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A DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE UN ARTISTA QUE CAMBIO LAS REGLAS DEL ROCK ARGENTINO
Por qué se extraña tanto a Federico

Hace una década, la muerte de Federico Moura le dio una definitiva sensación de final a la década: artista integral, el líder de Virus hizo pasar por superficial un mensaje que aún hoy golpea e influye a quienes buscan nuevos caminos.

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Moura no sólo pensó los shows desde otro lugar: también se atrevió a caricaturizar al rock porteño.
A 17 años de su irrupción, Virus es considerado –junto a Soda Stereo– una influencia ineludible.

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Federico convirtió al escenario en un lugar de ambigua seducción.
El grupo pasó del rock de guitarras a los teclados sintetizados.


Por Fernando Sánchez

t.gif (67 bytes) En 1983, cuando Virus llegó por primera vez al estadio de Obras Sanitarias para adelantar las canciones de su tercer disco, Agujero interior, en su lista temas estaba “Tengo”, de Sandro. Era un homenaje. Federico Moura fue el primer rockero que se animó a decir públicamente: “Nos gusta la primera época de Sandro, cuando estaba con Los de Fuego. Creemos que Sandro, junto con algunos más, fue el precursor del rock en la Argentina. Muchas veces se habla de Litto Nebbia o de Tanguito, pero Sandro ya tenía ocho años de rock and roll encima. ¿Por qué borrarlo como si no existiera?”. Quince años después de aquel tributo a alguien que en este momento está reventando el Gran Rex con su leyenda a cuestas, está casi listo y a la espera de ser editado un espectacular disco-homenaje a Sandro en el que participan algunos de los más importantes grupos de rock latino del momento: Divididos, los Fabulosos Cadillacs, Los Visitantes, Aterciopelados, Molotov y La Ley, entre otros.
Hoy, 15 años después, Virus y Federico Moura siguen siendo sinónimos de vanguardia.
Los grupos más pretendidamente modernos de fines de los ‘90 declaman su intención de rescatar las canciones pop de la oscuridad en la que fueron sumergidas luego de que la corriente del llamado “rock chabón” copara las orejas a finales de la década del ‘80. Y citan como principales influencias a Soda Stereo y a Virus. Federico Moura era el cantante de Virus, y fue también el productor artístico del primer disco de Soda Stereo.
No sería alocado decir que ni Soda Stereo, ni Los Auténticos Decadentes, ni Babasónicos, ni Charly García, ni Los Brujos, ni Avant Press, ni San Martín Vampires .-por citar sólo algunos ejemplos azarosos-. habrían sido como son y fueron, si no hubieran existido Virus y Federico Moura. Y tampoco es descabellado decir que aún hoy .-o mejor: más aún hoy-. ciertos gestos, ciertas actitudes y propuestas del Virus de los ‘80 resultan modernos y desafiantes.
Federico Moura se tomó 30 años antes de decidirse definitivamente por ser cantante. Antes que músico de rock, Federico fue un artista. Estudió arquitectura en La Plata y militó en el siloísmo, corriente político filosófica fundada por Mario Rodríguez Cobo, alias Silo, origen de lo que hoy es el Partido Humanista. Seducido por las grandes capitales culturales, viajó por el mundo y se enamoró de Nueva York, Londres, París y Río de Janeiro. Diseñó ropa y tuvo sus propios locales de venta. Finalmente, enriquecido por sus experiencias y atento a las últimas corrientes artísticas, se puso a cantar, componer, escribir y montar los shows de una banda de rock. Se rodeó de gente talentosa, como el sociólogo, letrista y artista plástico Roberto Jacoby; se empeñó en desarrollar una carrera profesional seria, sólida tanto en lo musical como en lo estético y político. Y supo soportar los prejuicios y la perezosa mirada del medio pelo argentino, que primero descalificó a Virus por frívolo y superficial .-alcanza con escuchar las canciones y mirar los videos para descubrir lo estrecho y absurdo de semejante exabrupto-. y luego lo rechazó por frío, hiperprofesional y exageradamente refinado.
La historia de Virus .-que hoy sigue, sin Federico, en manos de Julio y Marcelo Moura, Quique Mugetti y Daniel Sbarra-. puede rastrearse a través de sus discos. Pasó de la ironía y el sarcasmo de sus primeras dos producciones (Wadu Wadu, de 1981, y Recrudece, de 1982), al rock and roll directo de Agujero interior (1983). El pop pegadizo de teclados y baterías digitales de Relax (1984) y Locura (1985) coincidió con su momento de mayor popularidad. El álbum grabado en vivo (Virus Vivo, 1986) y el excelente Superficies de placer (1987), en tanto, parecieron el reflejo de una etapa de madurez artística que la muerte de Federico interrumpió, un punto en el que convivían la provocación y la ambigüedad -.dos de lasherramientas rockeras más valoradas y explotadas sabiamente por Federico-. con una personalidad musical y poética claramente identificables.
De la mano de Federico Moura, Virus fue una banda pionera. Fue una de los primeras que se preocupó por vestir los conciertos con una cuidada puesta de luces y escenografía. Fue de las primeras en exportar el rock argentino hacia Latinoamérica; de las primeras en llevar a bailar al rock nacional a las discotecas; en escribir letras osadas en su contenido y con múltiples lecturas; en caricaturizar y criticar desde adentro al rock porteño; en dotarlo de glamour y sexualidad; en adaptar la cultura punk y new wave de Londres y los Estados Unidos a la Argentina; en hablar de los desaparecidos y de la dictadura sin panfletos, con vuelo y belleza...
Federico nació el 23 de octubre de 1951 y tenía la coqueta costumbre de quitarse años. Murió a los 37, a causa del virus del sida, y su muerte fue un símbolo. Era el segundo hijo varón de una familia platense de clase media. Su hermano mayor, Jorge, fue desaparecido durante la dictadura militar. Dos muertes propias de una generación que parece “condenada a no morirse de viejo”, como escribió en Página/12 la periodista Gabriela Borgna en el obituario del 22 de diciembre de 1988.
Este año, Virus venció todos los prejuicios y temores y volvió con 9, su noveno disco. Con algunos músicos nuevos y con Marcelo Moura en el lugar de frontman .-papel que ocupó también en 1989, cuando tomó la valiente decisión de abandonar los teclados para reemplazar a su hermano Federico y grabar Tierra del Fuego–, este remozado Virus dio un decoroso y prudente primer paso en su intento por recuperar el espacio perdido. Habrá que darle tiempo. Hoy, mientras tanto, a 10 años de la muerte de FedericoMoura, sin Soda Stereo y con el rocanrol futbolero llenando los estadios de Buenos Aires, el arte del rock refinado, moderno, desafiante y a la vez popular todavía extraña a Federico.

 

SUBRAYADO
El ángel extraviado
Por Carlos Polimeni

Parecía levitar de pie, más que caminar. En la película de aquella ciudad que también se llamaba Buenos Aires (en la evocación es muda, en blanco y negro y bastante acelerada) se ve como un ángel extraviado, con un gesto levemente divertido y siempre irónico en la boca. Sobre escena, era lo más parecido a David Bowie que podía ofrecer el rock & pop argentino de los ‘80. No es que lo imitase tanto, que también había visto mucho a David Byrne, y no lo ocultaba. Es que allá arriba tenía la valentía de dejar hacer a su costado femenino, casi una provocación para la historia de machos argentinos a que estaban obligados entonces los cantantes de rock. Claro, Moura no era un cantante: era un líder escénico, que no es lo mismo. Un escultor que trabajaba en vivo sobre su cuerpo. Un escenógrafo. Era un artista, no un fucking rock star. La magia extraña de Virus no se entiende demasiado en los discos que lo sobreviven, que a veces parecen amores descartables. Esa banda era esa banda maquillada, en escena, nerviosa, con Federico transportándose de aquí y allá, como a dos centímetros del piso, excitado con la sensación de jugar a Peter Pan entre los lobos. Histérico y al tiempo aplomado, como el mejor alumno de una promoción bizarra. Disfrutándolo, en la nación del psicoanálisis.
De los tres grandes ausentes de la música joven de la década de la cocaína y el juicio a los comandantes, de Alfonsín y Menem, del optimismo democrático y la hiperinflación, de Malvinas y el final de la dictadura -los otros son Miguel Abuelo y Luca Prodan–, Federico Moura es el más sutilmente olvidado, el más detenido en el tiempo. Acaso le hubiese gustado la sensación de quedarse flotando allí, en el humo blanco y sutil de un tiempo que sería olvido, de una década que pasó como un exabrupto. Federico era sexualmente ambiguo en una época en que la corrección política no había sido inventada y eso dominó toda la estética de Virus, mucho más madura de lo que entonces casi todos suponían. Hoy es un día como para escuchar una y otra vez “Imágenes paganas” –incluso en la emocionada versión-homenaje del compact solista de Diego Frenkel– pensándola como una despedida. Ahí está resumida la psiquis del hombre que afrontaba con valor monumental la enfermedad que lo consumía, pero aun así sentía pena por lo que no vería, por la lluvia del día después. Federico como el androide que al finalizar Blade Runner llora, sobre todo, por la belleza posible que se esfuma con su vida.
Llegó algo grande a una fama que no disfrutaba del todo, porque lo exponía demasiado. Por momentos lo rebasó, y buscó resguardo viajando o jugando a ser clandestino por las noches. Había vivido afuera durante una parte de los años de plomo, tenía un hermano desaparecido en La Plata, y sabía que cuando invitaba a salir del agujero interior no estaba haciendo un panegírico del des-compromiso, como algunos interpretaban. Le pesaba la sangre del hermano muerto: por eso esa mirada triste, además de pícara, por eso su grupo con los otros dos hermanos. Por eso un código de silencios y complicidades que lo precedía, y en buena medida redefinía sus palabras, sus letras, sus ideas. Escuchar a Virus desde los ‘90 es encontrarse con un grupo cambiante, del rock duro a la canción de amor, lúdico, escondedor, ciertamente burlón. Con un esteta al frente que imaginaba un tema a partir de una idea de James Joyce sobre la masturbación y la transformaba en canción –¿se acuerdan de “Luna de miel en la mano”?– pero no estaba dispuesto a hacer prensa de eso. O que sampleaba a Oliverio Girondo –”Bandas chantas arañan la nada”– acaso para coquetar con la posibilidad de que el homenaje pasara desapercibido.
Federico era una teoría en pie sobre el arte popular: no le gustaba que lo encasillaran en el rock o el pop, pero a la vez se atrincheraba en sus límites. Estuvo siempre como preparándose para lo que nunca haría. Utilizaba recursos cursis con aires de duque. Hacía de la ausencia una estética, de la sustracción de elementos una declaración de principios y de la ambivalencia un mérito. Creía más en la teatralidad que en la autenticidad. Ninguna de sus canciones buenas puede entenderse del todo con una sola lectura, aunque parezcan fáciles y la memoria las retenga.Mucho tuvo que ver con eso el trabajo de Roberto Jacoby en las letras. El chiste de hacer un disco llamado Superficies de placer y ponerle un culo de varón en la tapa fue lo más rotundo que se permitió en público. Para negarlo cada vez que le preguntaran al respecto, claro. “¿Quién dijo que ese culo sea de hombre o de mujer?”, contestaba, esforzándose por parecer serio, cuando el fin de siglo quedaba lejos y una buena estrella iluminaba todavía sus pasos. Murió cantando un tango, despacito, flaco como Discépolo, en una casa pintada de blanco en San Telmo, un día como hoy, al concluir la primavera. De existir, estaría en el cielo de los sutiles.

 

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