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EMPEZO EL FESTIVAL BUENOS AIRES TANGO
Menos Mores, un lujo

En una original, maratónica y no del todo bien balanceada velada, el Teatro Colón se llenó de grandes maestros, solistas y olvidos.

Cacho Tirao y Daniel Binelli, dos de los grandes solistas.
Nadie se acordó musicalmente de Astor Piazzolla y de Julio De Caro.

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Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes) Como esos amores que andan bien pero terminan mal, la velada inaugural del Festival Internacional Buenos Aires Tango en el Teatro Colón alcanzó puntos culminantes, apoteóticos, con Leopoldo Federico y Horacio Salgán, pero culminó en bochinche y cachivache musical con Mariano Mores, repudiado para varios instrumentistas, que abandonaron sus atriles. Al frente de la llamada Orquesta de los Grandes Maestros y Solistas, integrada por muchos ejecutantes excelentes, siete directores de larga y densa trayectoria –todos actuando gratis– mostraron honestamente pedacitos de su convicción. La gran masa orquestal (en este caso 74 instrumentos) rara vez resultó adecuada para el tango, que agradece el número breve y la intimidad. Pero, aun así, el recital que inauguró el Festival Internacional tuvo instantes de emoción y regocijo, más allá de la debacle final. Fue extraño, y triste tal vez, que nadie se acordara musicalmente en esa gala de Julio De Caro ni de Astor Piazzolla, pero tampoco hubo lugar para Arolas, Bardi, Cobián ni tantos otros. El ausente más reivindicado resultó Carlos Di Sarli.
El primer turno fue para el pianista Atilio Stampone, que brindó su “Mi amigo Cholo” y “El día que me quieras”, mostrando que está algo lejos de sus brillantes momentos orquestales de los años 50 (cuando incluso codirigió con Leopoldo Federico) y primeros 60. El tango propiamente dicho irrumpió avasalladoramente en el escenario del Colón con el corpulento Leopoldo, de smoking blanco y bandoneón arrollador. Aunque Héctor Larrea, sobrio locutor del concierto, anunció “El pollo Ricardo” y “La Beba”, porque en ese orden figuraban en el programa, Federico invirtió la secuencia. En cualquier caso, la elección de esas dos magníficas obras certificó el compromiso de Leopoldo con el tango más esencial. La intensidad de los aplausos marcó que el público quería precisamente eso.
Una selección de tangos de Aníbal Troilo –cuya extraordinaria dimensión como compositor a veces se olvida– fue lo más valioso que ofreció el bandoneonista Raúl Garello, quien tocó de pie, a lo Astor. Cerró con “Pura mugre”, del propio Garello, que parece una variación de “El arranque”, de Julio De Caro. Lo mejor de la versión fue el solo de Julio Pane. Luego dirigió desde el piano Osvaldo Requena, quien comenzó rescatando el estilo Di Sarli con el cautivante “Organito de la tarde”, y concluyó con “Preludio nochero”, ese gran tango que escribió con Leopoldo Federico y permitió que Rodolfo Mederos, como solista, midiera la adhesión del público. Este despidió con una ovación a Requena, como reconociéndolo a pesar de su menor cartel.
Delgadísimo, delicado, de cabellera nevada, Carlos García abrió (al revés de lo anunciado) con su hermoso “Al maestro con nostalgia”, que escribió en tributo a Di Sarli, aunque extendiendo el homenaje a Osvaldo Fresedo porque incluye un pasaje de “Milonguero viejo”, que El Señor del Tango dedicara a Osvaldo Fresedo, El Pibe de la Paternal. En realidad, la orquesta sonó más en el estilo de Florindo Sassone que en el del bahiense, que por algún misterio no es nada fácil de remedar. Pane, Mederos y el pianista Alberto Giaimo pusieron la nota cómica al intercambiar caóticamente las partituras, que estaban todas equivocadas de atril. García completó con la fascinación del antológico “Chiqué”, que adornó con un magnífico solo de piano.
“Hay ciertas presencias que adelantan las incógnitas”, improvisó Larrea cuando el público empezó a agitarse al ver que Néstor Marconi y Ubaldo de Lío tomaban sitio en el centro de la escena. Es que se venía Salgán, sin lugar a dudas el más grande mito viviente del tango. Con él explotaron el color, el ritmo. Su visión del tango no es melancólica sino lúdica. Pero también es cierto que Salgán volvió a ser el martes absolutamente él mismo: “Canaro en París” y “A fuego lento” sonaron en arreglos insuperables pero muy trajinados ya. Ninguna novedad,independientemente del tamaño de la orquesta. Hace cuarenta años Salgán abandonó la senda revolucionaria en la que se estaba internando y le cortó las alas a su increíble talento, que sigue allí, posado, intacto, irresistible.
De la magia salganeana se cayó, en el broche, al chaleco de luces de Mores, que no es ya el inspirado compositor de “Cristal” o “En esta tarde gris”, ni el fino pianista que ayudó a Francisco Canaro a ponerse a la altura de los años 40. Ahora prefiere, salvo remansos, aporrear el teclado, saltar sobre su taburete, aturdir con –eso sí– bien sincronizado estruendo orquestal. Anteanoche empezó relativamente bien con su “Tanguera”, aunque incurriendo en un brutal aumento de decibeles. Sobrevino luego el desbarajuste de “Taquito militar” –mezclado de modo burlesco con “Tico tico”–, para aburrir al cierre con “Tango rapsodia”, donde de paso no hay tango por ninguna parte. Como Mores incorporó trompetas, trombones y otros instrumentos exóticos, violando a último momento el acuerdo de respetar los timbres de la orquesta típica, varios músicos optaron por marcharse. Mederos y Walter Ríos, dos de los bandoneonistas que permanecieron hasta el final, no ocultaban su abatimiento.
Paciencia. En conjunto, la noche inaugural fue buena y por momentos esplendorosa. Sólo faltó una mayor dosis de rigor en la elección, porque no cualquier cosa –aunque lo hayan cantado Corsini y Morán– es tango.

 

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