres a dos de los lores, son por el momento (porque, desde luego, también ellas deberán entrar tarde o temprano en el análisis) secundarias; por el momento se trata de aprovechar políticamente, en el mejor sentido del término, la coyuntura. Y aún más: confiar esperanzadamente en que se repita, para empezar, de este lado de la cordillera.

* Profesor de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

 

PRINCIPAL