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Tenía mil capas de seda fina

 

Por Carlos Polimeni


t.gif (67 bytes)  Metió un centro espectacular que Abel Balbo convirtió en un gol clave --¡en un partido de repechaje ante Australia! y marcó un golazo, con su sello --en un partido ¡ante Grecia!-- pero para la historia del fútbol argentino, Diego Maradona fue, otra vez, el héroe de la participación en el Mundial de Estados Unidos 1994. Incluso quedó, aunque bien mirado más bizarramente, como la víctima (todo héroe puede pasar a serlo por un quítame de ahí esas pajas) del mecanismo antidoping que derivó en la eliminación argentina del Mundial, aunque ésta se concretó por dos derrotas en la cancha, ante Rumania y Bulgaria. Como la memoria es selectiva, con el paso del tiempo los recuerdos tienden a sintetizar, a agrupar hechos por simpatía, por analogía. Lo poco que hizo en aquellos meses de 1993 y 1994, en el ocaso de su carrera, y más bien como símbolo, se emparienta en el inconsciente con las épicas verdaderas de Diego: su impresionante Mundial México 1986, su titánica lucha contra demasiado, incluyendo su propio estado, en Italia 1990 y, sobre todo, sus goles de otro mundo, con las camisetas de Argentinos, Boca, Barcelona, Napoli y la Selección. Maradona representa para dos o tres generaciones de amantes del fútbol instantáneas de una era que pasó y a veces se añora.

La figura de Charly García se parece en muchas más cosas que las evidentes --la tendencia del gato a pararse en la pared que da al vacío, y desde allí maullar con desesperación-- a la de Maradona. En ambos casos hay una construcción popular cincelada de afecto y agradecimiento. La idea que la gente tiene sobre el personaje supera ampliamente a la realidad, y en algunos casos la modifica. Charly viene jugando partidos con el equipo diezmado hace muchos campeonatos, pero ganó tantos, en un tiempo que fue hermoso, que ha conseguido que una estela exitista lo preceda, lo envuelva. Charly es antes su mito que su actualidad. Como en Maradona, su mejor prensa es el pasado. Chicos que no habían nacido cuando Diego se quedó afuera del Mundial Argentina '78 por un capricho histórico de Menotti, o cuando Charly compuso en la misma época "Alicia en el país", adornan el presente de ambos porque es lo que les queda de la leyenda. No tienen otro remedio, a no ser que elijan la sensación-naftalina. A nadie le queda del todo bien el traje del padre, y la experiencia es un peine que te regalan cuando te quedaste pelado.

Cuando Maradona juega --¿o jugaba?-- en cada cancha argentina pasaba por la cabeza del público el gol a los ingleses en México, el segundo, o su imagen levantando la copa en las barbas de Havelange. Cuando Charly toca --¿o tocaba?-- en cada estadio argentino pasan por la cabeza del público sus canciones indestructibles, sus discos excepcionales. Las grandes canciones y los grandes discos son como los grandes goles y jugadas: acompañan la vida de la gente, envejecen bien. Ahí, están juntos en ese pasado ancho, un furibundo disparo de Bernabé Ferreyra en un partido contra Huracán y "Mano a mano", el gol de Ernesto Grillo a los ingleses y "Cambalache", una apilada de De la Mata padre y "Piedra y camino", el penal que Roma le atajó a Delem y "Adiós Nonino". En este show de fin de año, que repetirá el miércoles, Charly alineó una parte importante de sus goles en la historia, de los '80 para acá. Por ejemplo: "Cerca de la revolución", "Promesas sobre el bidet", "Pecado mortal", "Rezo por vos", "Los dinosaurios", "De mí" y "No soy un extraño". Anunció otras, que no tocó, porque el calor de Obras venció su mente, como "Demoliendo hoteles" y "Los sobrevivientes", pero seguramente mucha de la gente que llenó el estadio las recordará como tocadas dentro de un año. Que actúe al frente de un grupo formado por aficionados y cholulos, en que la guitarrista y cantante María Gabriela Epumer y el baterista Mario Serra salvan las papas por cariño al maestro, parece para la gente una anécdota. Que no ensayen y que eso se note, igual. Todos van al karaoké de García, que les promete apenas eso, unas pinceladas de un pasado mejor. O en todo caso un harakiri con el que coquetea tanto que ya acostumbró al mundo.

Maradona erró seis penales consecutivos en el último campeonato que jugó y a nadie le importó demasiado: ¿cómo reprochárselo, en serio? Charly viene errando penales hace muchos discos, hace muchos años, e incluso ha inventado una fórmula según la cual aún sus errores cotizan alto, porque son la vanguardia, y ya parece superfluo subrayarlo, purista. Incluso hay gente que se toma en serio esas cosas que dice en las entrevistas --de las que él mismo se ríe en la intimidad-- y sale a pregonar supuestas verdades, encontrando genialidad en donde sólo hay slogans, canciones en los bocetos, y obras maestras en los demos publicados como discos. Charly no está a la vanguardia, sino a la retaguardia de lo que fue, pero fue tanto que le alcanza para ser único. Como los seguidores del profeta contra su voluntad en La vida de Brian, lo que parecen confundirlo son los apólogos de su decadencia, lo que prefieren "El aguante" a "El fantasma de Canterville", es decir la cita fierita a Oscar Wilde. Si se animara a no pescar dos peces con la misma red, Charly no necesitaría más que sus canciones. Pero está en el medio de una historia que ya describió --siempre dijo primero que nadie lo que le ocurriría-- hace 25 años en un gran tema que nunca más cantó "Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey, imaginario, o no". La letra decía: "Yo era el rey de este lugar/ tenía mil capas de seda fina/ y estoy desnudo, si quieren verme/ bailando a través de las colinas".

 

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