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Panorama Economico
La metamorfosis de Alieto

Por Julio Nudler

Ana Kessler nunca sospechó el bien que le estaba haciendo al pueblo argentino el día que, a fuerza de cafecitos tomados con Carlos Menem, logró semivaciarle a Alieto Aldo Guadagni la secretaría de Industria, Comercio y Minería. Kessler se había hecho cargo de una cáscara hueca llamada Secretaría Pyme, inventada en la órbita de Presidencia para pagarle a Jorge Matzkin, que dejaba la Jefatura de Gabinete, los servicios prestados. Pero el pampeano miró el regalo y casi se ofende. Ana, en cambio, se lo quedó, encargándose de llenarlo con lo que le interesaba. En la Diagonal Sur lloraban desnudos: “Nos robó todos los programas de reparto, no de pálidas”. Otros no lo ven así: “Ella lo peló a Alieto porque éste no cuidó la hacienda. Nunca le importó la industria nacional”.
Sea así o al revés, Guadagni miró en derredor y resolvió activar los temas populares que aún quedaban en sus manos y que había desatendido hasta entonces: la defensa del consumidor, las alevosas comisiones de las AFJP, los intereses abusivos de las tarjetas de crédito, y en días más recientes los precios locos de los medicamentos. Paralelamente se lanzó como precandidato a la gobernación de Buenos Aires, sabiendo que las rabiosas críticas que le arrojan los bancos o los laboratorios le fabrican el capital político que no tiene. Absolutamente desconocido para el electorado, Alieto tiene su baluarte en el establishment, para el cual trabajó muchos años como consultor.
Quienes no creen que Guadagni haya reverdecido repentinamente su viejo credo socialcristiano, lanzan hipótesis más o menos siniestras sobre su nuevo juego. Una es la del tartufismo político. Otra, aun peor, es la del rédito que puede lograr quien se tire contra sectores de lobby tan demoledor como la banca o los laboratorios medicinales, pensando en que tendrán que venir a negociar con él un armisticio. Al fin de cuentas, la carrera hacia La Plata no puede emprenderse sin un capital que algunos estiman en un mínimo de 10 millones. Pero son muy pocos los que suponen algo así. Dicen, quizá con razón, que Guadagni no tiene la culpa de integrar un gobierno de tan mala fama.
Los alietistas admiten que su jefe no dio una gran batalla por la industria, pero aseguran que, al menos, paró algunas terribles iniciativas del equipo de Roque Fernández. Si se lo compara con Carlos Rodríguez, que fue hasta agosto el viceministro de Economía y hasta se oponía a cualquier medida antidumping –argumentando que el dumping es bueno porque transparenta los mercados, ya que quien lo practica no podrá sostenerlo y a la larga desaparecerá–, Alieto era casi un proteccionista. Entre otras hazañas, Guadagni se jacta de su denonada lucha contra los importadores de zapatos.
Dice alguien cercano a él: “Vos sabés que las cosas no son sólo como aparecen en una resolución. Hay que conocer la lucha a brazo partido que hubo antes de poder firmarla. Esto (la función pública) es más cruel de lo que nunca fue. Hay infinitos palos en la rueda. Un expediente puede volver veinte veces porque se derramó café sobre una hoja, porque la fecha estaba escrita en minúscula y debía estar en mayúscula... O puede ser que un organismo responda después de un año. Estas son las cosas que les sirven a los ultraliberales, porque parecen demostrar que con el Estado no se puede hacer nada. O que donde hay Estado hay siempre un mostrador”.
Como quiera que sea, después de haber comprado el ideario económico menemista, Alieto empezó a sorprender a propios y extraños en los últimos meses. Entre los atónitos están los autopartistas, cuya bandera levantó inesperadamente en la negociación con Brasil, defendiendo la exigencia de contenido nacional. Los autopartistas pretenden –ahora con el apoyo de Industria– que se les asegure que del 60 por ciento de contenido regional, la mitad sea nacional argentino, algo que ni Brasil ni la OMC aceptan. También están sorprendidos los ex façonniers de Luján, que son hoy tejedores independientes, y que en la última visita de Guadagni –un ex demócrata cristiano– a esa ciudad le reclamaron por la situación que enfrentan ante la apertura y la recesión. Alieto se mostró ahora más apurado que los propios textiles en impulsar la cuotificación que –según él con gran tardanza– pidió FITA (la federación fabril del sector) al amparo del Acuerdo de Textiles y Vestidos. Quizá no haya que omitir que el intendente de Luján, Miguel Prince, es un peronista próximo a Guadagni, y que la actividad textil es fundamental allí, todo lo cual debe ser contemplado por quien aspire a suceder a Eduardo Duhalde.
En cualquier caso, Guadagni describió su giro sin consultarlo con Menem ni pedirle permiso a Roque, de quien teóricamente depende. Asume el riesgo de hacer lo que no hizo, y, por tanto, denunciar su propia pasividad (o complicidad) anterior. En el caso de los medicamentos, todos los entendidos hablan de maniobras de las que Comercio nunca pareció enterarse. Un caso: el de los laboratorios multinacionales que amenazan al droguero mayorista que intente exportar hacia la Argentina un remedio, aprovechando que en el exterior se obtiene a precio mucho más bajo. El verdadero obstáculo no consiste en la necesidad de gestionar la aprobación del Ministerio de Salud, sino en la presión mafiosa.
Sin aprietes como ése –fundamental para asegurarse que no funcione la apertura– y otros, o una estrategia ilegítima de captación del cuerpo médico, no se llega a tener un mercado donde una misma droga pueda valer 10, 30 ó 50, de acuerdo a la marca. En el camino hacia esa situación es necesaria la complicidad de los funcionarios, que ni siquiera actúan cuando unos laboratorios se acusan unos a otros de vender medicinas inocuas, que no curan ni un estornudo.
Quienes han leído durante años los balances de los laboratorios, se habituaron a extraer varias conclusiones. Entre ellas, que obtienen ganancias que ningún mercado competitivo permite conseguir. Teniendo en cuenta que los argentinos gastan en remedios unos 6000 millones de pesos por año, los enormes sobreprecios les arrebataron sumas gigantescas, que seguirán derrochando si el Gobierno no hace algo más que colgar listas de precios en las farmacias.

 

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